“Aquí es de puro perder, no creo que gane nadie”

SINALOA. María Genoveva Lozoya Díaz pierde la mirada en el suelo. Parece descubrir su propia sombra. Entonces, eleva esa mínima voz suya: “¿A quién le puede importar si hay ganador o perdedor aquí?”. Las palabras se tropiezan, salen despacio, las detiene un llanto seco. La mujer jamás abandona la postura inclinada. Ella integra el 40% de sinaloenses que decidió no salir a las urnas en la elección de gobernador. Alcanza a brindar la razón: “Porque a la esperanza la mataron, pues”.

Dinero, tampoco tiene. Su esposo, el ex trailero Guillermo Rogers completa un ingreso de dos mil pesos al mes. Eso sólo alcanza para vivir día a día. Él ya está retirado de las carreteras. Durante tres décadas transportó a Estados Unidos las legumbres que da esta tierra. Deseaba emprender en otras actividades ahora que los tres hijos habían cruzado los veinte. Los dos insisten en que si alguna vez hubo vida feliz —la de noches calurosas en la calle y carne asada al aire libre— se ha ido. En marzo pasado una bala perdida les mató a su hija de 21 años, Genoveva.

Por eso, el 4 de julio, día electoral, lo vivieron al margen. Metidos en un rincón de su casa ubicada en la colonia Diez de Mayo, de las más antiguas de Culiacán, donde han vivido desde su más viejo recuerdo.

Y ahí, cuando los candidatos Jesús Vizcarra (PRI, Partido Verde y Nueva Alianza) y Mario López Valdez, quien usa el acrónimo de Malova (coalición PAN-PRD y Convergencia), se adjudicaban uno y otro el triunfo como nuevos gobernadores del estado, los Rogers se mantenían en silencio.

En marzo de 2010, alguien huía por el boulevard Leyva Solano. Acaso por encontrar una coraza o un poco de auxilio, se detuvo en las instalaciones de la Cruz Roja. El que lo perseguía no le dio descanso. En la rapidez de la carrera, vació el arma al aire. No hubo testigos, pero en la reconstrucción de hechos, elementos de la Procuraduría de Justicia del estado consideraron que llegó a esconderse detrás del cuerpo de la socorrista Genoveva Rogers. En la hora funesta, ella atendía la radio para dar servicios. Ese día, el hombre que corría por el boulevard salió vivo de la Cruz Roja. Genoveva quedó tirada en el sitio donde había trabajado el último semestre.

No es que Genoveva Rogers haya estado en el lugar equivocado. En Sinaloa, la confusión dejó de ser una justificación de la muerte. Las balas perdidas han matado a unas mil personas. De ello no hay un conteo certero. Y la familia Rogers cree que jamás lo habrá. Dice que es mejor hacer pocas preguntas, ninguna. No quieren saber quién lanzó la bala que les arrebató a la hija. “Fue un delincuente. No tiene cara. ¿Qué voy a ganar sabiéndolo? Está visto que nadie puede hacer nada”, dice Guillermo Rogers, el padre.

En este territorio, considerado cuna de capos del narcotráfico, ya no hay culpables. No es que en Sinaloa haya reacomodo de grupos. Hay decenas de células fragmentadas. Grandes o pequeños, ya sin identificación, esos grupos se enfrentan cerca de las asociaciones culturales, los antros, los cafés de las banquetas, los restaurantes, los grupos de teatro, los cines o los medios informativos. Mercedes Murillo, presidenta del Frente Cívico Sinaloense, expone que este mapa es ya incomprensible. Y regresarle la paz puede costar dos décadas más.

Confiesan temor

En plena elección gubernamental, los sinaloenses confiesan sentir miedo. Unos temen amanecer con ciertas postales: el coche con las ventanas agujeradas, la mirada maligna mientras se pasea con un hijo de la mano. Los otros, el control de las carreteras. Algunos, a la policía estatal o al Ejército. Los otros a los fantasmas del pasado. Todos, a la muerte. Porque todos lo saben. Así no se puede vivir.

Los fantasmas se reprodujeron en los últimos dos años. Antes del 13 de mayo de 2008, cuando se inició el operativo federal con 2 mil 723 efectivos militares y federales, la Procuraduría de Justicia del estado registraba un promedio de 600 fallecidos. En lo que va del año, al día de las elecciones, se sumaron dos mil ejecutados. Con estos antecedentes, el fin del conflicto sinaloense no parece estar muy cercano.

“El problema es que no vemos luz por ningún lado. No hay un líder. Los más respetables dicen que la solución está en la política. Los líderes religiosos que hay que olvidar el pasado y perdonar”, expresa Mercedes Murillo, la presidenta del Frente Cívico Sinaloense. “Y así no se puede”, remata la dirigente civil.


Y el miedo empieza a vaciar la tierra. Tres casillas, de un total de 4 mil 496, no fueron instaladas. Esas urnas estaban destinadas a las comunidades de El Ranchito de los López, La Tatema y La Vainilla en el municipio de Sinaloa de Leyva. Pero ahí ya no vive nadie. “No es que se hayan ido pal otro lado. ¿Con qué ojos se va uno? Unos agarraron pallá, otros pacá. Pero mejor juirse. Ellos dijeron así, juímonos”, dice un habitante, quien tampoco salió a votar. La PJE reconoce que el fenómeno de los nuevos pueblos vacíos en Sinaloa es por falta de seguridad. De modo que esta vez, para la elección, Sinaloa no estaba completa.


A las nueve de la mañana en la colonia Las Coloradas, en la orilla de Culiacán, la desesperanza se asentó. Un votante adelantó el futuro inmediato: “Pues es que aquí es puro perder. No creo que gane nadie. De nosotros, los de aquí de más para acá del río, nadie. Es fácil encontrar al perdedor. Y habrá que irnos rápido a resguardarse la vida”. Cuando la jornada electoral concluyó, la familia Rogers cerró con llave su casa en la colonia Diez de Mayo.
Linaloe Flores enviada, El Universal, 5 de julio.

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