Paz sin guerrilla, por la razón o por la fuerza: Santos

Bogotá, 7 de agosto. Recién ungido presidente, Juan Manuel Santos respondió –sin mencionarlo explícitamente– al jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Alfonso Cano, con un mensaje ambivalente. “Mi gobierno está abierto a cualquier conversación que busque la erradicación de la violencia y la construcción de una sociedad más próspera, equitativa y justa. Eso sí, sobre premisas inalterables: la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación.”

El otro actor del violento conflicto colombiano, el paramilitarismo, no mereció ni una alusión en el primer pronunciamiento del nuevo gobernante.

Ese era el pasaje de su alocución que muchos esperaban debajo de sus paraguas blancos para medir si el nuevo mandatario, surgido de las fuerzas oficialistas, daría alguna pista sobre su disposición a liberarse de la poderosa sombra de su antecesor, el popular Álvaro Uribe.

Sin embargo, Santos dio señales en sentidos opuestos. Por un lado soltó la frase “la puerta del diálogo no está cerrada con llave”, que fue recogida como cabeza por muchos medios locales.

Pero también concedió parte de su retórica al belicismo uribista, al prometer que “a las organizaciones ilegales las seguiremos combatiendo sin tregua ni cuartel”.

Se extendió: “a los grupos armados ilegales que invocan razones políticas y hablan otra vez de diálogo les digo que estaré abierto a cualquier negociación que busque la erradicación de la violencia y la construcción de una sociedad más justa. Eso sí, sobre premisas inalterables: la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación”.

Y remató: “es posible tener una Colombia en paz, sin guerrilla, y lo vamos a demostrar por la razón o por la fuerza”.

La ceremonia de los paraguas
La ceremonia de posesión presidencial fue una puesta en escena simétrica en la bella Plaza de Bolívar, en el corazón de un Bogotá con clima londinense. Incluso la lluvia que arreció en el momento cumbre parecía haber sido prevista como parte del montaje. No se llenaron las 5 mil sillas dispuestas en la explanada, que se extiende en el corazón del antiguo barrio de la Candelaria, pero los que sí asistieron recibieron paraguas blancos, con pequeñas manchas con los colores colombianos. Obviamente todo el espacio, varias cuadras a la redonda, estuvo blindado por un enorme operativo policiaco-militar. A final de cuentas, Colombia es un país en guerra.

Una rápida visita al mundo indígena
Antes del ritual republicano, Santos había programado el día de su ascenso al poder con una visita al mundo indígena del país que ninguno de sus antecesores había contemplado. En la mañana voló hacia la Sierra Nevada de Santa Marta para una “toma de posesión espiritual”, ante los líderes de los indígenas koguis, arhuecos, kankuamos y wiwas, pueblos originales de esas montañas.

El ritual fue televisado. Se vio a Santos rodeado de su familia, todo vestido de blanco, descalzo, sentarse en una piedra sagrada, en un sitio ceremonial llamado Zyemwa, entre los departamentos de la Guajira y Magdalena. Fue ungido con un bastón de mando y varios símbolos religiosos. Pero poco se habló del contexto de esa región.

En la Sierra Nevada habitan cerca de 40 mil indígenas. Desde hace 30 años esa remota zona fue presa de conflictos sucesivos. Los mariguaneros de los años 80, las guerrillas que en los 90 proliferaron y capturaron buena parte de los territorios. A partir de 2001 llegaron las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que perpetraron grandes masacres para desalojar del área a los guerrilleros y de paso apropiarse de las tierras de las comunidades. Mientras, el batallón de alta montaña del Ejército bombardeó sin tregua la zona.

Decenas de miles de asesinatos, capturas, torturas y desplazados fueron la secuela de estas décadas. Y nada se ha solucionado todavía.

¿Y Mockus?
Juan Manuel Santos compareció por vez primera como presidente “de la unidad”, como insiste en sus declaraciones, con un consenso poco usual en la política. Nadie vio por la Plaza de Bolívar a quien apenas hace dos meses aparecía en la prensa internacional como el personaje que podía arrebatar el triunfo en las urnas, Antanas Mockus, candidato de un movimiento llamado Partido Verde. Las encuestas, el entusiasmo de universitarios de clase media adictos al Twitter y al Facebook y una fina estrategia electoral que inflaron un falso liderazgo hicieron que los ojos del mundo voltearan a ver al exótico profesor de apellido lituano.

¿Sería capaz de desbancar al candidato de la oligarquía, al delfín de Uribe? El fenómeno de la ola verde se desplomó en el primer round. Hoy nadie se acordó de Mockus.

Lo cierto también es que al lado de Santos no aparece ninguna fuerza opositora de consideración. Aparentemente gobernará, al menos en una primera etapa, sin contrapesos. Antes de la segunda vuelta los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, lo mismo que Cambio Radical, que fue la tercera fuerza electoral, se sumaron al santismo. También lo hizo desde la izquierda –sin consultar con su partido– el candidato de Polo Democrático, Gustavo Petro, quien se puso al servicio del triunfador. El Polo, por lo pronto, quedó marcado por una profunda crisis.

El único opositor que Santos tendrá enfrente será, paradójicamente, Álvaro Uribe, quien hoy abandonó con su esposa e hijos –acusados de fraude– la casa presidencial de Nariño en medio de una atronadora ovación.

No fallaremos a los pobres
Por lo pronto, Santos sí marcó indirectamente un distanciamiento con su antecesor, a quien se critica ampliamente por haber abandonado la agenda social y haber permitido que se profundizaran las condiciones de desempleo y empobrecimiento: “A los pobres de Colombia no les fallaremos”, expresó.

Su acento en el combate a la pobreza no escapó, sin embargo, a su formación neoliberal: “Vamos a defender al campesino colombiano, vamos a convertirlo en empresario para hacer de cada uno un próspero Juan Valdez”, el zar del café que con su emporio ha logrado impedir a la trasnacional Starbucks clavar su pica en Colombia.

Otro de los temas más delicados de la agenda interna es una reforma agraria capaz de revertir los despojos masivos de tierras campesinas a consecuencia del conflicto armado, de la expansión del poder paramilitar y de los megaproyectos agropecuarios y mineros. El tema fue abordado por Santos en estos términos:

“Los fenómenos del narcotráfico, el terrorismo, la violencia, que ha sufrido nuestro país hicieron que buena parte de las mejores tierras terminaran en manos de agentes de la violencia. Eso lo vamos a reversar.” Prometió que pronto llegará al Congreso una iniciativa de ley de tierras, con mecanismos de extinción de dominio, que permitiría que predios incautados al crimen organizado “regresen a manos campesinas”. Para que ello prospere, sin embargo, existe un obstáculo del tamaño de una montaña: buena porción de los legisladores vienen precisamente de la llamada parapolítica y pertenecen incluso a partidos organizados por los propios poderes regionales paramilitares.
Blanche Petrich, La Jornada, 8 de agosto.

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