Se divide Tucson por la ley antimigrante SB 1070

A un costado del Hotel Congreso pasa el tren por unos rieles que necesitan aceite. El sol quema y los cuerpos se deshidratan pese a que hoy inició la supuesta temporada de lluvias de Tucson. Son cerca de las tres de la tarde y cuatro hombres morenos con mochila al hombro, bañados en sudor, salen de entre la maleza, rumbo al centro de la ciudad.

La locomotora arrastra diez vagones y lanza un sonido estruendoso que irrumpe en las calles de Tucson que a esta hora tienen la tranquilidad de las ruinas clásicas. El grupo de hombres salido de la maleza lleva paliacates para limpiarse la cara y se mete a la avenida Congreso, por donde está el salón Rialto, que lo mismo anuncia a Cindi Lauper que a Ramón Ayala para este mes. En una de las paredes laterales del centro de espectáculos hay un par de murales: uno de ángeles y demás seres extraterrestres hecho por Salvador Durán, y otro más de indios y vaqueros, divididos por una imagen de la estatua de la libertad en forma de calavera.

Ninguno de los cuatro hombres ve las pinturas. Ni siquiera de reojo. Caminan apresurados por la banqueta, dejando atrás aparadores con instrumentos musicales, peluquerías, una tienda con artículos irlandeses y un café llamado “Shot in the Dark”, que tiene un letrero en español en su entrada advirtiendo: “Nosotros no somos racistas. No a la 1070”.

Al llegar al Iguana café entran en él sin notar los anuncios que ofrecen chimichangas y burritos, así como cerveza fría. Una canción de The Doors suena en la rockola, que luego proyectará una de Kiss y después una de Bronco, hasta repetir puras canciones mexicanas, entendiéndose como mexicanas lo mismo una de José Alfredo Jiménez que una de OV-7 o de Selena y Los Dinos. Detrás de la barra del sitio mexicano están una joven de pelo negro y un hombre de bigote cano con el que hablan en español.

—Andan bien perros. Te dije que por eso no quiero caminar en la calle —le dice uno de los cuatro hombres al de la barra.

—Parece que ya pararon las redadas, porque una jueza lo ordenó —le responde éste.

—Como quiera mejor no nos vamos a confiar.

Los cuatro hombres llegados al Iguana Café son de Ciudad Juárez y se vinieron a trabajar a Estados Unidos pese al endurecimiento de las leyes locales, ya que carecen de papeles para hacerlo legalmente. “No tenemos de otra, pero gracias a Dios ya estamos aquí. Ya falta menos para llegar adonde vamos. Aquí en Arizona no nos vamos a quedar mucho”, explica uno de ellos, el que lleva en el cuello un rosario de la Virgen de Guadalupe. Van para Utah, sólo les falta superar la última prueba: atravesar el condado de Maricopa, donde está el sheriff Joe Arpaio organizando redadas desde el jueves pasado. Lo harán en los próximos días, junto a otros compañeros del viaje que se retrasaron por ahí en el desierto y a los cuales esperarán.

Hasta ahora los cuatro de la expedición dicen que han corrido con suerte. No se han topado con ningún policía en Tucson. La única escaramuza ha sido con un vaquero barrigón y de barbas rubias que los increpó en la calle y les preguntó en inglés qué era lo que hacían en Estados Unidos. El tipo llevaba ropa vaquera y una gorra que decía con letras azules, rojas y blancas: “This is America! Speak english”.

“¿Que qué hacemos aquí?”, se pregunta en voz alta el del rosario de la Virgen de Guadalupe. Luego se queda callado, antes de contestarse a sí mismo: “Pues ya no sé si nos estamos huyendo de Juárez o si estamos con lo del pinche sueño americano, o le estamos pegando al peligro nada más, la verdad”.

Tucson • Diego Enrique Osorno, enviado, Milenio, 2 de agosto.

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