Como en los viejos tiempos


Estaban felices. Muy alegres. Tan contentos. Tan rojos. Tan unánimes. Tan enriquepeñanieto.Así estaban este frío y lluvioso domingo los priistas…
No había, como en 1999 y en 2005, cuando se perfilaban para perder los comicios presidenciales de 2000 y 2006, mandíbulas trabadas y miradas rencorosas producto de sus divisiones. Nada: puras sonrisas, abrazos, palmadas. Pura camaradería. La unión del antiguo partido de Estado convertida en carcajadas y miradas chispeantes. La unión reflejada en su orgullo renovado por seguir siendo lo que son: priistas. Priistas disciplinados de nuevo. Como en los viejos tiempos, como antaño, todo era unanimidad. Así que, después de extrañar por más de cuatro mil días Los Pinos, el PRI era la vociferante imagen de la unidad plasmada en un solo grito: “¡Se ve, se siente, Enrique presidente!”.
—Y si este día ya no había cargada tricolor, porque el término les molestaba a los priistas, lo que ocurría en el viejo edificio de Insurgentes Norte…se le parecía mucho: al registrarse como precandidato único Enrique Peña Nieto, acompañado de su esposa y sus cinco hijos, anunciaba en el auditorio Plutarco Elías Calles que… los 32 comités estatales del país y los sectores de su partido (obrero, campesino y popular)… lo apoyaban. Todos. Sin disidencias.
Cargada tricolor, no. Entonces…la… recargada peñista. La marabunta roja: alrededor de 800 invitados, 800 licenciados, se saludaban entre butacas y en los pasillos. Se hablaban de nuevo como en sus mejores días: “¿Cómo está licenciado?” “Bien, licenciado, aquí, presente”. El abrazo, la promesa: “Sí, licenciado, nos llamamos para organizar todo, porque esto, aunque esté ganado, lo tenemos que ganar con votos”. “Así será licenciado, todos listos para apoyar al licenciado Peña Nieto”. Los licenciados…
—Los licenciados que casi llenaban el lugar, el auditorio, se disciplinaban hasta en la ropa: todos, absolutamente todos los hombres que llevaban traje lo portaban oscuro. Pero no sólo eso: todos, unánimes, iban ataviados… con corbata roja. Inclusive un grupo de licenciados del Estado de México, unos 20… llevaban exactamente la misma corbata. “¿Las compraron por mayoreo en el Buen Fin?”, se les preguntaba. Y no, no se molestaban: se carcajeaban. Nada les molestaba este domingo a los priistas.
Nada de enojos y divisiones. Nada. Y los licenciados más jóvenes, los más chavos, eran los más orgullosos en su concordancia. Iban por ahí caminando y chateando en sus Blackberry y sus iPhone con el look oficial, el más envidiado: impecables trajes y cabellos… con copete y gel. “Son los peñitas”, decía un veterano priista, pero no vaya usted a creer que lo comentaba en tono de burla. No, hablaba con orgullo: “Son el nuevo rostro del partido”.
Todos unidos. Unidad de generaciones por el mismo hombre: ahí estaban los “viejos”, como Joaquín Gamboa Pascoe, el octogenario líder de la CTM; Humberto Roque Villanueva, Jorge de la Vega Domínguez, José Antonio González Fernández, Beatriz Paredes y Mariano Palacios Alcocer, ex dirigentes nacionales del PRI, a quienes se les unían Pedro Joaquín Coldwell, Emilio Chuayffet, José Murillo Karam, Arturo Montiel (el mismísimo padrino político de Peña Nieto), Enrique Jackson, José Murat, Francisco Rojas, y Emilio Gamboa Patrón. Y la actriz Carmen Salinas.
Y ahí estaban los nuevos, como Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México; Javier Duarte, de Veracruz; César Duarte, de Chihuahua, o Luis Videgaray, el hombre de las cercanías de Peña Nieto. Más adelante llegarían Humberto Moreira, el actual dirigente del PRI, y el boxeador Juan Manuel Márquez, quien aseguraba a MILENIO que no, que el PRI no había mandado pagar el logotipo que usó en su calzoncillo durante la pelea contra Pacquiao, que había sido iniciativa suya, pero que ahí estaba, “orgulloso de apoyar al licenciado Peña Nieto en 2012”.
Y luego, afuera, en el enorme estacionamiento del edificio del PRI, se leía: “Entrada a Palacio Nacional. EPN. Enrique Peña Nieto”. Eso había escrito en una cartulina una fan del político. Los miles de danzarines priistas (unos 8 mil, 250 por estado, casi todos de camisetas y gorras rojas), quienes bailaban toda clase de ritmos mientras esperaban a su ungido, se sentían a las puertas de la Presidencia. “Esperamos más de una década”, decía Peña. La euforia: una chica atrevida puso en su camiseta: “Enrique, hazme un hijo”.
Era el mitin de unción de abuelos, padres, hijos, hermanos, novias, madres de sus hijos, y de los licenciados del único precandidato del PRI: el unánime Enrique Peña Nieto…
Juan Pablo Becerra-Acosta M., Milenio, 28 de noviembre.

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