Esta década marcó el fracaso del Protocolo de Kioto, ideado en 1997 para comprometer a los líderes mundiales a frenar la emisión de los gases de efecto invernadero, principalmente el dióxido de carbono. El protocolo establecía metas para 37 países industrializados y la comunidad europea. Pero Estados Unidos, el segundo país más contaminante después de China, se negó a ratificar el acuerdo, que entró en vigor en 2005 y expira en 2012.
Los países ricos, que generan más emisiones, exigen de las naciones en desarrollo que se comprometan a mayores recortes de sus emisiones. Éstos, a su vez, se quejan de la carga económica que estas acciones les representan, sin ser ellos los que más daño causan a la atmósfera. Mientras las discusiones y desacuerdos se extienden, la amenaza climática continúa su curso.
La más reciente oportunidad de alcanzar un acuerdo para frenar el deterioro ambiental se perdió este mismo mes, cuando las naciones integrantes de la ONU fueron incapaces de alcanzar un acuerdo vinculante durante al cumbre climática celebrada en Copenhague.
“Estamos pisando el acelerador y nos estamos dirigiendo al abismo”, había advertido en septiembre el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Los escenarios más terribles, para los cuales se preveía que aún faltaba tiempo, “están ocurriendo ahora”, dijo.
El clima es hoy impredecible. En el sur de África, las sequías que antes eran de cada 10 años, parece que llegaron para quedarse. El deshielo del Ártico y de los glaciares en el Himalaya es evidente y, con él, el aumento en los niveles del mar, que la ONU pronostica llegará a 59 centímetros para el año 2100.
Para muchas islas, el aumento del nivel del agua significa sólo una cosa: la extinción. Es el caso de las Maldivas, una cadena de 200 islas que en 2004 sufrió los estragos de un tsunami que sumergió gran parte de la zona por varios minutos. Hace un año, el presidente Mohamed Nasheed anunció que el gobierno empezaría a reservar una parte de los ingresos turísticos para comprar un nuevo territorio. “No podemos hacer nada para detener el cambio climático nosostros solos, así que tenemos que comprar tierra en otra parte. Es una póliza de seguro para nuestro peor escenario”, dijo al anunciar su decisión el hombre al que la revista Time clasificó este año como uno de los “Héroes del Medio Ambiente”.
Los efectos del calentamiento global resultan todavía más dramáticos al evaluar las cifras que tanto la ONU como otras organizaciones han revelado en estos últimos 10 años. En 2007, la Organización Mundial de la Salud señaló que a este fenómeno pueden atribuirse, cada año, la muerte de unas 154 mil personas y que para el 2020 la cifra se duplicará. En 2008, el organismo advirtió que las enfermedades relacionadas con el calentamiento planetario, como la diarrea, la malaria y la desnutrición, causan 3.5 millones de muertes por año. Unos 200 millones de niños se verán afectados cada año en la próxima década por el incremento de los desastres naturales, que cada vez serán más intensos.
Según la organización Save The Children, en el este de África hasta 20 millones de personas viven bajo la amenaza del hambre extrema, debido en gran parte a las sequías. Europa y EU no se han salvado de los efectos del cambio climático, que no respeta fronteras ni poderío. La primera enfrentó en el verano de 2003 una oleada de calor que, según estimados, mató hasta a 70 mil personas. En 2005, una parte de la ciudad estadounidense de Nueva Orleáns quedó sumergida debido al huracán Katrina, que mató a unas mil 800 personas.
En estos 10 años se acuñó también el término de “refugiados climáticos”, aquellos que han tenido que abandonar sus hogares, donde las lluvias torrenciales o las sequías hacen ya imposible vivir. Hoy se habla de 26 millones de personas en esa situación. Para el 2020, serán alrededor de 50 millones.
El cambio climático es un fenómeno que evidencia que el peor enemigo del hombre es el hombre. Es la lucha por la supervivencia. Los próximos años definirán nuestro éxito o fracaso.
Guadalupe Galván, El Universal, 22 de diciembre.
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