Cuando en febrero hizo su aparición en Nashville, Tennessee, durante la primera convención nacional del movimiento Tea Party —una nebulosa constelación de independientes y extremistas xenófobos que han tomado por asalto al Partido Republicano—, el ex congresista republicano por Colorado fue aclamado cuando arremetió contra la comunidad latina, al asegurar que electores que “ni siquiera pueden leer o pronunciar la palabra VOTO en inglés” habían conseguido llevar a la Casa Blanca a “un ideólogo socialista como Barack Hussein Obama”.
Hoy, con el resurgimiento del sentimiento antiinmigrante, personajes como Tancredo vuelven a gozar de una buena racha en Estados Unidos. Apenas el pasado viernes, el ex congresista sorprendió al anunciar su candidatura a la gubernatura de Colorado. Aunque sus posibilidades como candidato del Partido Constitucionalista son más bien escasas, su vuelta a la escena marca el retorno del fervor antiinmigrante que se ha convertido en el mejor caldo de cultivo para el renacimiento de figuras como la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, o el alguacil del condado de Maricopa, Joe Arpaio.
En EU, este sentimiento no es cosa nueva; tan viejo como los pilares sobre los que se fundó esta nación, el virus del odio racista y la intolerancia suele reaparecer en tiempos de crisis o de guerras. Este nuevo ciclo de crisis económica y de inseguridad, en medio de las guerras en Irak y Afganistán, no ha sido la excepción, particularmente cuando el sentimiento antiinmigrante se ha convertido en el más eficaz recurso en tiempos electorales para remontar en los sondeos.
Al igual que sus antecesores en la defensa de prácticas de segregación o de deportaciones masivas, el rostro de la intolerancia contra la inmigración se encarna hoy en figuras como Brewer, Arpaio, Tancredo, Sarah Palin, John D. Hayworth y Pearce Russel. Sus efectos han contagiado incluso a antiguos defensores de una reforma migratoria como el senador por Arizona, John McCain, quien hoy se presenta sin ningún rubor como un converso de la causa antiinmigrante, todo con el fin de reelegirse en el cargo en las elecciones intermedias de noviembre.
Las consignas contra la inmigración indocumentada son hoy la música de fondo de quienes quieren permanecer a la cabeza de marchas triunfales y nacionalistas, la receta de quienes prefieren exigir la expulsión de los “sin papeles” y el cierre de las fronteras a cal y canto para asegurarse una victoria en el corto plazo.
“En el corto plazo, los republicanos saldrán ganando con esta oleada antiinmigrante en boca de sus candidatos. Pero, en el largo, no hay dudas de que corren el riesgo de perder para siempre a la base electoral hispana”, dijo el analista político, Dan Balz.
La estrategia de apostar por el sentimiento antiinmigrante preocupa a algunos de los más respetados estrategas republicanos. Entre ellos Karl Rove, el principal estratega de George W. Bush y una de las pocas voces de la tribu republicana que se ha atrevido a criticar abiertamente la ley SB1070, por considerar que, a la larga, alejará a la comunidad hispana.
En un reciente escrito dirigido a sus colegas republicanos, otro estratega conservador, Brandon Greife, advirtió contra los riesgos de seguir explotando electoralmente el sentimiento antinmigrante. “Hasta ahora, los republicanos sólo hemos conseguido que se nos tilde de xenófobos cuando se trata de discutir la inmigración. Pero, si tomamos en cuenta que la comunidad hispana será mayoría en el 2050, no tendremos más remedio que cambiar para seguir siendo una formación política viable en el largo plazo”, aseguró, para dejar entrever la creciente preocupación que se respira entre las filas del Partido Republicano ante el resurgimiento de los extremistas que explotan el sentimiento antiinmigrante.
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