Los desafíos del nuevo presidente colombiano

BUENOS AIRES.— Si la tarea por delante ya era difícil para Juan Manuel Santos cuando, en junio último, se convirtió en presidente electo, hoy, cuando reciba los atributos de mando del presidente Álvaro Uribe, ya es titánica. No sólo por la vasta agenda de pendientes que hereda —entre otros asuntos, el de acabar con la guerra interna—, sino por tener que restablecer en el cortísimo plazo las relaciones con Venezuela.

Cuando los intentos por tener la fiesta en paz hasta el final de la era Uribe comenzaban a convertirse en algo más que intentos, “los enemigos íntimos”; es decir, el saliente mandatario colombiano y su par venezolano, Hugo Chávez, se encargaron de tirar del mantel y romper lo que quedaba de la vajilla bilateral.

Todo, cuando Santos ya había dado muestras de acercamiento con Caracas y Ecuador y cuando comenzó a mostrar signos de diferenciación y de cierta distancia con su mentor presidencial y su jefe político. “Ahora no sólo tiene que trabajar para restablecer relaciones con Venezuela sino intentar diferenciarse todo lo posible de Uribe, aun cuando logró ganar con los votos del uribismo duro”, opina el analista Hernando Gómez.

La deuda social colombiana es altísima. La corrupción —contra la promesa de Uribe hace ocho años— se desató, a decir por las denuncias y las causas que se siguen la Fiscalía y en el juzgado, y el narcotráfico y las FARC siguen siendo las preocupaciones centrales para un presidente en su primer día en el segundo piso del Palacio de Nariño.

Pero el empresariado ya le avisó a Santos que la relación con Venezuela es vital para sus balances.

La canciller designada María Angela Olguín ya dispuso de una batería de acciones y contactos en Caracas para aminorar la animadversión y dar señales de acercamiento en las primeras semanas del nuevo gobierno.

El obstáculo comercial

En términos comerciales, Santos deberá medirse ante otro obstáculo. El peso colombiano se apreció 12% en lo que va del año y amenaza la competitividad de las exportaciones, principalmente las de petróleo, café, banano, textiles y flores, amén de intentar achicar la desocupación, que oscila entre 12 y el 14%.

Ya en términos políticos, habrá que ver los primeros movimientos del nuevo presidente para saber si finalmente, como amagó Santos en estas horas, se decide a construir una base política propia o sigue dependiendo de la de su antecesor, quien se retira con una popularidad altísima y con ganas de seguir tallando políticamente y si, como dijo ayer el vicepresidente Angelino Garzón, el gobierno no le cerró las puertas a la guerrilla para negociar la paz.

En el entorno de Santos sienten que Uribe le fue construyendo obstáculos en los últimos meses para controlar cuotas de poder en el Parlamento y en otros despachos, que suelen funcionar como resortes institucionales.

De hecho, ayer, durante el encuentro de empalme de ambos mandatarios, Uribe se sinceró como pocas veces en estos ocho años: “El país va bien, pero hay problemas serios”. La pobreza y la desigualdad social (que ubica a Colombia en segundo lugar detrás de Paraguay en esta materia), el narcotráfico y el paramilitarismo contaminando la acción política y la caliente vecindad con Venezuela son los inconvenientes más serios que enfrentará la administración Santos.

Salvo que la Justicia termine avanzando sobre Uribe y algunos miembros de su familia, acorde a las investigaciones en curso. Ahí no sólo será un problema adicional para el nuevo gobierno sino también el símbolo de que otra era, más institucional y menos personalista que la que acabó ayer, comenzará a vislumbrar en el país con Santos como presidente.

José Vales corresponsal, El Universal, 7 de agosto.












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