El fin del sueño (III)

 'Cambio tu dinero a pesos. Si vas a México, los necesitas", grita en Tecún Umán un viejo obeso y desaseado apenas ve bajar a los migrantes del humeante camión que los trae desde la ciudad de Guatemala.

"Hotel, comida, te doy alojamiento barato", se interpone otro guatemalteco con bermudas y sandalias, que insiste y toma a los recién llegados del brazo.

La escena se repite entre el tumulto, las propuestas parecen no tener fin. Pero la desconfianza impera entre los migrantes.

Aquí, en este lugar conocido por los centroamericanos como "la pequeña Tijuana", si uno no se anda con cuidado puede perder rápido el dinero que tanto esfuerzo le costó reunir. Quedarse sin nada cuando alcanzar Estados Unidos es todavía una meta lejana.

El recelo existe, pero el miedo se impone en los rostros de los migrantes que aceleran el paso hacia el centro de Tecún Umán, a seis calles de la parada del bus.

"Suban. Hey, amigo, te llevo por 10 quetzales (16 pesos). Mira, hazme caso, no te voy a robar", bombardea Bernardo, conductor de un taxi triciclo que interpone al paso de los asustados migrantes.

No piensan ceder ni un quetzal. Afianzan sus mochilitas y se van abriendo camino entre charcos y lodo. Casi oscurece y les urge un descanso.

Por la mañana ya estarán en territorio mexicano.

 
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Tecún Umán hace frontera con Ciudad Hidalgo, en Chiapas. Con cerca de 30 mil habitantes, es un lugar peligroso.

De camino al centro surgen jóvenes tatuados o harapientos que piden dinero para una garrafa de aguardiente. La amenaza está en el aire.

"Aquí cualquiera trae una navaja o una pistola", dice Bernardo. El taxista guatemalteco no deja de pedalear su triciclo azul, con asiento para dos personas. Suda por los 35 grados centígrados de temperatura.

Los asaltos y los homicidios abundan debido a la fuerte actividad comercial que se genera y la constante migración de centroamericanos a México.

Las balsas que cruzan el río Suchiate transportan de Guatemala a México frutas, verduras y textiles. Regresan con latas de frijoles, chiles, aceite vegetal, refresco, cerveza y azúcar.

Llevan centroamericanos con sueños y traen coyotes en busca de clientes.

"Esos te dejan allá (en Chiapas) botado, no cumplen con llevarte", advierte Bernardo sobre un grupo de polleros que ofrece sus servicios en el parque del centro de la ciudad, adornado con palmeras y una estatua blancuzca del guerrero quiché Tecún Umán, el héroe nacional derrotado por el conquistador Pedro de Alvarado.

En el día, migrantes y estudiantes de secundaria comparten el jardín. Los primeros descansan en el pasto, y los segundos toman helado en las bancas de madera.

No sólo Tecún Umán, en el fronterizo Departamento de San Marcos, sirve de paso a México. Los migrantes cruzan también por El Carmen y La Mesilla, en el Departamento de Huehuetenango, y por El Naranjo, en el Departamento de Petén.

Cruzan con o sin coyote, en balsa o sorteando la dócil corriente del Suchiate.

En Tecún Umán, los polleros esperan clientes afuera del mercado, en el parque, en los bares y en las orillas del río.

El administrador de un hotel del centro, que alquila habitaciones por 90 quetzales (140 pesos), calcula en un millar el número de coyotes que todos los días prometen un camino fácil al migrante.

"Puro engaño. Unos hasta te llevan con los Zetas", asegura el guatemalteco, originario de un poblado cercano, Tierra Colorada, a unos 25 kilómetros al sur de Tecún Umán.

A los migrantes que se hospedan en sus cuartos les recomienda que mejor lleguen como puedan hasta Tapachula y allá consigan mejores opciones para moverse en carretera y evitar el tren.

Con el hotelero coincide un policía del Departamento de San Marcos. "Polleros hay de a montón, pero se sabe que casi todos timan", dice mientras disfruta del aire acondicionado de su patrulla.

 
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Los operativos en Chiapas del Instituto Nacional de Migración, la Marina, el Ejército y la Policía Federal son el principal argumento para que Sergio, un costeño de Coatzacoalcos, anime a los migrantes a contratar sus servicios como pollero.

"En caliente", como dice, es capaz de llevar hasta 12 migrantes a Arriaga. Cobra mil pesos por persona. "Anímate, gente, este es el principal tramo donde te pueden atorar. Ya en Arriaga, eres libre arriba del tren", dice el jarocho.

Hay polleros de todas las nacionalidades: mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y hasta panameños.

Sin dar detalles, Sergio afirma que las autoridades de México lo conocen porque les proporciona una cuota mensual. Dirige su oferta a seis migrantes que, sentados en la plaza de Tecún Umán, comen queso con tortillas y una salsa entomatada.

Dudosos, dos hombres que se dicen salvadoreños le ofrecen a Sergio mil pesos por ambos. "No, pues, no me sale", se molesta el coyote. La negociación se rompe.

Otro pollero pide 3 mil pesos por trasladar a los indocumentados hasta Tuxtla Gutiérrez en su tráiler con doble fondo. Allá salen camiones cada hora a la Ciudad de México, les dice. Espera reunir por lo menos diez para que le convenga el viaje.

El mercado migratorio sigue su curso. Unos ofrecen, los otros demandan.

En sus propuestas no aluden a los riesgos que implica el paso por México, ni a las muertes de migrantes reportadas de manera habitual. El traslado es seguro, dicen.

"Vamos, paisano, vámonos pues, allá (en la frontera de México con Estados Unidos) hasta conozco gente que te consigue trabajo", anima otro coyote.

Sergio alerta al migrante que no logra convencer: "Nomás no te me apendejes y vayas a contratar a Zetas".

 
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Son las seis de la mañana de un lunes en Tecún Umán. Hay viento fresco, pero no tarda el calor. Es la hora del movimiento, ya sea para llevar y traer mercancía a Ciudad Hidalgo... o para migrar.

Es la última parada antes de enfrentarse al calvario que significa para muchos atravesar México. Aquí es donde se decide dar el todo por el todo.

Cruzar la frontera pone los nervios de punta a los migrantes. Viene lo más difícil: evitar a los Zetas, correr si hay autoridades, alertar si ven pandillas y no perder la esperanza de llegar.

"Venga, compa, mucha suerte", se desean dos guatemaltecos que suben a una balsa. Pactan con un apretón de manos estar juntos en las buenas y en las malas.

Algunos ya negociaron con su coyote. Viajarán escondidos en camiones con poca ventilación, agazapados en la batea de alguna camioneta, o encubiertos en autobuses de pasajeros. Los más osados se internarán en la selva chiapaneca para intentar llegar hasta Arriaga y ahí esperar la salida del tren que los acercará a la frontera norte.

Esto pese a los peligros que significa subir a "la Bestia". Saben que pueden caer y morir, quedar mutilados en algún jaloneo del tren, o ser abordados por los Zetas en cualquier vuelta del camino.

La primera meta es llegar a Arriaga, analiza Xavier, un guatemalteco de Chiquimula, departamento localizado a 168 kilómetros al oriente de la capital.

"Ahí está el Hogar de la Misericordia", suspira mientras lee una libretita, donde ha apuntado la dirección de ese lugar donde reciben al migrante con ropa, alimentación, atención médica y una cama donde dormir.

Xavier, de 26 años, quiere dejar atrás la pobreza. Llegar a Los Ángeles para ganar los dólares que le permitan comprar un terreno en su pueblo y proporcionarle un techo a su hermana de 20 años, que se ha quedado sola con sus dos primas.

Al caminar arrastra un pie. Un azadón le dejó una herida en la rodilla cuando trabajaba en la milpa. Pero ni eso es impedimento para recorrer los 300 kilómetros que lo separan de Arriaga apenas atraviese el Suchiate.

 
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Fernando, de 40 años, es un salvadoreño que compartió los sueños de los migrantes que suben a su balsa. De eso hace ya casi 10 años.

Recuerda que llegó a San Antonio por Reynosa. En esos ayeres no existía tanta violencia. "Había abusos de la migra gringa, pero en México no mataban a los migrantes como ahora".

La mayor incertidumbre para cruzar México tiene que ver con los Zetas y la violencia que han desatado. "Aquí en Tecún ha disminuido el flujo de gente por eso", dice el balsero, que descansa en un tejabán donde come ceviche y toma una cerveza.

El salvadoreño fue deportado en 2003 a su país. En 2005, intentó cruzar de nuevo la frontera, pero un operativo del Ejército en Tapachula lo hizo regresar a Tecún Umán, donde se empleó en el campo, en la pizca de fruta. Desde hace tres años trabaja con la balsa. Un guatemalteco le cede un turno en el Suchiate.

"Ya no pienso irme. Si antes era complicado, ahora más con esos mentados Zetas".

La corriente del Suchiate es mansa. El traslado de gente y mercancía tiene lugar a 200 metros del puente "Doctor Rodolfo Robles", donde está la aduana.

En el punto conocido como El Limón, un policía guatemalteco espera bajo un árbol el paso de los triciclos con mercancía. Si van muy cargados, pide una "cooperación" de hasta 300 quetzales (unos 500 pesos); si no, se conforma con 100 quetzales (160 pesos). La amenaza de mandarlos a la aduana es el último recurso, cuando la negociación fracasa.

Pura rutina. "Todo el mundo sabe eso, todo es dinero, para ir, venir, traer o llevar. El pisto es el que mueve", dice Fernando.

Su hermano se fue apenas en diciembre. Llamó en febrero desde San Luis Potosí, pero desde entonces no ha tenido noticias suyas. No agrega más. Da un trago a la cerveza y se limpia las lágrimas con una servilleta.

 
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Se oye música en Tecún Umán. En la llamada zona roja deambulan migrantes, narcomenudistas y prostitutas.

Esta área es famosa por su violencia. Hoteleros y dueños de restaurantes recomiendan no acercarse ahí después de las 20:00 horas. Quien se aventura lo hace bajo su propio riesgo. No hay policías.

Las mesas de plástico del bar "La Esquina" lucen vacías. Una canción de Banda Machos suena a todo volumen en una sinfonola digital. Al pedir se paga. En la mesa sólo hay un salero y dos limones partidos amarillentos.

La mayoría de estos bares presume perforaciones de bala en sus puertas y paredes. Eusebia, una salvadoreña que vende cervezas y, si se requiere, también compañía, asegura que son comunes las escaramuzas entre narcos, entre coyotes, y también entre migrantes. Una vez que el alcohol circula, nadie se salva.

Ella está varada en Tecún Umán. No piensa regresar a El Salvador, pero tampoco ha podido reunir el dinero suficiente para continuar viaje a Estados Unidos.

Muestra los machetazos en la barra de madera y varios vidrios rotos a causa de los botellazos. Las cicatrices en su cara y brazos también hablan de esas refriegas.

Al fondo, dos mujeres fuman con las piernas cruzadas. "Varias estamos así, pero pasar por México ahora, ni locas", grita Eusebia para hacerse entender por encima de la música.

Ya no quiere estar en Tecún Umán, pero no tiene alternativa. "En México, te violan o te secuestran". Ya fue mesera, ya lavó ropa ajena y ahora intenta sobrevivir en este bar. Lleva así desde hace un año.

Son muchos los migrantes que, como Eusebia y Fernando, se quedaron aquí empantanados, a unos metros del Suchiate, temerosos de cruzar un país sembrado de tumbas.

Así se ve México desde este lado del puente.

 
 
 
Viajar en un tráiler a Tuxtla cuesta 3 mil pesos a migrantes en Tecún
 
Una vez cruzado el río falta recorrer 300 kms. para subir al tren 
 
 
 Benito Jiménez, Reforma, 27 de noviembre.

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