Para lograrlo, dijo, se requiere aplicar la justicia y elevar los niveles infrahumanos de miseria, hambre e incultura y no quedarse sólo en una seudo cultura de los derechos humanos. Y “rebajar nuestra soberbia y orgullo por la humildad, y elevar nuestro ánimo derrotando el desaliento y el derrotismo y confiando más en nosotros mismos”.
Durante su homilía dominical en la Catedral Metropolitana, cuestionó: “¿Qué ganamos con decir que todos tienen derecho a una sana alimentación, derecho a la salud; qué ganamos con decir que todo ser humano tiene el verdadero derecho a una habitación digna, si no hay los medios para conseguirlo?
Por eso, puntualizó, “no es solamente cuestión de leyes o de cambios en las constituciones, es necesario prepararnos con los derechos humanos pero con hechos, no con gritos en la calle”.
Los seres humanos, advirtió el cardenal, somos como una ciudad hermosa, pero invadida, hasta por debajo de los muros, por la arena del desierto; nos hemos encerrado en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, parecemos un castillo, rodeados por una fosa profunda y con los puentes elevados”.
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