El politólogo Ignacio Marván centra la discusión del actual debate sobre la alianza de los partidos PRD, PT y Convergencia, integrantes de Diálogo por la Reconstrucción de México (Dia), con el PAN, en la confiabilidad de los candidatos que se proponen.
Jesús Ortega, presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática, defiende las alianzas ciudadanas con la participación de partidos, y recuerda: “Cuando recibíamos escisiones priístas veía artículos en periódicos donde nos decían que éramos ‘recoge cascajo’ o ‘basurero’, porque recogíamos lo peor”.
Sostiene que en términos generales, acuerdos electorales con otros partidos han sido benéficos para el perredismo. Ahí está, cita, la del PAN-PRD-PT-PRS con la cual ganaron Nayarit en 1999, y que “permitió un crecimiento importante al partido”. En Chiapas, en tanto, “llevamos dos sexenios ganando. Con sus bemoles… puede haber cosas que algunos no comparten, pero tener siempre gobernantes intrínsecamente del PRD, sin hacer alianzas de ninguna naturaleza, no lo hace ningún partido”.
Defiende que la política de alianzas es para evitar el regreso del PRI al gobierno o que el PAN se mantenga con él. Son medidas, indica, “que no trastocan principios y que tienen el propósito de terminar con cacicazgos estatales y que crezca el PRD electoralmente”.
Sin embargo, apunta Marván, la historia ha enseñado que la mayoría de los gobiernos emanados de estas coaliciones se alejan de los postulados de la izquierda. Antonio Echevarría (Nayarit), Pablo Salazar, Juan Sabines (Chiapas) y hasta Zeferino Torreblanca (Guerrero) se han mostrado más colaboradores con el PAN y actúan al margen de los lineamientos de los partidos de izquierda. Rara vez se les ubica en reuniones de la dirigencia perredista, de donde emanaron sus gobiernos.
Torreblanca Galindo fue uno de los primeros mandatarios en reconocer a Felipe Calderón como Presidente de la República, mientras el candidato presidencial del PRD, Andrés Manuel López Obrador, aún protestaba por fraude electoral en su contra.
Ignacio Marván manifiesta que, históricamente, “la experiencia no ha sido muy positiva. Han salido gobiernos muy indefinidos, como el de Pablo Salazar en Chiapas, pero el problema es bastante más complejo”.
En una alianza para gobernador lo importante es la persona que se postula y ésta “tendrá que formar una coalición más amplia, incluso para gobernar, y deberá hacerlo para todos”.
Por eso la discusión, afirma el académico, debe centrarse en la confiabilidad de los candidatos. Cita que con Gabino Cué, en Oaxaca, “la izquierda no necesita tanta alianza, porque tiene un candidato fuerte. Si el PAN se quiere sumar a esta candidatura es una perspectiva; pero en otros estados, donde el PRD o Dia no tienen candidatos, ¿vale la pena sumarse?, ¿es confiable (el abanderado)?, ¿es alguien con el que se comparten principios? Es muy discutible y vale la pena analizar, por ejemplo, el caso de Xóchitl Gálvez (en Hidalgo), o ¿quién de la izquierda, con un mínimo de coherencia, se sumaría en Veracruz a (Miguel Ángel) Yunes?”
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