Lo que por años decenas de operativos gubernamentales no lograron, lo ha podido el temor. Al menos por ahora. “Ni los polleros quieren cruzar a México. Tienen miedo de que los maten”, dice Milton, un balsero guatemalteco que a diario realiza la corrida por el río Suchiate para llevar migrantes indocumentados y mercancías de Guatemala a Chiapas clandestinamente.
No está solo en su apreciación. “Cruzar está duro. Nadie quiere ir para allá porque o te agarran o te matan”, añade Agustín Gómez, otro balsero guatemalteco. Dice haber perdido hasta 60 por ciento de sus clientes –migrantes centroamericanos a los que cobraba entre 20 y 50 pesos por el cruce—en las últimas tres semanas. “Está muerto acá”.
En este punto de la frontera entre México y Centroamérica, que concentra quizá hasta 60 por ciento de la migración ilegal en la frontera sur, el tráfico de indocumentados se ha reducido notablemente en los últimos meses. El Suchiate, en otros momentos fuertemente transitado, luce semivacío a la que tendría que ser su hora pico, las 3 de la tarde. Son pocos migrantes que buscan hacer el trayecto hacia el norte.
Luego de que en 2010 se recuperara el flujo migratorio tras varios años a la baja –debido a la recesión estadunidense— la mayor vigilancia gubernamental en la frontera con Guatemala, la amenaza de ser víctimas de la violencia y las masacres de migrantes reportadas en San Fernando, Tamaulipas, han cerrado la frontera sur de nueva cuenta.
“Sí se han reducido los flujos en el último año. Los extranjeros tienen mucha preocupación de lo que pasa en México”, admitió Mercedes Gómez Mont, delegada del Instituto Nacional de Migración en Chiapas.
Para dificultad de los migrantes y en medio de una intensa presión pública, el gobierno mexicano ha fortalecido su presencia en las cercanías a Centroamérica. Desde su llegada al cargo hace dos meses, Gómez Mont ha ordenado reforzar los retenes en Tapachula y vigilar los caminos de extravío, las rutas ocultas utilizadas por polleros y coyotes para eludir los puntos de control en el estado.
También se han empleado tácticas nuevas. Lo mismo en Tapachula como en sus poblados cercanos, han comenzado a brotar puntos de revisión móviles para sorprender a indocumentados que se trasladan al norte en el transporte público.
“Llevo sólo dos meses. Pero tenemos que mejorar las cifras de aseguramientos”, indicó Gómez Mont. A la fecha, en apenas 8 semanas de operación bajo su cargo, la delegación en Tapachula ya ha asegurado a casi 6 mil migrantes, 500 más que el año pasado.
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En el Albergue Belén, dirigido por el padre Flor María Rigoni y al que miles de centroamericanos han llegado en los últimos años, la tónica es similar. “Diría que los flujos han bajado en un 65 a 70 por ciento”, estimó el sacerdote de origen italiano. “No creo que sea nada más por lo que ha ocurrido en Tamaulipas. Debe influir también el mercado laboral estadunidense, pero sí hay menos personas”.
Algunos de los migrantes en el albergue admiten que a la par de que los controles migratorios se han hecho más estrictos, el miedo se ha vuelto parte central de su cálculo. “Yo tengo que volver al norte, por Tamaulipas. No es porque quiera”, sostiene Tyson, un hondureño que a principios de este año fue detenido en Reynosa y deportado de vuelta a Tegucigalpa. “Pero todo el camino tendré que esconderme como el ratón del gato”.
Víctor H. Michel/Ciudad Hidalgo, Chis., Milenio, 25 de mayo.
Miedo y agentes en la frontera sur
Derechos Humanos, Migración Medios México miércoles, 25 de mayo de 2011 0 comentarios
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