Atrapados en una doble nacionalidad


TIJUANA.- La primera vez que Christine y Alyssa llegaron a territorio mexicano no les disgustó, a pesar de las horas de vuelo que tuvieron que estar engarrotadas.
Nunca antes habían volado por el cielo mexicano, ni aterrizado en ciudades de grandes cerros, por eso todo era una novedad. Allá en GeorgiaEstados Unidos, sólo había edificios de techos altos.
Seis meses antes de ese día, su padre Josué, un mexicano bajito de piel color chocolate, fue deportado. Originario de Guerrero, migró a los 14 años para “el otro lado”, desde entonces sus días fueron como los soñó: un buen trabajo en la construcción, dinero para el sur y, lo mejor, se casó con su “güerita” Christine, una americana flaquita de sonrisa tímida.
Sin embargo, las multas de tráfico no le permitieron regular su situación migratoria, por eso aceptó la deportación voluntaria, con el propósito de poder regresar algún día y, con ayuda de su esposa, vivir sin la zozobra de la repatriación.
Primero llegó solo, en lo que se acomodaban las cosas. Se rentó una vivienda de interés social hasta la zona este de Tijuana, en una colonia popular llamada Cañadas del Florido. Dice que su plan no era traer a las niñas ni a la “güerita”, pero dejaron de comer, de estudiar; en la casa de Georgia, sin Josué ya nada era igual.
Un año después en una banquita de patas chuecas, Alyssa, de siete años, y Christine, de cinco, esperan nerviosas en la oficina de la dirección de la primaria Forjadores de la Nación. La mayor, Alyssa, pela los ojos y voltea a los lados para reconocer su nuevo entorno.
A un costado, Christine llora. Afligida, aprieta la camisa escolar blanca de su hermanita. El parecido de ambas delata los lazos de sangre: cejas pobladas, su pelo color negro azabache y la piel color canela confiesan que son hijas de Josué Palma. Sin embargo, las facciones delicadas de su rostro y su flacura comprueban la sangre de su madre, Christine Crosswhait.
Las niñas nacidas en Estados Unidos han tenido que cambiar su residencia e ingresar a una nueva escuela en México, en la polvorienta zona este de Tijuana.
La pequeña escuela está instalada en un cerro, rodeado de casas del Infonavit abandonadas y convertidas en guaridas de mal vivientes con algunos tramos que a penas tiene pavimento. La primaria de techos de lámina y construida de ladrillos aún sin pintar es muy distinta a su “elementary school” en Estados Unidos.
Es su segunda semana de clases en Tijuana, a la directora del plantel le angustia una situación: “no saben nada de español”, explica y las apunta con el dedo índice. “No sé nada de inglés”, confiesa preocupada.
—¿Sabes español?, se le pregunta.
—Not, dice y niega con la cabeza.
—¿Having trouble to understand your teachers? (sic) (Tienes problemas para entender a tus maestros).
Alyssa, la mayor, contesta rápidamente al escuchar las palabras en inglés, sin duda alguna ahora sí entiende: “sí, por que todos en el salón hablan español. Puedo jugar con mis compañeros, pero aquí la escuela también es más difícil, no sé cómo decir muchas cosas”.
Su rostro cabizbajo y los ojos llorosos de Alyssa delatan su preocupación por su pequeña hermanita, quien llora y frunce el ceño a su costado. “Es que ella tiene muchos problemas, no entiende tampoco nada”, comenta en inglés.
Ambas saben porque están en Tijuana: “because my dad was deported…” (porque mi papá fue deportado). A pesar del sufrimiento que representa llegar en esta escuela mexicana, Alyssa asegura que ellas y su mamá están contentas de estar con su padre, aunque les gustaría regresar a Estados Unidos, a su otra escuela.
Hijos de deportados en BC
En Baja California se tienen registrados alrededor de 3 mil 830 niños en la misma situación que Christine y Alyssa, menores de edad entre los cinco y los 15 años provenientes de escuelas en EU, muchos de ellos hijos de mexicanos deportados.
El incremento en los procesos de deportación y la crisis económica en Estados Unidos han orillado a miles de familias a regresar a México. Los hijos de los deportados generalmente son ciudadanos estadounidenses, sin embargo, sus padres son ilegales y por alguna razón fueron detectados.
Esto ha generado que los padres repatriados que llegan a Baja California en un momento dado traigan a sus familias para no provocar una fragmentación, generando una gran afluencia de estudiantes al país y sobre todo a la frontera noroeste.
Yara Amparo López, coordinadora estatal del Programa de Educación Migrante, explica que el programa se creó con la intención de apoyar el conocimiento de los estudiantes que son hijos de mexicanos en Estados Unidos, también para atender el “boom” del regreso de estudiantes hijos de mexicanos.
Muchos de ellos no tienen acta de nacimiento, entonces vienen los problemas, porque si no tiene acta de doble nacionalidad no pueden ingresar a la preparatoria. Por lo que empieza a ver ciertas barreras para que ellos continúen su proceso educativo”, detalla.
El perfil de los hijos jóvenes de los deportados se caracteriza porque no hablan español, no conocen la historia de México, no se sienten identificados y se quieren regresar a EU lo antes posible, “pero aquí tendrán que quedarse”.
El 30 de septiembre será cierre de inscripciones, cuando se conocerá la cifra definitiva, pero hasta el momento el Sistema Educativo Estatal tiene inscritos 3 mil 830 niños nacidos en Estados Unidos hijos de padres mexicanos. En Tijuana se concentra la mayoría, son 2 mil 14; Mexicali, 936; Ensenada, 478; Rosarito, 245, y Tecate, 159.
La maestra Amparo López sabe que los niños sienten mucha presión y sólo quieren pasar desapercibidos, por eso sufren de problemas de integración.
Les quitan la identidad que tienen y ‘hacia dónde me voy’, piensan”, admite Amparo. El mote de pochos es popular para aquellos que mezclan el idioma inglés con el español. “Los mismos maestros cuando lo ven le dicen: ¿cómo que no sabes español, si eres mexicano?”.
El área de Educación Migrante comenta que el cambio es impactante para los menores, porque el sistema educativo en Estados Unidos es diferente al mexicano. En el país vecino la educación es gratuita, los libros no cuestan, el camión escolar pasa hasta la puerta de su casa y el desayuno lo proporciona la escuela.
El niño escucha en español, pero está haciendo una traducción al inglés y ahí existe un retroceso de tiempo, no va a entender igual si está escribiendo y de repente va a escribir palabras en inglés y los maestros deben implementar estrategias para trabajar con estos estudiantes”.
Sin embargo, los educadores del norte de México apenas comienzan a ser conscientes de este fenómeno migratorio, que, al menos en el caso de Baja California, ha aumentado aproximadamente 12% en los últimos años.
“Es mejor estar juntos”
El pequeño Ángel, de siete años de edad, acaba de ingresar al primero C, vivía en California con su familia, pero sus padres mexicanos también fueron deportados. Su melena casi rubia y la tez blanca lo hacen parecer anglosajón.
Su español es limitado, habla muy pausado, pero al menos él lo habla un poco. Recuerda que el camioncito pasaba por él y en su escuela grandota jugaba con sus amigos en unos “jueguitos”. Sostiene en la mano una hoja de colores que estampan los números: “Yo no sé qué es eso, porque aquí en Tijuana tengo que aprender español”. “One, two…”, presume que sí los sabe, aunque en inglés. Justifica que acudía a una escuela en “el otro lado”.
Durante el recreo, Ángel se sienta en una banquita donde comerá las fresas que su madre envió para el almuerzo, pero tiene sed. En su mano sostiene un billete de un dólar, en casa todavía acostumbran utilizar la moneda de Estados Unidos. “¿Cuánto es cinco pesos en dólares?”, pregunta en la cooperativa de su nueva primaria.
Josué, padre de Alyssa y Christine, platica que a pesar de las dificultados para todos es mejor estar juntos, las niñas se adaptarán porque están chiquitas. “Ellos sufrían, así que me los tuve que traer para acá, por lo que espero que poco a poco se acostumbren”, explica.
Este semestre escolar están ingresando a las escuelas niños y jóvenes como Brian Sánchez, Natalie Leo, Joshua Greg Sánchez y Junior Tellez, estudiantes que su nombre y apellido delatan que están atrapados en su doble nacionalidad.

Laura Sánchez corresponsal, El Universal, 1º de septiembre.

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