“¡Uribe presente, Santos presidente!”, el coro eufórico de los oficialistas

Bogotá, 30 de mayo. Ocho de la noche, ovaciones, papel volando y reflectores. Al paso del candidato triunfante Juan Manuel Santos la porra eufórica le daba la bienvenida en un exclusivo hotel del norte de la capital: “¡Uribe presente, Santos presidente!”

Ex ministro de Defensa, ex ministro de Comercio, ex ministro de Hacienda en tres gobiernos distintos, pero sobre todo “un Santos”, un hijo de la oligarquía más rancia de la sociedad bogotana, el candidato del oficialismo demostraba que, pese a las encuestas y los escándalos políticos, pese a una sociedad que empieza a aprender el camino de llamar las cosas por su nombre –guerra, desplazados, ejecuciones extrajudiciales, impunidad, paramilitarismo y poder parapolítico– los suyos son los que mandan aquí.

Su discurso triunfalista bordó en lo previsible: “Mi gobierno no va a dar un paso atrás en el camino recorrido estos ocho años”. Y como era obligado, hizo un llamado a la unidad nacional, a hacer un pacto “para que haya trabajo, trabajo y más trabajo”. Su porra respondía: “¡Hoy ganamos, el 20 rematamos!”

Rancio abolengo
Tuvo su toque kitsch. “Hoy ganó Colombia, hoy ganó su democracia. Hoy miro al cielo y doy gracias a Dios por darme la oportunidad de servir a mi patria.” Y llegó la hora de los agradecimientos. En primer lugar a su aristocrática familia. Su abuelo Calibán Santos, dueño del centenario periódico El Tiempo y que fue hermano de un ex presidente, Eduardo Santos; a su padre Enrique Santos, en su día también director de El Tiempo.

En segundo lugar, citó a las fuerzas armadas: “Gracias a ellas los colombianos pudieron votar en paz y libertad”. Tercero en el orden de aparición en el discurso de la victoria fue quien hasta hace poco fue su jefe, el presidente Álvaro Uribe, a quien se tiene por responsable del asesinato de cuatro estudiantes mexicanos en la zona amazónica de Sucumbíos, Ecuador. Santos lo llamó “el mejor presidente que ha tenido Colombia”, y a quien hay que agradecerle que “estas elecciones no hayan girado en torno a las FARC”. Éste, dijo, “es su triunfo”.

Luego agradeció a su equipo de campaña y –el único mencionado con nombre y apellido– a Juan José Rendón, su asesor de campaña venezolano (del antichavismo más acendrado, pero también artífice de guerras de lodo en México como asesor en campañas del PRI y el Panal).

Y sólo después reconoció a su compañero de fórmula Angelino Garzón (ex líder obrero comunista que dio un extraño salto a la ultraderecha belicista de este país). Garzón, hombre de origen humilde, moreno y de talante sencillo, no había alcanzado lugar bajo los reflectores en el escenario, así que aprovechó bien su minuto de fama para pasar a la zona de luz, los segundos suficientes para un abrazo rápido.

Santos remataba su discurso: “Conmigo los colombianos podrán dormir tranquilos”. Y sus huestes replicaban: “¡Hoy ganamos, el 20 rematamos!”

Los girasoles tristones
En otro sitio de la capital, el Centro de Convenciones donde el Partido Verde tenía su centro de operaciones, el profesor Mockus enfrentaba a una apretada multitud de seguidores que empuñaban girasoles, su símbolo de campaña. Girasoles cabizbajos, tristones, apachurrados por el irrebatible 21.5 por ciento que colocaba a su candidato muy lejos del esperado empate y más cerca del batallón de candidatos que desde hace unos días cantaban la letra de ranchera mexicana: “yo sé bien que estoy afuera”, conscientes de su papel marginal en la lid electoral.

Antanas, el loco, como lo llamó su admirador, el novelista Fernando Vallejo, hacía de tripas corazón, con sus hijos a su lado. Uno de ellos, un adolescente güero como el padre, tenía rastros de llanto en la nariz enrojecida. Desde ahí el ex rector de la Universidad Nacional de Colombiana hizo guiños a los partidos opositores que podrían respaldarlo para la segunda vuelta, incluyendo a Gustavo Petro, el candidato del centroizquierdista Polo Democrático con el que tuvo serias diferencias durante la contienda.

Incidentes aislados; ecos de la guerra
La jornada había empezado con una tónica muy diferente.

Con el tintico (café) y las arepas del desayuno, los colombianos que sintonizaban las numerosas estaciones de radio recibieron la primera noticia cuando todavía faltaba casi una hora para la apertura de las mesas electorales, a las siete de la mañana. Una avioneta sin matrícula fue inteceptada cuando intentaba viajar de Cali a Tumaco con casi 700 millones de pesos (350 mil dólares), justo cuando iniciaba un proceso de comicios en un país donde la compra de votos no es ajena.

Con el paso de las horas y en plena “fiesta democrática” se multiplicaron los incidentes: caída del portal de la Registraduría (el IFE colombiano), 17 acciones armadas de las FARC en distintas zonas; según Misión de Observación Electoral, 350 mil elementos de la fuerza armada movilizados. Con todo, los ministros del Interior y de la Defensa calificaron estos comicios de los más tranquilos de Colombia en los últimos 40 años.

En Coferias, enorme recinto ferial donde se instalaron 900 mesas receptoras para los electores bogotanos que sí figuran en el padrón pero no se registraron ante la autoridad electoral, resaltaba a mediodía una concurrencia masiva joven, una novedad en la tradición electoral de Colombia, que en los últimos años había dejado de interesar a los “primivotantes”, como aquí les llaman.

Los observadores comentaban que éste era un efecto de la ola verde, el imán que representa Antanas Mockus, hijo de emigrantes lituanos, ex alcalde y filósofo. Pero, fue una atracción que no llamó a todos los jóvenes por igual, sino sobre todo a los urbanos y clasemedieros para quienes resulta de interés el acento del candidato independiente en priorizar las ofertas educativas para toda la población.

Pero ante los escenarios y análisis de los conocedores, Javier Silva ofrece una visión más cercana a la realidad tercermundista de los jóvenes de este país: “Para empezar el voto vale mucho. Por eso mismo yo no voy a votar en esta primera vuelta. Y si se van a segunda, voto por el señor Santos. Mockus es interesante pero, para mí –y señala su puesto de mazorcas y arepas, su medio de subsistencia–, eso de la educación no toca. Yo lo que necesito es trabajar”. Con Santos, su horizonte es el ambulantaje, la vida en la línea de votación. No hay para más en la Colombia de hoy.

A las cinco de la tarde, cuando caían chubascos aislados en una Bogotá abrigada en sus nubes habituales, se emitía el boletín número cuatro de la Registraduría electoral y se disolvían en la nada las expectativas de quienes esperaban un final de foto de la jornada electoral, con un empate entre los dos punteros y la continuación del thriller hasta el 20 de junio. La afirmación de un locutor de radio de que Antanas Mockus “no lograba ni soplarle en la nuca” a su contrincante oficialista se constituía ya en una tendencia irreversible.

A partir de ahí ya sólo cabía esperar el resto de los boletines, que fluyeron sin tropiezos hasta alcanzar el número 49, con 99.7 por ciento de los votos contabilizados y un resultado que doblaba los votos a favor del candidato guerrero Juan Manuel Santos (46.56 por ciento, apenas unos puntos de distancia de la mayoría que lo hubiera coronado en primera vuelta), enterrando las esperanzas del filósofo-matemático que había encarnado las esperanzas de una vía alternativa.
Blanche Petrich y Jorge Enrique Botero, La Jornada, 31 de mayo.

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