Una franquicia política llamada Hugo Chávez

BUENOS AIRES.— Lo de Honduras es un golpe de Estado absolutamente repudiable. Mientras la OEA y la comunidad internacional fuerzan el regreso al poder del depuesto presidente Manuel Zelaya, se pueden repasar algunas de las causas o mecanismos que llevaron la crisis política en ese país centroamericano a semejante desenlace.
Todo comenzó en el año 2006 con la adquisición de una franquicia por parte de Zelaya, por entonces un terrateniente ungido a través del ideario conservador. Fue en busca de esas marcas sólidas, reconocidas con suma facilidad por la potencial clientela que permiten excelentes negocios, cual cadena de tacos o hamburguesas.

El jefe de Estado, al que todos conocen como Mel desde sus tiempos de militante en el Partido Liberal, adquirió la más popular de esas franquicias políticas de los últimos años. Pudo haber hurgado en otros mercados y rubros, con estrategias de más largo plazo. Pero quiso sorprender hasta dejar boquiabiertos a los hondureños, asegurarse popularidad, reelección a perpetuidad, control del Congreso y de los demás poderes e instituciones. Todo sin tener que recurrir al talento para crear nada que funcione para cubrir la agenda de carencias que tiene su país, considerado uno de los más conservadores de América Latina.

Los manuales y recursos

“Al ver cómo había funcionado de bien, escogió al chavismo”, dice el analista Teodoro Petckoff. Lo escogió como su marca al observar los buenos dividendos políticos que habían dejado, a pesar de las salvedades, en Ecuador y en Bolivia, y hasta en la vecina Nicaragua —obligada a descartar viejas prácticas políticas de los días revolucionarios—, y se animó. Como en las franquicias comerciales, Mel recibió los manuales, el petróleo a precio de aliado, como en el caso de Cuba y en su momento República Dominicana, tractores y todo tipo de ayuda logística y política, junto con el riguroso entrenamiento en materia de discurso antiimperialista y el contacto permanente del “gerente regional”, para Centroamérica, su colega nicaragüense Daniel Ortega.

En materia de franquicias y franquiciados, los hay para todos los gustos. Muchas veces las metas que se fijan las alcanzan más rápido los nuevos administradores de la marca y hasta logran mejores resultados que el inventor del negocio. Fue el caso de Rafael Correa, en Ecuador. Consiguió casi todo lo que Chávez en tiempo récord y después de cuatro elecciones (a Chávez, en su momento, le llevó seis), se hizo con la suma del poder y hasta la reelección.

En Bolivia, la cosa fue más difícil. Desde Caracas no habían contemplado que no todos los países —y tampoco los gustos de la clientela (política)— son los mismos. Le habían hecho cambiar de campaña al presidente Evo Morales en la elección a la Asamblea Constituye en 2006, abandonando el Sí a las autonomías, y perdió los votos que necesitaba como presidente para controlar la mayoría de la Asamblea. Fue entonces cuando comenzaron los problemas serios: los enfrentamientos entre el oriente y el altiplano, los muertos en enfrentamientos en Sucre y una crisis que tuvo al país al borde de una guerra civil en 2008, hasta que Brasil, la OEA y la comunidad internacional lograron acordar una salida pactada.

Lo mismo ocurrió ahora con Honduras. Desde la central no se contó con que ni Mel era Correa, ni el gobierno contaba con la base social del chavismo para seguir tensando las relaciones con los otros poderes. Para empeorar los males, “el presidente paulista”, como apodan algunos de sus colegas regionales a Mel (porque sufrió “la conversión del apóstol San Pablo”), se enfrascó en una pelea por la consulta popular para la reelección, con el Congreso y el poder judicial, en plena campaña electoral.

Hasta ahí los graves inconvenientes de llevar adelante el chavismo en tierras extrañas. Lo demás son datos conocidos, los jefes militares desoyendo las órdenes del presidente y un repudiable golpe de Estado que pone a prueba a la región y los organismos internacionales, a tal punto que fue la primera vez en casi una década que Washington y Caracas aparecen juntos para salvaguardar la democracia en Honduras allí donde la marca del chavismo terminó por ser un mal negocio para todos. Incluso para la casa matriz.
José Vales corresponsal, El Universal, 3 de julio.

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