El conflicto se ubica entre el repicar de las campanas de Catedral y la intervención en el templete de la senadora Rosario Ibarra.
Faltaban unos diez minutos para el mediodía, ella hablaba en la plaza y comenzó el repicar de las campanas de Catedral que apagaban su voz en las bocinas.
Unas y otra, campanas y senadora, siguieron; arriba, en las torres, los campaneros se daban vuelo; abajo, en la plaza, la luchadora social también, hasta que, harta, soltó a la multitud: “¿Será que las campanas saludan a esta Convención Nacional o querrán hacer que callen las voces del pueblo? ¡Hay que indagarlo!”.
Joaquín López Dóriga, “En privado”, Milenio, 20 de noviembre.
Respetable y admirable como ha sido su lucha por los desaparecidos políticos en este país, comenzando por su propio hijo, doña Rosario Ibarra de Piedra, hoy senadora de la República, cometió un grave error al azuzar a las huestes enardecidas en un mitin a “ir a ver” por qué repicaban las campanas de la Catedral.
El yerro de doña Rosario provocó un incidente tan lamentable como peligroso. En un país donde la mezcla entre religión y política nos costó siglos de dominación y más recientemente una cruenta guerra civil por motivos religiosos, en la que murieron 70 mil mexicanos, en un conflicto armado que comenzó, justamente, con la decisión de la Iglesia de cerrar sus templos.
Una turba alentada por la arenga de la señora se introdujo en la catedral metropolitana y provocó destrozos y amenazas a la feligresía. La justificación que dio el PRD a ese hecho fue lo que ellos consideraron “un acto de provocación” por el repiqueteo de las campanas de la Catedral, que se dio poco antes de las 12 del mediodía y que duró 10 minutos
Salvador García Soto, “Serpientes y Escaleras”, El Gráfico, 20 de noviembre.
Rosario Ibarra de Piedra “jura” que no fue su intención azuzar a los manifestantes. ¿Qué se proponía entonces al convocarlos a que “averiguaran” por qué estaban doblando las campanas? ¿A que contrataran un investigador privado? No soy precisamente una persona religiosa, pero cualquiera sabe que a las doce repican las campanas de las iglesias, para llamar a misa, ¿o acaso esperaban que, porque ellos tenían una manifestación la Iglesia cambiaría costumbres y tradiciones? En última instancia es una cuestión de sensibilidad y de tolerancia. Y ninguno de los oradores que participaron en ese acto, ni Rosario Ibarra ni Jesusa Rodríguez ni López Obrador mostraron la más leve señal de una o de otra. Sus seguidores actuaron como vieron proceder a sus líderes
Jorge Fernández Menéndez, “Razones”, Excélsior, 20 de noviembre.
La que aparece como instigadora del zafarrancho es la senadora Rosario Ibarra. La veterana luchadora estaba en el micrófono cuando escuchó repicar largamente las campanas de Catedral. No le gustó que sonaran tanto tiempo.
Sus palabras fueron, por lo menos, imprudentes: “¿Estarán celebrando la Convención o estarán tratando de callar al pueblo?”, preguntó desde el templete de la Convención. Luego soltó. “Hay que indagarlo”. Doña Rosario negó este lunes, una y otra vez, que su intención haya sido arengar a la muchedumbre para que tomaran el templo.“Tengo 32 años de lucha y nunca he recurrido a la violencia”, dijo.
Francisco Garfias, “Arsenal”, Excélsior, 20 de noviembre.
Rosario Ibarra no quiere hacerse responsable de las palabras de Rosario Ibarra: “O las campanas saludan a esta Convención o tratan de acallar las voces del pueblo… Hay que indagarlo”. Esa “indagación”, que terminó en un enfrentamiento de mexicanos contra mexicanos en el interior de la Catedral Metropolitana.
Yuriria Sierra, “Nudo gordiano”, Excélsior, 20 de noviembre.
¿Por qué ese afán de opacar a golpes de badajo, durante 12 minutos, la voz más íntegra, valerosa y humanitaria que hay en el país, que es la de doña Rosario Ibarra de Piedra? Da la impresión de que algún jerarca soñaba con que la resistencia civil incendiara el templo, o cuando menos descuartizara a algún monaguillo, no para dar carne de cañón a las beatificaciones, sino para conseguir la deseada evidencia de que la Convención Nacional Democrática es una horda de peligrosos delincuentes. Pero en el recinto no hubo linchamientos ni violencia, ni mucho menos “terrorismo”, como afirmaron los administradores catedralicios, sino un breve intercambio de mentadas de madre entre la escasa feligresía y el grupito de exaltados (o de infiltrados) que se metió a la iglesia para exigir que se pusiera fin al ruido.
De todos modos, el guión siguió su marcha y de inmediato la jauría de “comunicadores” del oficialismo se rasgó las vestiduras y dio curso, ante micrófonos y cámaras y en primeras planas, al escándalo: profanación, sacrilegio, intolerancia, violación a la libertad de culto. El llamado lopezobradorista a defender la industria petrolera de las gulas privatizadoras del régimen fue desplazado como nota central, y en su lugar se ofreció al público el espectáculo inexistente de una grave agresión anticlerical
Pedro Miguel, La Jornada, 20 de noviembre.
En aviesos correos, devotos de Andrés Manuel López Obrador aclaran que no era él sino Rosario Ibarra quien hablaba cuando repicaron las campanas de la Catedral.
La señora, es cierto, fue la antepenúltima oradora, que ante los tañidos arengó: “¿Será que las campanas saludan a esta convención? ¿O querrán hacer que callen las voces del pueblo? ¡Hay que indagarlo...!”.
No hablaba El Peje, pero la reunión era por él y estuvo encabezada por él, pese a lo cual guardó sospechosista silencio durante más de 24 horas, hasta anoche, en que a regañadientes reprobó la vandálica irrupción y no en persona, sino a través de su gobierno legítimo.
Lástima: Rosario empezó bien al preguntar si las campanas eran saludos, pero derrapó al insinuar que se podía tratar de una fregadera.
Un frentista luminoso (Muñoz Ledo, quizás) habría capitalizado el repique sugiriendo que Dios bendecía la concentración.
Pero como el habría carece de sentido, la cosa ya se pudrió.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 20 de noviembre.
La chispa que incendió los ánimos fue la voz de Rosario Ibarra:
––O las campanas saludan a esta convención o tratan de acallar las voces del pueblo... hay que indagarlo.
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 21 de noviembre.
Habrá que ir a ver, les dijo la señora Rosario Ibarra de Piedra quien en esos momentos trataba de levar su mensaje a la masa fervorosa cuya fe en el Presidente Legítimo no se agota ni se extingue. Y los más determinados fueron a ver y entonces lograron todo cuanto para su causa no hubieran querido: sabotearon a su líder cuyas palabras se perdieron en la batalla de las campanas; opacaron la convención y de paso le dieron —una vez más— la razón a quienes los definen como intolerantes, pugnaces, pendencieros, gandayas, violentos y todo cuanto a ese comportamiento se quiera agregar.
Rafael Cardona, “El cristalazo”, Crónica, 21 de noviembre.
No se equivocan, es el título de una de las mejores novelas del escritor norteamericano Ernest Hemingway, pero no hablaremos de estas campanas sino de las de la Catedral Metropolitana, que estuvieron doblando para llamar a misa de doce como normalmente ocurre en domingo. Aunque según la senadora Ibarra de Piedra no doblaban el tiempo que normalmente lo hacen, y según pudimos observar en los videos, incitó a los grupos que estaban en el mitin convocado por “el presidente ilegítimo” —léase López Obrador—, a que hicieran un reclamo en la Catedral al más puro estilo perredista.
Yazmín Alessandrini, “Circo Político”, Crónica, 21 de noviembre.
No importa quién haya arrojado la primera piedra. Aun si se toma como una respuesta a la “provocación” por el repique excesivo de las campanas para el llamado a misa, el asalto a Catedral por parte de una centena de feligreses lopezobradoristas es lamentable y perjudicial para su propia causa: el escándalo nubla lo acontecido durante la tercera Convención Nacional Democrática y agranda el expediente negro de la izquierda, les endilga nuevos epítetos de intolerancia y violencia.
Con la sensibilidad a flor de piel tanto en la Catedral como en el Zócalo de la ciudad de México, bastó una insinuación o una arenga emitida con torpeza por parte de la senadora Rosario Ibarra (“¿Será que las campanas saludan a esta Convención Nacional o querrán hacer que callen las voces del pueblo? ¡Hay que indagarlo!”), para que el conflicto escalara un peldaño hasta convertirse en el más grave desencuentro entre el PRD y la Iglesia católica
Alfonso Zárate, “Los usos del poder”, El Universal, 21 de noviembre.
El caso es que aquellas campanadas tomaron en el uso de la palabra a la senadora Rosario Ibarra, quien interrumpió su discurso para preguntar a una multitud que casi no escuchaba: “¿Será que las campanas saludan a esta Convención o querrán hacer que callen las voces del pueblo?”. Luego hizo una pausa y dijo: “Hay que indagarlo”. Su sugerencia, como se sabe, fue inmediatamente acatada con los resultados por todos conocidos: una peligrosa confrontación y el cierre indefinido del templo
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 21 de noviembre.
A pesar de haber sido señalada como la instigadora del ataque de huestes perredistas a la Catedral Metropolitana el domingo pasado, doña Rosario Ibarra está tranquila. Ayer se le vio acompañada de una joven pareja, departiendo felizmente una cochinita pibil en un conocido restaurante yucateco de la colonia Condesa. Estaba, dicen, afable y sonriente, sin preocupación alguna, pues
“Frentes Políticos”, Excélsior, 21 de noviembre.
Cuando la senadora daba su discurso, las campanas sonaron a todo lo que daban; frente a esto doña Rosario compartió con la multitud su parecer: “¿Será que las campanas saludan a esta convención o querrán hacer que callen las voces del pueblo?” (nota de Gabriel León, Alma E. Muñoz y Enrique Méndez, La Jornada, 19/11). A partir de sus palabras, acusarla de ser instigadora de la incursión a la Catedral es una exageración. Pero lo que sí tiene sustento, a mi parecer, es que en un ambiente cargado de enconos, quienes se dirigen a miles de ciudadanos, como los congregados en el Zócalo, deben ser sumamente cuidadosos con sus palabras porque algún sector presente puede tomarlas como un llamado a emprender acciones que pudiesen tener resultados lamentables
Carlos Martínez García, La Jornada, 21 de noviembre.
Esta semana, Martínez Gómez acusó a la señora Rosario Ibarra de Piedra de haber instigado la agresión del domingo pasado. El sentido de responsabilidad de esa abnegada luchadora contra la represión es bastante peregrino, pero considerar que dio la voz de alerta para el asalto a Catedral resulta desmesurado. Como es sabido, la señora Ibarra estaba en plena alocución cuando tañían las campanas de Catedral y se preguntó en voz alta a qué podría deberse que el repiqueteo durase tanto. Pero en ningún momento arengó contra la Iglesia. Sin embargo, el dirigente de los “abogados católicos” denunció que la iniciadora de la irrupción había sido ella. Y ayer el secretario general del PRD lo acompañó a presentar una querella judicial, contra-quien-resulte-responsable, por ese incidente.
Raúl Trejo Delarbre, “Sociedad y poder”, Crónica, 22 de noviembre.
La palabra indagar, según la Real Academia Española, significa: “Intentar averiguar, inquirir algo discurriendo o con preguntas”. Sinónimos de “indagar” son: investigar, averiguar, buscar, rastrear, escudriñar, preguntar, sondear, explorar, husmear, enterarse, inspeccionar. Vista y oída en el contexto en que la pronunció, sigo pensando que la frase de doña Rosario Ibarra, a quien respeto como luchadora social, fue desafortunada e irresponsable. “¡Hay que indagarlo!”, ciertamente no es lo mismo que “hay que ir a verlo”, pero a la luz de sus palabras inmediatas “¿o querrán hacer que callen las voces del pueblo?”, fue para un pequeño grupo de radicales presentes en el mitin, un llamado a la acción, a indagar, a investigar, a explorar o husmear qué pasaba con el inusual repique de campanas. Es cierto, y lo digo por respeto a los lectores que escribieron, que no todos los asistentes al mitin de AMLO, es más, la inmensa mayoría de los que acudieron al Zócalo, no interpretaron así las palabras de Rosario. Pero está claro que entre la masa, si bien unida por una convicción y una convocatoria, hay diferencias de todo tipo, incluidas las educativas y culturales, que hacen que una misma frase sea percibida o entendida de manera distinta por cada uno de los asistentes. Puedo coincidir en que el tañer de las campanas de Catedral fue excesivamente largo y que no son convincentes las explicaciones del Arzobispado; pero justificar por eso la acción violenta de un puñado de asistentes a ese mitin sería tanto como avalar la intolerancia, la irracionalidad y la violencia como causa. En fin, reconozco mi error en el cambio de dos palabras, pero sostengo mi opinión de que hubo actitudes irresponsables de ambas partes involucradas en esta confrontación. Si alguien sabe el valor que tienen las palabras dichas frente a una masa son los políticos, sobre todo los que se han forjado en la plaza, la protesta y el mitin; el error de arengar y pedir a la gente que “indagara” qué pasaba no fue mío…
Salvador García Soto, “Serpientes y escaleras”, El Gráfico, 22 de noviembre.
A pocos como ella, si es que a alguno, se asocia con el concepto de defensor de los derechos humanos. Con esa bandera ha recorrido el Congreso, primero como diputada, hoy en calidad de senadora, y el país, en condición de activista o de candidata a la Presidencia de la República.
Pero hace unos días la curtida luchadora social cedió a las emociones y durante una manifestación se preguntó si las campanas de la Catedral doblaban para callar los mensajes de los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador. A su conjetura siguió una oración: “Hay que indagarlo”. Esto provocó una avalancha en el recinto religioso y un enfrentamiento con la Iglesia que ha costado sudor y lágrimas al ex candidato.
Tantos años en la lucha, tanto crédito acumulado, han sido opacados por un lapsus desafortunado. Triste paradoja: la mujer que ha hecho del pacifismo su bandera se enredó con una frase de luchadora.
Jorge Cisneros Morales, “El personaje de la semana”, El Gráfico, 23 de noviembre.
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