Doblemente fortalecido por resoluciones angelinas (de humanos y de falibles jueces de la ciudad californiana, no de auténticos espíritus celestes) que lo eximen de ser procesado por presunto apoyo a pederastas, el cardenal Norberto Rivera encontró vengativa manera de sacar momentáneamente de cartelera –y de robarle reflectores– a la cinta que Andrés Manuel López Obrador anunció ayer en el Zócalo, de resistentes gestas cívicas contra ambiciones de malvados ladrones de petróleo. Según el presidente de un colegio de abogados católicos, que funge como vocero jurídico del cardenal N de la R, la Catedral Metropolitana cierra sus puertas (y con ello se coloca en condición de mártir, casi una advertencia del riesgo de nuevas batallas cristeras) a causa de una providencialmente oportuna provocación también doble: primero, la de los jefes religiosos que tiran la piedra (al jalar del badajo largamente mientras sesionaba la tercera Convención Nacional Democrática) y luego esconden la mano (al cancelar los rituales públicos); y en segundo término, la de esa injustificable brigada de sospechoso ajusticiamiento clerical que con violencia reprobable (a la que las cajas electrónicas de resonancia magnificarán) atropelló la iglesia administrativamente más importante del país el mismo día en que el hombre que ha encabezado un movimiento de protesta cívica que no ha roto ni un cristal convocaba a una nueva etapa activa de resistencia que deberá estar caracterizada rigurosamente por la no violencia. Vaya coincidencias: los caminos del Señor no son a prueba de provocadores
Julio Hernández López, “Astillero”, La Jornada, 19 de noviembre.
Para desgracia del “legítimo”, quien convocó a una nueva reunión callejera para el 18 de marzo (aniversario de la expropiación petrolera), este 18 de noviembre se asocia mejor (sin dramatismos pero con ridículo) al 18 Brumario de Luis Bonaparte, aunque, en vez de asaltar el gobierno, la turba “tomó” de manera fugaz el principal recinto religioso después de la Basílica de Guadalupe.
¿Resultado?: el deán Rubén Ávila (quien oficiaba porque el cardenal Norberto Rivera, según afirmó, “no pudo llegar” debido al cierre de calles que generó el mitin de López Obrador), condenó “la profanación” del templo.
Peor: de manera oficial, la Arquidiócesis Primada de México anunció que la Catedral permanecerá cerrada hasta que los gobiernos perredista de Marcelo Ebrard y panista de Felipe Calderón otorguen garantías a los fieles y ministros de culto.
Tanto joder y joder, hasta que con la Iglesia se ha topado.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 19 de noviembre.
Vienen después los “llamados a misa”; los “toques de oración”; los toques “dobles” (para las exequias de los difuntos); la llamada “mano de Pino” o esquileo (para anunciar fiestas y peregrinaciones, con un sistema similar al toque de alba solemne, con duración de quince minutos); las llamadas a “ejercicios piadosos”; los “repiques” (se echan a vuelo todas las campanas para anunciar fin de la fiesta patronal, la llegada de un obispo nuevo, la misa de gallo en navidad, la cena del señor en jueves santo y la vigilia pascual; se repite el tiempo que sea conveniente); por último, los toques de campana conocidos como “rogativas” o toques de alerta (cuando se aproxima una calamidad, una tempestad, o en actos de desagravio y letanías. Se tocan todas las campanas, una por una, de menor a mayor, pausadamente. Con cada una de ellas se dan dos golpes; con la mayor sólo uno. Así se vuelve a comenzar y se repite el tiempo conveniente).
Ricardo Monreal, Milenio, 20 de noviembre.
La vocería de la Catedral, por su parte, afirma que el “repiqueteo” que molestó a los seguidores de Andrés Manuel López Obrador era en realidad un llamado a misa y que se realizó sin ninguna intención hacia la manifestación que se llevaba a cabo en la plancha del Zócalo.
Como sea, se trata de una crisis en la confrontación que desde hace más de un año mantienen lopezobradoristas con el cardenal Norberto Rivera Carrera. Crisis que puede tener consecuencias delicadas para ambas partes y que ya rebasó cualquier límite racional.
Provocaciones hubo de las dos partes. Si bien la arenga de la senadora Ibarra de Piedra fue clara —aunque ahora la niegue—, aun antes de que ella llamara a “ir a ver” por qué sonaban las campanas, hubo un acción deliberada que exacerbó los ánimos en contra del cardenal Rivera
Salvador García Soto, “Serpientes y Escaleras”, El Universal, 20 de noviembre.
Desde las elecciones presidenciales del 2de julio de 2006, ese templo ha sido centro de protestas y agresiones por parte de los radicales del lopezobradorismo. El 5 de noviembre pasado, un grupo de aproximadamente 50 personas interrumpió la misa, que oficiaba el cardenal Rivera, justo en el momento en que daba inicio. Gritaron consignas en contra del arzobispo y mostraban las manos pintadas de rojo, simulando sangre.
En esa ocasión, la Arquidiócesis dio a conocer un comunicado en el que manifestó su “tristeza y preocupación”, por las “agresiones” sufridas por Rivera Carrera y los fieles que participaban de la celebración eucarística.
“Damos gracias a Dios, y es de admirar la conducta cristiana de nuestros fieles, de no responder a las agresiones y golpes que sufrieron, sino que, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, soportaron con paciencia y mansedumbre la agresión a sus personas y la afrenta a su Pastor”, subrayaba el comunicado.
Francisco Garfias, “Arsenal”, Excélsior, 20 de noviembre.
El arzobispo Norberto Rivera Carrera no se encontraba en el recinto. Si hubiera estado, la agresión habría quizá tomado visos más dramáticos. El cardenal se ha convertido en un enemigo abierto a ojos de los simpatizantes de López Obrador. A falta de esa agresión física que se quedó en deseo, quienes irrumpieron en la Catedral insultaron a gritos al arzobispo y lo llamaron pederasta.
La arquidiócesis de México ha tomado la decisión de cerrar la Catedral por tiempo indefinido "porque no existe seguridad en esta ciudad para la libre expresión del culto". El cierre sólo concluirá cuando el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, un hombre muy cercano a López Obrador, garantice por escrito la seguridad. Es una medida extrema que no se había tomado desde tiempos de la Guerra Cristera en la década de 1920.
Sergio Sarmiento, “Jaque Mate”, Reforma, 20 de noviembre.
A Norberto Rivera le urgía un pretexto para chantajear con medidas que tuviesen olor a neocristerismo. El pasado 7 de octubre magnificó un incidente menor de protesta en su contra hasta equiparar gritos, escupitajos y golpes a su automóvil con el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo (desde aquel 1994, estableció la Arquidiócesis Primada, “no se había repetido un acto de violencia contra un cardenal de la Iglesia católica en México”).
El rodar de la camioneta en que Rivera salía de la Catedral capitalina había sido obstruido por un puñado de manifestantes que, con cartelones y a gritos, mencionaba las acusaciones de protección a pederastas y criticaba los planes clericales de buscar reformas a la Constitución, para tener más presencia política. “Sin embargo, el chofer del prelado les aventó la unidad y les provocó –según refirieron los manifestantes– lesiones, por lo que valoran presentar esta semana una denuncia contra el arzobispo”, escribió en La Jornada el reportero Gabriel León Zaragoza. Una de las afectadas, Julia Klug, de origen guatemalteco y naturalizada mexicana, presentó al día siguiente (a las 14:50 horas) una solicitud de averiguación previa (FCH/CUH-2I2/3403/0710) contra el ciudadano Rivera, pero éste, unas horas más tarde, desató una campaña informativa para solicitar protección policial y emplazar a las autoridades, sobre todo la capitalina, a garantizar el libre curso de los oficios religiosos de normatividad vaticana. La oportunidad fue aprovechada para acusar al PRD y a los miembros de la Resistencia Civil Pacífica de causar tales agravios a la institución eclesial y a uno de sus principales jefes. Hugo Valdemar, impreciso y ya varias veces desmentido vocero de la arquidiócesis primada de México, dijo aquel 7 de octubre que una posible responsable del “atentado” al señor Rivera podría ser la actriz y activista Jesusa Rodríguez, pues alguien le había dicho que la había “visto por allí”.
Julio Hernández López, “Astillero”, La Jornada, 20 de noviembre.
La provocación más reciente fue lanzada el domingo, desde el campanario de la Catedral, sobre la concentración lopezobradorista que tenía lugar en el Zócalo capitalino. En tiempos recientes, las autoridades del templo han cancelado varias veces el culto dominical. En ocasión de concentraciones de la coalición Por el Bien de Todos, en julio de 2006, la arquidiócesis “tomó la decisión de suspender la misa ante la concentración prevista a esa hora, por lo que era necesario garantizar la seguridad de las familias que cada domingo asisten a la celebración eucarística”. Precisó que la medida no tenía tintes políticos, sino que se adoptaba para evitar que las “muchas personas discapacitadas que asisten a misa de mediodía” se metieran en el tumulto, y resaltó que “ésta no es la primera vez que se suspende dicha celebración religiosa, ya que en otras ocasiones, en las que ha coincidido con algunos festejos como la celebración de las fiestas patrias, se ha llegado a no oficiar misa”. (La Razón, 16 de julio de 2006). El domingo ni siquiera era necesario cancelar nada: habría bastado con hacer sonar las campanas en forma mínimamente respetuosa. Pero lo que se escuchó en la plaza no fue “el repique ordinario de la celebración del domingo”, sino una irrupción bravucona; no fue un llamado a misa, sino una exhortación a la madriza
Pedro Miguel, La Jornada, 20 de noviembre.
Yo no me creo el sambenito de que 98 por ciento de los mexicanos somos católicos. Los que los sean, aunque no llenen el requisito estadístico, me merecen total respeto. Igual me lo merecen los metodistas, masones, pentecostales, judíos, musulmanes o miembros de cualquier otra denominación religiosa, social o política que en mi país exista.
De lo que sí estoy convencido es que las mezquitas, sinagogas, catedrales, templos o sedes del partido de a quien se le chingue la gana fundar, merecen respeto para realizar en sus ubicaciones las ceremonias que su culto y su costumbre determinen. Es deseable que las repetidas agresiones a la Catedral de la Ciudad de México no se instituyan como un detonador a una nueva cruzada cristera.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 20 de noviembre.
Las campanadas catedralicias que buscan asustar con el petate del neocristerismo no tienen legitimidad social, porque quien jala el badajo no goza de verdadero respeto entre la base católica que encuentra a Norberto Rivera más en las páginas de “sociales”, en las crónicas de la elite política y en la nota roja política (en asuntos relacionados con pederastia) que en las causas espirituales. Norberto Rivera busca negociar y por ello lanza la amenaza de “cerrar” la Catedral, a sabiendas de que su controvertida persona no tiene autoridad moral para encabezar una guerra santa. En la provocación tendida cayeron personas genuinamente indignadas por el insólito tañer de más de diez minutos, mientras hablaba doña Rosario Ibarra de Piedra, y también los infiltrados del gobierno federal que no sólo informan sino también aprovechan para incitar y desbordar. Pero el clérigo duranguense sólo es una pieza de una baraja con experiencia milenaria, así es que al rescate y apoyo del cardenal en apuros llegó meses atrás un nuncio apostólico con espada política e ideológica desenvainada, el francés Christophe Pierre (representante papal en África, asentado desde 1999 en Uganda) que abiertamente está empujando para que en México haya más “libertad religiosa”.
Julio Hernández López, “Astillero”, La Jornada, 20 de noviembre.
El pasado domingo 18 de noviembre a las 12 del día, las campanas de catedral debieron anunciar una típica “llamada a misa” ordinaria. Su protocolo es el siguiente: “La primera se da media hora antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se da una campanada y se deja un espacio de tiempo; luego se dan quince golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con una campanada”. Su duración es de un minuto aproximadamente.
La segunda llamada se da quince minutos antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se dan dos campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; enseguida se dan veinte golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con otras dos campanadas. Noventa segundos de duración.
La última se da al sonar la hora de la celebración, con la misma campana. Primero se dan tres campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; luego se dan 25 golpes seguidos, se deja al final otra pausa; se repiten luego las tres campanadas pausadas y acompasadas; y se termina con cuatro toques seguidos, ni tan juntos que no se puedan distinguir, ni tan dilatados que se olviden. De dos a tres minutos de duración (www.apostoloteca.org/liturgia/manualdelsacristan).
Ricardo Monreal, Milenio, 20 de noviembre.
Nada hay más ominoso para un pueblo supersticioso que una catedral cerrada. Es como clausurar las puertas del paraíso y abandonar toda esperanza. Las iglesias, aun en los tiempos más aciagos, no cierran sus puertas; son santuarios comúnmente avalados por las autoridades antiguas y modernas desde que Justiniano convirtiera la costumbre en ley. ¿Qué grado de barbarie necesita imperar entonces en una ciudad para que hasta sus refugios se sientan amenazados?
No, claro que no es para tanto. Y Norberto Rivera y sus compinches no son, en modo alguno, personajes prístinos o entrañables: han de estar regodeándose por el oportuno arribo de esta distracción menor para sus pecadillos mayores. Porque qué difícil es ganarle a la cruz en la arena del chantaje emocional: “La Arquidiócesis de México invitó a los católicos y sus sacerdotes a realizar actos de desagravio en sus respectivas comunidades parroquiales para pedir perdón a Dios por las constantes profanaciones de la Eucaristía y la Catedral de los grupos del PRD”. Ufff. La espada de fuego apuntándole directo al corazón del partido. Y a Ebrard, su más prometedor delfín, quien, fiel a su caudillo —todo menos reconocer sus propios pecados—, terminó derrapando: intolerantes, les dijo a los curas. Ya quisiera verle la cara al carnal Marxelo después de ser tomada su casa por asalto, al espetarle la policía que por reforzar la cerradura es intolerante. ¿Qué quería, que pusieran la otra mejilla?
Roberta Garza, Milenio, 20 de noviembre.
Para Armando Martínez, presidente del Colegio de Abogados Católicos, ese fue el campanazo para que irrumpieran y causaran algunos destrozos simpatizantes amloístas en la Catedral. Dice que el repique fue normal
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 21 de noviembre.
Tiene razón el abogado Armando Martínez: el asalto a la Catedral, el domingo, fue intolerancia religiosa. Pero no de los gritones y golpeadores.
La intolerancia es de quienes los mandan a asaltar, tirar puertas, romper muebles, insultar, agredir…
¿Quieren desatar otra guerra cristera?
Aunque sean ateos deben saber que así empezó la de 1927.
Pepe Grillo, Crónica, 21 de noviembre.
¿Cuándo empezó todo esto? El cardenal Norberto Rivera ha estado desde hace tiempo en el ojo del huracán. Más que pastor religioso, es ave de tempestades, no son infrecuentes sus alegatos públicos, su exigencia de derechos políticos “plenos” para los ministros religiosos, al tiempo que reclama educación religiosa en las escuelas públicas y acceso a medios de comunicación propios (televisión y radio).
Ajonjolí de todos los moles, lo mismo aparece —como su cofrade Onésimo Cepeda— en eventos con hombres del poder económico (no siempre bien habido), que en una agencia del Ministerio Público denunciando las agresiones en su contra o en entrevista con Joaquín López Dóriga en El Noticiero, denunciando que ha recibido amenazas de muerte
Alfonso Zárate, “Usos del poder”, El Universal, 21 de noviembre.
Para quienes participaban el domingo pasado en el mitin del Zócalo convocado por Andrés Manuel López Obrador, el toque de campanas de la Catedral poco antes del mediodía fue inusualmente intenso y largo. Para el padre Francisco Becerra, sacristán de uno de los principales templos de la fe católica, fue el mismo de todos los domingos, apegado a un protocolo de hace más de cien años que los campaneros deben seguir al pie de la letra
Raúl Rodríguez Cortés, “Gran angular”, El Gráfico, 21 de noviembre.
No se sabe si la ira de los convencionistas fue causada por el sonido de “La ronca” o “Doña María”; y menos si la voz de “La Santa Bárbara” o el esquilón de “San Rafael” —pues tales son los nombres de algunas campanas de esa Catedral—, o alguna otra iba a silenciar las palabras del elegido.
Rafael Cardona, “El cristalazo”, Crónica, 21 de noviembre.
Que fue imprudente la iglesia al decir misa cuando López tenía mitin en el Zócalo.
Nomás que la Catedral está allí hace cinco siglos.
Que López escogió ese lugar y esa hora para su acto.
El lugar y la hora donde la Iglesia católica celebra misa desde hace algunos cientos de años.
¿De quién fue la imprudencia?
¿O la provocación?
Pepe Grillo, Crónica, 21 de noviembre.
Por el otro lado, el de la jerarquía católica, también ha habido exabruptos. Cerrar la Catedral Metropolitana me parece un acto extremo que llama a radicalizar posturas y a enfrentar a la feligresía contra los seguidores de López Obrador.
Fanáticos hay en los dos bandos, y en alguien debería caber la prudencia para bajarle el nivel a esta confrontación que ya lleva más de un año, y que no le hace bien a nadie.
Maite Reyes Retana, Milenio, 21 de noviembre.
El arzobispado determinó cerrar la Catedral por las notables y reiteradas agresiones a los fieles; por la falta de seguridad en el inmueble y sus alrededores (los manoteos contra Norberto Rivera en la calle de Guatemala) y Marcelo no halla sino un fútil recurso leguleyo: no lo pueden hacer de manera unilateral. Pues lo hicieron. Las cadenas y los candados están puestos y su envío de policías bancarios no hace sino confirmar los motivos de la clausura.
No entienden el poder acumulado por la prolongada presencia de la Iglesia en México. Más allá de las razones existentes para quejarse de intromisiones y actitudes en su contra, no es mediante el ataque a los templos como van a lograr alianzas y comprensión del clero ni de los fieles de esta religión quienes podrán no ser observantes rigurosos pero en un momento dado pueden ser obedientes y hasta fanáticos y actuar como si fueran reales devotos.
Rafael Cardona, “El cristalazo”, Crónica, 21 de noviembre.
Entonces, que quede claro, nadie atentó contra la Iglesia, hubo, eso sí, un reclamo, sonoro, en contra de quienes ordenaron que las campanas repicaran por un tiempo mayor al acostumbrado, con un tañer frenético que parecía llamar a la confrontación y con ello buscaran ahogar la voz de quien algo tenía que decir a los miles reunidos en el Zócalo, pero a la institución católica nadie quiso, seguramente, causar daño.
Lo otro son los líderes de esa iglesia, hombres que conforme a las leyes del Estado Vaticano, no las del país en el que habitan, se convierten en los impuestos guías espirituales de quienes profesan esa doctrina, y sus acciones nunca pasan por el escrutinio de la sociedad católica, que debe aceptar, sin pataleo, los vicios y los intereses alejados de las reglas de la religión, como se ha podido comprobar en múltiples ocasiones.
Es frente a ellos, contra ellos que se levanta la protesta, porque son los que antes de atender y entender lo que sus fieles exigen, sirven al poder político, seguramente con el afán de ganar las voluntades que les permitan actuar abierta, legalmente, en las contiendas por el poder que tanto les interesa.
Miguel Ángel Velázquez, “Ciudad perdida”, La Jornada, 21 de noviembre.
Pero en el otro extremo, el de la política negra —por el color de las sotanas y la truculencia para la política—, no se chupan el dedo y menos juegan a la matatena. Por eso, de inmediato los jerarcas católicos capitalizaron la pifia de los perredistas y escalaron el escándalo para cobrar las facturas respectivas. “Terrorismo” fue lo primero que dijeron, para luego sacar una escopeta política de alto impacto: cerrar la Catedral en espera de garantías. El mensaje es muy claro: en el México de la democracia, la alternancia y de la libertad de expresión se ataca a la Iglesia católica.
El escándalo le dio la vuelta al mundo y la jerarquía católica mexicana engordó su imagen de víctima de la izquierda radical. Ahora cuenta con elementos para reclamar “más libertades, más prebendas, más canonjías”, en detrimento de un Estado laico que es bombardeado por la derecha, pero también por la izquierda. Y frente a esta realidad se impone una pegunta cuya respuesta es vergonzosa: ¿quién contribuye al fortalecimiento de la derecha?
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 21 de noviembre.
Desde Roma ha de sonreír satisfecho, porque su estrategia le está resultando más exitosa de lo previsto. Mientras aquí en el PRD, agrupaciones simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador y personajes identificados con la causa del Frente Amplio Progresista ven cómo la avalancha mediática se les viene encima y son incapaces de hacer una defensa inteligente contra las acusaciones que les lanzan desde las oficinas del arzobispado primado de México
El domingo pasado no estuvo en la Catedral metropolitana el cardenal Norberto Rivera Carrera, pero de todos modos sumó puntos a su bien diseñado camino, consistente en presentarse ante la opinión pública como un perseguido por defender la libertad de cultos en México. El prolongado tañer de las campanas catedralicias, mientras en el Zócalo tenía lugar un acto masivo presidido por López Obrador, hizo perder los estribos a un grupo de simpatizantes del tabasqueño que irrumpió en el templo exigiendo que cesara el largo llamado del campanario. Algunos comentaristas y el presidente del Colegio de Abogados Católicos, Armando Martínez, sostienen que las personas que ingresaron al recinto religioso gritando “es un honor estar con Obrador” fueron azuzadas a realizar tal acción por doña Rosario Ibarra de Piedra
Carlos Martínez García, La Jornada, 21 de noviembre.
No puede ignorarse la gravedad de la irrupción en Catedral, pero la jerarquía católica también debiera atemperar sus ánimos: cerrar las puertas de la Catedral de manera “indefinida” constituye una reacción desproporcionada, una medida que magnifica la afrenta y enfatiza el agravio.
Es imperativo evitar que esta confrontación política se convierta en un choque de feligresías. La Catedral y el Zócalo de la ciudad de México son espacios de todos, lugar de encuentro de la pluralidad que es la sociedad mexicana
Alfonso Zárate, “Usos del poder”, El Universal, 21 de noviembre.
Según contabilizaron los simpatizantes de López Obrador, aquel toque de campanas fue ensordecedor y duró 12 minutos. La pregunta es si siempre dura eso, y la respuesta debería ser sí, ya que según se explicó, está sujeto a un añejo y estricto protocolo: 10 minutos después de la primera llamada (de 11:30 a 11:40), 10 minutos después de la segunda (de 11:45 a 11:55) y 10 minutos después de la tercera (de 12:00 a 12:10). El sacristán de la Catedral reconoce, sin embargo, que no siempre se cumple con la duración exacta y que si la intensidad del repique fue mayor que al de otros domingos fue acaso por el ruido que había en la plaza atiborrada.
Raúl Rodríguez Cortés, “Gran angular”, El Gráfico, 21 de noviembre.
Y digo esto no porque piense que la irrupción en Catedral, atribuible a las dos horas de campanazos que aplicó el Cuasimodo local, haya sido un chiste de un puñado de talibanes de dudosas convicciones ideológicas y salvajismo procaz (¿a cómo estará el kilo de provocación?), ni tampoco porque crea en algunos fundamentalistas que andan por ahí que quieren mandar a doña Rosario Ibarra a Guantánamo para lavar la afrenta. Lo digo como alguien que de manera involuntaria ha tenido que vivir en las inmediaciones de distintas santuarios, ha sufrido los abusos de los campaneros. Demasiadas desmañadas experimenté en los estados de indefensión más indescriptibles por habitar a pocas cuadras de la Basílica de Guadalupe. No se diga en el pueblo de mi santo padre, donde sin el menor asomo de piedad para el desvelo de los fuereños, las llamadas a misa comienzan desde la madrugada y, por si no fuera suficiente aviso, las campanadas se proyectan al infinito y más allá con la ayuda de sendos bocinones. Ahí sí aspirabas, como Emmanuel, a dormir muy cansado para no pensar en PRI.
Jairo Calixto Albarrán, “Política cero”, Milenio, 21 de noviembre.
Hoy, en su reunión semanal, los obispos auxiliares de la Arquidiócesis de México, en Consejo, definirán si modifican o no su decisión de mantener cerrada la Catedral Metropolitana, tras la irrupción violenta de algo más de 200 perredistas, “adictos” a Andrés Manuel López Obrador, al recinto, el pasado domingo. Al margen, permítame preguntar: ¿dónde, en la solución de esta grave crisis, ha estado el gobierno federal?, ¿participó, se comprometió? o, acaso, ¿se enteró siquiera?
Enrique Aranda Pedroza, “De naturaleza política”, Excélsior, 21 de noviembre.
Muchos creen con facilidad, mi estimado, aquello que temen o desean. La primera piedra arrojada para incitar una delicada reacción de la muchedumbre reunida el pasado domingo durante la CND en el Zócalo capitalino vino de las huestes de Norberto Rivera Carrera. El continuo repiquetear de las campanas, un acto por demás distintivo de buscarle mangas al chaleco social, ha desatado los demonios eclesiásticos cuyo fin puede ser de pronóstico reservado. Atrás, la figura del cardenal quien ha sido epicentro del escándalo y debate alrededor de su actuación para la protección de sacerdotes pederastas. El cardenal, quien fue denunciado y llevado ante las autoridades estadunidenses y cuyo expediente, con la pena, dista de ser un caso cerrado.
Ese mismo cardenal, my friend, quien ha recibido lujosos regalos de empresarios, que bebe del mejor vino y que muestra nulo pudor ante el significado de la sotana que viste.
Marcela Gómez Zalce, “A puerta cerrada”, Milenio, 21 de noviembre.
No hace mucho, en uno de sus cónclaves, los representantes del catolicismo expresaron sin ambages su intención de insertarse en la vida política de México. La amenaza pasó casi inadvertida, pero encendió los focos rojos de los sectores que consideran inadecuada, por lo menos, la participación de esos hombres en la contienda legal por el poder, aunque está probado que intervienen, según su parecer, sin recibir las sanciones que marca la ley en esos casos.
Total, el suceso del domingo pasado deberá contener varias enseñanzas para la gente, principalmente para los seguidores de López Obrador. La primera es que se debe medir, con precisión, cada una de las provocaciones, vengan de donde vengan, para evitar la condena manipulada de quienes la montan, y después, que en esa misma medición se valore la importancia del acontecimiento al que se les convoca, para no levantar polvaredas que impidan mirar con claridad el rumbo de su esfuerzo, porque de lo contrario lo más importante, como la lucha contra la carestía y la defensa de los recursos naturales del país, se pierde entre el griterío de las chachalacas.
Y los provocadores deberán tener en cuenta que las palabras de Juárez estarán siempre vigentes como verdad incontrovertible, y el resultado de la ecuación que establece el derecho al respeto ajeno, seguirá siendo la paz.
Miguel Ángel Velázquez, “Ciudad perdida”, La Jornada, 21 de noviembre.
Si el embuste no fuera obvio, lo que pejianos y perredianos arguyen, que el repique de campanas ante el mitin zocalero “fue una provocación”, debió terminar como cualquier comedia vulgar: con carcajadas.
¿Los sospechosistas ignoran que el templo al que una partida de vándalos progres irrumpió, o sea la Catedral, está en ese lugar desde 1563, o que como se le ve se terminó en 1791?
¿No saben que ellos y sus variables (y hasta excluyentes) causas nacieron un poco después?
¿Nadie les enseñó que la autoproclamada Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana es algo más antigua que cualquier “república” virtual?
Debieran agradecer que a ningún ministro (los hay descocadísimos) se le haya ocurrido hasta hoy acusarlos de “sabotaje” contra las misas cada que hacen sus estentóreas (por el explicable uso de altavoces) “asambleas”.
Lo más chistoso es que el repique está reglamentado, pero esto no impide que se comporten como golpeadores que acusaran a sus víctimas de “lastimarles” los puños.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 21 de noviembre.
Este hecho provocó una serie de reacciones entre las que tengo que destacar la más grave: la clausura de la Catedral Metropolitana por primera vez en 81 años. Entonces, el gobierno de Plutarco Elías Calles realizaba el inventario de los bienes de la Iglesia y la cerró con ese fin el 1 de agosto de 1926 para reabrirla a los pocos días. El último acto de culto se ofició el día anterior para reanudarse tres años después, en 1929, al fin de la guerra cristera que el historiador Jean Meyer ha calificado como la guerra civil mexicana. La Catedral, durante el conflicto armado cristero, siguió abierta, sin liturgia, pero abierta.
Hoy está cerrada.
Ésta es, sin duda, la expresión más dramática del conflicto; la más delicada es que así comenzó aquella guerra en el 26, con la intolerancia.
Esto en cuanto a sus consecuencias y riesgos; en cuanto a su secuela, debo decir que todos han buscado desmarcarse de algo en lo que todos tienen una cuota de responsabilidad: la tienen los organizadores del mitin, la tiene López Obrador, la tiene el Gobierno del Distrito Federal, la tiene el gobierno federal, la tiene la Arquidiócesis y la tiene, también, doña Rosario Ibarra quien, estoy convencido, no tuvo nada que ver directamente en la irrupción en la Catedral, ni siquiera con los grupos violentos y mucho menos que ella les hubiera dado la señal.
Pero también estoy convencido de que quienes hablan en los actos políticos son responsables de sus palabras, no sólo de lo que dicen o de lo que quieren decir, sino de cómo se interprete en la plaza. Ésa es una carga de los líderes políticos.
Joaquín López Dóriga, “En privado”, Milenio, 21 de noviembre.
Al cerrar la Catedral Metropolitana, la Arquidiócesis de México afectó antes que nadie a su propia feligresía. Así se infiere de la definición de iglesia contenida en el canon 1214 del código respectivo, que además de su apreciación material señala su razón de ser: "Por iglesia se entiende un edificio sagrado destinado al culto divino al que los fieles tienen derecho a entrar para la celebración, sobre todo pública, del culto divino". Y el canon 1221 refuerza esta idea al establecer que "la entrada a la iglesia debe ser libre y gratuita". Durante esta semana la Iglesia infringió esas normas.
Aunque se anunció ya la reapertura del principal templo de la Ciudad de México, quizá para hoy jueves y con seguridad para ofrecer a tiempo los servicios dominicales, eso no priva a la decisión del Consejo Episcopal de la Arquidiócesis de México del carácter de una segunda provocación, luego de la inicial tomada por quien ordenó el repique de las campanas catedralicias fuera de toda norma mientras una multitud se reunía en el Zócalo. El padre José de Jesús Aguilar explicó anteanoche a Joaquín López-Dóriga que las campanas doblan durante tres periodos de 10 minutos cada uno, a las once treinta, once cuarenta y cinco y doce. Pero no explicó que eso es propio de los días de fiesta y el 18 de noviembre no lo es en el ritual católico. Debió aclararlo porque esa especificación consta en el Manual de Procedimientos para Campanario del propio Aguilar. Por lo demás, no es verdad que a las once treinta hubiera comenzado un repique de tal naturaleza.
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 22 de noviembre.
La simpática parajoda de la divina contradicción: la Iglesia católica que divide y resta. El veneno en la copa bendita para continuar denostando un movimiento —con el que se puede estar de acuerdo o disentir— de resistencia civil pacífica encabezado hace meses por Andrés Manuel López Obrador. El monstruo comeniños. El blanco final de toda la campaña sucia y de odio que vuelve a enrarecer la arena política y a inundar la red cibernética.
Todo con un curioso tufo de política
Marcela Gómez Zalce, “A puerta cerrada”, Milenio, 21 de noviembre.
La Constitución y las leyes de Asociaciones Religiosas y de Bienes Nacionales, facultan a la Iglesia católica a cerrar la Catedral, “para preservar en su integridad los bienes propiedad de la nación”.
Le dan derecho a usar “en forma exclusiva” el templo.
Le ordena impedir actos que atenten contra la preservación de los santuarios propiedad de la nación.
Marcelo, no es Segob la que debe cerrar la Catedral.
Pepe Grillo, Crónica, 22 de noviembre.
La Arquidiócesis se ha empeñado en exprimirle todo el jugo político que sea posible a esa inexcusable torpeza de algunos seguidores del PRD. Por primera vez en mucho tiempo la Iglesia se puede decir acosada, aunque sea solo por un incidente tan circunstancial como el que suspendió durante 10 minutos la misa del domingo.
Raúl Trejo Delarbre, “Sociedad y poder”, Crónica, 22 de noviembre.
Las cadenas y los candados siguen en las puertas de la Catedral metropolitana. Joel Ortega Cuevas, secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, envió a los obispos auxiliares de la Arquidiócesis de México el plan para la seguridad del templo. La carta de dos cuartillas, dirigida al representante legal del templo, Rubén Ávila Enríquez, fue entregada en las oficinas de Durango, en la colonia Roma.
Hubo un detalle: los jerarcas de la Iglesia católica no alcanzaron a analizar el escrito porque habían terminado una reunión convocada para tratar el asunto del domingo, la irrupción de simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador. Será este jueves cuando determinen si aceptan o no la propuesta de don Joel. Nos dicen que si no hay problema, el Arzobispado reabrirá Catedral el viernes ó el sábado
“Bajo reserva”, El Universal, 22 de noviembre.
Que lo que viene ahora es el gran show judicial.
Con base en las grabaciones de video, se citará a declarar a más de cien personas que participaron en la asonada contra la Catedral, entre ellas Irma de la Torre, funcionaria del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal.
Del otro bando, se asegura que tendrán que declarar hasta los campaneros. ¿Y al final pasará algo?
“Trascendió”, Milenio, 22 de noviembre.
Nadie en su sano juicio puede cohonestar la reacción de quienes, asistentes o no a la tercera asamblea de la Convención Nacional Democrática, entraron por la fuerza a la Catedral y causaron temor y molestia a quienes se hallaban en su interior. Ya antes, con motivo de reiteradas agresiones de este género, me he permitido señalar que más aún que el cardenal Norberto Rivera Carrera, o tanto como él, los fieles que acuden a la liturgia dominical deben ser respetados porque ejercen una libertad conectada a lo más profundo y elevado de su espíritu. De modo que no ha de disminuirse la gravedad del asalto ni dejar de exigirse a los responsables de la organización, partidaria o civil, del mitin del domingo, no sólo un deslinde sino una condena a prácticas que redondean la provocación sonora que partió del campanario.
Es más grave, sin embargo, que en una evidente desproporción la autoridad arzobispal dispusiera cerrar la Catedral como si un ataque aun de mayores dimensiones fuera esperable durante el asueto del lunes o en los siguientes días de la semana. El que se recordara que en 1926 se ordenó una clausura semejante permite medir a cabalidad la exageración de la medida. El 25 de julio de aquel año el Episcopado Mexicano emitió una carta pastoral en que se anunció la suspensión del culto público a partir del 31 siguiente, en que los templos quedarían al cuidado de los vecinos para que el público pudiera acudir a ellos sin la presencia sacerdotal. La decisión de los obispos se inscribía en un clima de tensión creciente, suscitado por la emisión de leyes y disposiciones reglamentarias del artículo 130 de la Constitución que constreñían la libertad religiosa.
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 22 de noviembre.
La Catedral podría estar abierta a más tardar el próximo domingo, confirmó a este diario el cardenal Rivera. La decisión será tomada por los ocho obispos integrantes del Consejo Episcopal de la Arquidiócesis de México. Desde el jueves analizan el plan de seguridad presentado por las autoridades de la ciudad y hoy por la tarde darán a conocer su posición.
Los prelados hicieron observaciones al primer proyecto presentado por Joel Ortega Cuevas, titular de la Secretaría de Seguridad. Ellos no quieren un operativo que intimide a los fieles y tampoco que sea muy caro. En pocas palabras, no quieren que el templo se convierta en un búnker, nos cuentan
“Bajo reserva”, El Universal, 23 de noviembre.
En fin, que volviendo a la situación político-jurídica de los largos campanazos del domingo —considerados como una cortina de humo en contra de la CND, según AMLO— el PRD y Arzobispado de México presentaron, de buena fe —ajá—, la denuncia correspondiente ante la Procuraduría capitalina contra quienes resulten responsables de entrar como poseí… perdón, con los ánimos exaltados a la Catedral el pasado fin de semana.
Ojo, fue José Guadalupe Acosta Naranjo a nombre del PRD… no de la Convención Nacional Democrática
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 23 de noviembre.
Nada más tengo una solicitud y es que, con anticipación, se les avise a los encargados de tocar las campanas de la Catedral que no vayan a hacer mucho ruido (porque se les acusará nuevamente de ser parte del compló, como lo hizo López Obrador en días pasados), también, a los cilindreros, que ese día ni se acerquen al Zócalo y se refugien en Bellas Artes (no vaya a ser que Rosario Ibarra de Piedra le pida a la banda que vaya a averiguar si los del tradicional uniforme y sombrerito caqui tocan para “el pueblo” o intentan desquiciarlo), a los automovilistas, que no usen su claxon (porque los enviados de Noroña se pueden poner a saltar en las cajuelas), a las mujeres en tacones, que no caminen y, a las moscas, que no vuelen.
No queremos que alguien termine por gritarnos desde el templete: ¡Cállate, chachalaca!
Yuriria Sierra, “Nudo gordiano”, Excélsior, 23 de noviembre.
Bastaría con una pizca de cultura elemental para comprender que las campanas de Catedral tienen derechos adquiridos como parte del acervo ancestral que nos enriquece. Ellas han sido por siglos testigos presenciales de una larga y fatigosa historia en la construcción de la identidad nacional. Gústenos o no, son remembranza de un pasado colonial, símbolo de la religión mayoritaria del pueblo y expresión artística que corona con sus vistosas torres uno de los monumentos más antiguos del continente americano. ¿Si supieran que las campanas de Catedral llegaron a la ciudad antes que el Ángel de la Independencia se posara en su columna, o que la bandera nacional ondeara a mitad del Zócalo? ¿Que están en ese mismo lugar previo al surgimiento de algún partido político? ¿Que han venido repiqueteando desde antaño, cuando no había alrededor de nuestro valle edificación alguna que rebasara su altura? ¿Que han contribuido a la conformación de la mexicanidad, de creyentes y no creyentes, siglos antes del nacimiento de nuestra querida nación?
Paz Fernández Cueto, Reforma, 23 de noviembre.
Considero terminantemente que no tiene ningún sentido positivo para el movimiento democrático irrumpir en la Catedral e interrumpir los actos religiosos que ahí se ofician. Para quienes estamos en el movimiento democrático no debe perderse de vista que el adversario es Felipe Calderón y el problema nacional es la entrega del país a intereses extranjeros que el propio Calderón ha fraguado.
Ya con las reformas decididas en la Asamblea Legislativa del DF en torno a las sociedades en convivencia y al tema del aborto, quedó bastante lastimada la relación entre el PRD y la Iglesia católica. Después de aprobar estas necesarias reformas me parece que corresponde buscar el acercamiento con las Iglesias que son la parte representativa del tejido social de nuestro país
Martí Batres, “Objeciones de la memoria”, EL Gráfico, 23 de noviembre.
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