DOMINGO 18 ENTRE EL ZÓCALO Y LA CATEDRAL. 2. LOS HECHOS EN LA CATEDRAL.

¿Qué sucedió el domingo? A continuación 36 comentarios, 15.72% de los 229 sistematizados para este tema. Coincidencias abundan, quizá lo importante es detenerse en las reflexiones a partir de los acontecimientos sucedidos entre el Zócalo y la Catedral el domingo 18 de noviembre.

Ya veremos qué anuncia hoy. Pero por lo pronto, el evento no transcurrió en santa paz. Y es que como todos los domingos, hubo misa de 12 en catedral.
Esta vez el llamado a misa fue atendido por muchos amloístas, pero ¡para inconformarse por el excesivo repicar de las campanas! Entraron a quejarse y lanzar quejas contra Norberto Rivera quien ese día no ofició misa.
Quién sabe cómo le cayeron a AMLO las declaraciones de Roger Batra, quien previo a la convención dijo:
—No era un peligro para México, yo nunca coincidí con esa terrible y excesiva idea, pero sí es un lastre para la izquierda mexicana.
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 19 de noviembre.

Desde la Catedral sonaron las campanas con las que se quiso acallar la voz de la señora Rosario Ibarra de Piedra, ayer, durante el primer informe del presidente legítimo, y para la gente eso fue una provocación, manejada por quien da órdenes en esa iglesia.
A partir de ya, el escándalo escalará los tiempos de radio y televisión, y, desde luego, se condenará el hecho como un insulto a los fieles de la religión mayoritaria en el país, de aquello que pareció una provocación, seguramente nadie dirá nada, o bien se argumentará alguna de esa razones infames para justificarla, pero lo cierto es que quien exige respeto debe empezar por otorgarlo, o qué, ¿eso no es de buenos cristianos?
Miguel Ángel Velázquez, “Clase Política”, La Jornada, 19 de noviembre.

Solicito atenta y formalmente que esta línea y las que siguen se agreguen a la puntual contabilidad del llamado total vacío informativo en las agencias de noticias, así como en la prensa nacional y extranjera y en los medios electrónicos sobre la Tercera Asamblea de la Convención Nacional Democrática. Siento que todo movimiento político tiene un margen de actuación en el terreno del martirologio y la represión en su contra, pero que ese margen termina por agotarse y exigir congruencia programática, ética, mediática y —sobre todo— social.
Ayer, en el Zócalo capitalino, el “legítimo” esgrimió per se y por personas interpósitas dos planteamientos, ambos vagos. Uno perfectamente válido que es la protesta por el incremento a los precios que se ha dado ya y que con el incremento a los energéticos seguirá desatándose en enero. El segundo, tan demagógico como ha sido toda la campaña de Andrés Manuel López Obrador al grado de convertirlo en el principal obstáculo a que la izquierda mexicana, que merece todo el respeto del mundo, logra configurar un programa que atraiga a una gran masa de mexicanos que estamos inconformes con la situación a la que llevan al país los que hoy nos gobiernan.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, La Jornada, 19 de noviembre.

Pocos minutos antes de la doce, empezaron a sonar todas las campanas de Catedral, actitud extraña de la gente del cardenal Norberto Rivera, ya que cuando hay mítines suelen abstenerse o, en todo caso, dan unos cuantos tañidos para llamar a misa de doce. Sin embargo, en esta ocasión el sonido no sólo fue ensordecedor (opacó las palabras que pronunciaba Rosario Ibarra), sino que se extendió innecesariamente durante largos minutos. Algunos lopezobradoristas se enfurecieron al constatar que no cesaba el ruido, se juntaron afuera de las rejas del atrio de la Catedral, y lanzaron consignas y mentadas de madre. Desde arriba, desde el reloj del templo, varias mujeres y hombres observaban divertidos los efectos de su provocación, tomaban fotografías, y quienes jalaban las cuerdas para hacer tañer las campañas saludaban burlonamente a los inconformes. Cuando el estruendo cesó, los ofendidos se calmaron momentáneamente. Ya regresarían…
Juan Pablo Becerra-Acosta, Milenio, 19 de noviembre.

Faltaban unos minutos para el mediodía dominguero cuando la senadora Rosario Ibarra estaba a punto de dar el uso de la palabra a Andrés Manuel López Obrador como cabeza del gobierno legítimo y en ese momento las campanas de la Catedral comenzaron a tañer, según es usual a esa hora. Pero a la legisladora y a no pocos asistentes les pareció que la sonoridad era más alta que de costumbre y duraba en exceso. No se interrumpió el acto desde la tribuna que daba la espalda a Palacio Nacional, es decir López Obrador comenzó su discurso, pero piquetes de manifestantes situados en la porción norte de la plaza de la Constitución ingresaron por la fuerza al principal templo católico del país en protesta por lo que consideraron una provocación, y generaron con su irrupción un clima de temor y agresividad que resintieron los fieles católicos, ajenos a lo que ocurría en el exterior. Responsablemente, los jefes religiosos y políticos deben tener en cuenta por encima de todo el respeto a los asistentes a la ceremonia dominical.
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 19 de noviembre.

Al grito noroñista de “es un honor estar con Obrador”, lopistas que aplaudían a AMLO en un Zócalo semivacío, asaltaron la Catedral.
Forzaron la puerta cerrada por feligreses, tiraron bancas y vallas y llegaron a un par de metros del Altar Mayor.
Los policías que “protegían” el templo, miraron hacia otro lado.
El PRD agresor salió con su clásico “yo no fui”.
Pepe Grillo, Crónica, 20 de noviembre.

Pocos, muy pocos recordarán la arenga de Andrés Manuel López Obrador en el zócalo capitalino durante la celebración del primer año del “gobierno legítimo” que encabeza. Pero ya es un clásico de la picaresca mexicana —y quedará en la memoria colectiva— la respuesta intolerante y estúpida de un puñado de sus seguidores que por la fuerza penetraron a la Catedral metropolitana, golpearon a feligreses católicos y causaron daños menores al recinto, en protesta porque las campanas del templo doblaron cuando estaba a punto de hablar el “mesías tropical”.
En realidad se trata de un escándalo menor —por su origen y sus causas—, pero que se agiganta por el entorno político en el que se produce y por la fuerte carga de intolerancia y estupidez que lo mueve. Hoy acusan de provocación, de agresión a su causa porque, como ocurre desde hace años, una supuesta mano perversa ordenó que tocaran las campanas de la Catedral metropolitana cuando el señor “legítimo” se preparaba para predicar su verdad. Mañana denunciarán complot ante cualquier cosa que interfiera su política delirante, hasta por el “vuelo de una mosca”.
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 20 de noviembre.

La horda de simpatizantes de López Obrador que irrumpió el domingo a mediodía en la Catedral Metropolitana, hizo un valioso servicio a la derecha en el poder; que debería, si es justa, condecorarlos.
Fue un desplante bárbaro. En unos cuantos minutos, los porros obradoristas dotaron de municiones para varias semanas a los enemigos del tabasqueño que se estaban quedando sin parque. Pero sólo lograron que lo dicho por su líder en el mitin, alertando sobre el advenimiento de tiempos difíciles para la población mayoritaria, y el reciclaje de los planes para privatizar el sector energético, fuera desplazado de los reportes informativos, que privilegiaron las imágenes de la turba profanando el templo mayor del catolicismo.
Nada justifica esa conducta. Ni siquiera si fuera verdad la intentona de sabotaje por parte de los operadores de las campanas de Catedral, que se dieron vuelo tocando varios minutos sin parar. La senadora Rosario Ibarra ha intentado esquivar las acusaciones de que fue ella quien instigó a sus huestes, pero su recorrido por los medios no logrará evitar que el escándalo alcance proporciones internacionales, pues es previsible que el Vaticano reaccione en cualquier momento, exigiendo quemar a López Obrador con leña verde. AMLO pasará de ser un peligro para México a un riesgo para el catolicismo en el ámbito mundial.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 20 de noviembre.

El “asalto a Catedral” fue un acto deliberado —y se lo pueden preguntar a cualquier perredista serio, de los muchos que conocen bien al señor “legítimo”—, que buscaba precisamente el reflector y las primeras planas. Y es que cualquiera que conoce a “Andrés” sabe que en sus eventos, sus concentraciones públicas, el señor “legítimo” no deja suelto ningún detalle y siempre tiene en sus manos los hilos para “jalar para donde le interese que camine el evento”. Y la del domingo pasado no es la excepción. Eso sí, a los ojos de todos —y sobre todo de no pocos perredistas— está claro que en esta ocasión se le pasó la mano. ¿Por qué?
Porque los integrantes del piquete de porros lanzados contra la Catedral, contra los feligreses católicos y contra el objetivo central que era el cardenal Norberto Rivera —quien por cierto, en otro hecho que tampoco es casual, no acudió a la misma dominical de la Catedral— se excedieron en su representación teatral. Se pasaron de fuerza y enseñaron que, más que un grupo radical al que mueve la defensa de una causa —que pudiera ser legítima, cualquiera que fuera su origen—, eran un piquete de golpeadores a los que mueve la estupidez a secas. Y no faltarán las voces que argumenten que un acto como ese va en contra de la imagen del señor “legítimo” y que por eso no pudo ser un acto deliberado. La respuesta no admite matices. ¿Cuántas de las decisiones de AMLO han sido sensatas?
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 20 de noviembre.

¿Qué buscan los seguidores de López Obrador que violentaron un recinto religioso de esa manera? ¿Qué quieren obtener los que arengan de manera irresponsable a una multitud enardecida? No sé realmente qué es lo que buscan, pero sí se lo que pueden obtener: desatar a los fanáticos católicos, que también los hay en este país, y comenzar un enfrentamiento político-religioso que puede ser de consecuencias muy graves
El Duende Preguntón, “¿Sabe o no sabe?”, El Gráfico, 20 de noviembre.

Más que una manifestación política contra el cardenal Rivera y sus posiciones, la acción violenta de los lopezobradoristas se convirtió en una agresión a un recinto religioso y por tanto en motivo para que quienes profesan esa religión se sientan agredidos.
Cerrar la catedral también representa una decisión extrema por parte de la jerarquía católica de la ciudad. Porque al cancelar la actividad en el recinto, se convoca veladamente a la feligresía católica a responder a las agresiones. Así comenzó la guerra cristera y, aunque el cardenal ya había lanzado advertencias y ni el gobierno federal ni el capitalino garantizaron la seguridad, las connotaciones y reminiscencias históricas de esa decisión no abonan al clima de tolerancia y entendimiento.
Salvador García Soto, “Serpientes y Escaleras”, El Universal, 20 de noviembre.

Será importante analizar con precisión la duración y el tipo de toque de las campanas de Catedral ese día, a la luz del protocolo aquí reseñado. Yo estuve presente en el evento y, en lo personal, me pareció fuera de orden ese “llamado a misa”. Duró cerca de quince minutos, de las 11:45 a las 12:00 horas aproximadamente, con una cadencia también anormal. No era el sonido del Angelus del mediodía, sino el repique de las “rogativas” —parecido al martilleo de un yunque—, que advierten de la tempestad, la calamidad o, a partir del domingo pasado, de la “profecía autocumplida”.
Ricardo Monreal, Milenio, 20 de noviembre.

Las campanas de Catedral repicaron llamando a misa este domingo al mediodía. Esto lo hacen con frecuencia. Quienquiera que esté algún tiempo en el Zócalo de la Ciudad de México lo sabe bien.
Pero los grupos que se habían reunido en la plaza para festejar al "gobierno legítimo" de Andrés Manuel López Obrador claramente no pasan mucho tiempo en el Zócalo ni acuden a misa en Catedral. El hecho es que las campanas los enfurecieron porque sus discursos no se podían oír.
Otros habrían quizá tratado de hablar con las autoridades del templo. No es inusitado que los vecinos tengan dificultades porque algunos hacen ruidos que molestan a los otros. Cuando la gente actúa de buena voluntad, estos problemas se arreglan con diálogo.
Los lópezobradoristas, sin embargo, tienen otras formas de saldar cuentas. Así, un grupo de unos 150 ó 200 se dirigieron enardecidos a la Catedral. Una valla de granaderos, desplegados por el gobierno del Distrito Federal precisamente para garantizar la seguridad, permitió su paso sin molestarlos. Al parecer tenían órdenes de no enfrentarse a los militantes.
Sergio Sarmiento, “Jaque Mate”, Reforma, 20 de noviembre.

La intolerancia de los ayatolas amarillos frente al largo repique de las campanas en Catedral los llevó a cometer el error político que la jerarquía católica esperaba. Interrumpieron la misa, rayaron las paredes, rompieron bancas, gritaron consignas a favor de Andrés Manuel López Obrador, asustaron a los feligreses, ofendieron sus creencias, la regaron.
La respuesta de la Iglesia al más grave incidente ocurrido en Catedral fue también de intolerancia. Ya anunciaron que las puertas del templo permanecerán cerradas, a partir de hoy y hasta que el Gobierno del Distrito Federal garantice en serio la libertad de cultos, y no se ponga en riesgo la seguridad de los parroquianos y del cardenal Norberto Rivera Carrera.
Francisco Garfias, “Arsenal”, Excélsior, 20 de noviembre.

Pero esa hipocresía no alcanza para tapar el deseo de violencia que cunde entre buena parte de los máximos funcionarios del catolicismo mexicano. Hace ya tiempo que andan en el negocio de la provocación y no dudan en convocar a cruzadas contra las campañas de prevención del sida, contra las sociedades de convivencia, contra la despenalización del aborto. En todos esos casos se han quedado con las ganas, porque los fieles no son tontos: tienen claras las diferencias entre un confesor y un ginecólogo, entre un cardenal y un dirigente político, y entre una conferencia episcopal y un órgano legislativo, y hacen muy poco caso, o ninguno, a las arengas de sus mentores espirituales. El deseo revanchista de los dirigentes católicos y su afán de confrontar ha sido frustrado, además, por la coherencia institucional de los actos de modernización social emprendidos en la capital de la República y por la vocación pacifista de un movimiento social de resistencia que no quiere ahorcar curas, sino que se haga justicia y esclarecimiento legal ante la impunidad judicial que disfruta el alto clero, parte integrante de la oligarquía en el poder
Pedro Miguel, La Jornada, 20 de noviembre.

De pésimo y artesano gusto interrumpir la misa en Catedral. Sin duda la feligresía tendría que estar muy molesta por no haber disfrutado de las homilías siempre mesuradas, inteligentes, comprensivas y sensibles de los altos purpurados que ahí se manifiestan. Como si no fuera suficientemente terrible que los creyentes ahí reunidos no pudieran escuchar los comedidos comentarios del gentil cardenal Rivera Carrera porque se encontraba fuera del país (ya lo conocemos por la mesura de sus discursos que nunca se inmiscuyen en la política interior ni atentan contra el espíritu laico ni republicano, y mucho menos ha marcado a las masas con sus fundamentos moralitos ni ha estado metido en escándalos con curas pederastas —por eso no extraña que el Episcopado Mexicano se manifieste contra la castración química para pederastas y violadores—, y por lo regular apoya sus filípicas contra pécoras y abortistas, por ejemplo, con sus amigos de Provida, fuente inagotable de tolerancia y buenas maneras), todavía tenían que soportar a esa masa enardecida de supuestos pejistas-leninistas; gentuza maleducada que ni siquiera fue capaz de averiguar si su enemigo el cardenal iba a estar presente para escuchar sus improperios.
Jairo Calixto Albarrán, “Política cero”, Milenio, 20 de noviembre.

Y sin que estuviera, hasta donde sé, acordado, un grupo de manifestantes se desprendió para ingresar violentamente a Catedral.
Fue un momento de afilada tensión entre los señalados como lopezobradoristas y los fieles. Hubo gritos, insultos, empujones y temor. Cuando las campanas callaron, se retiraron, dijeron que a eso iban.
Este lance provocó el peor conflicto entre la Iglesia católica, López Obrador y el PRD, llevó al cierre de la Catedral, a un intercambio de acusaciones y a un deslinde del perredismo a través de su secretario general, José Guadalupe Acosta Naranjo, no de Leonel Cota, y de Izquierda Unida de Jesús Ortega, quien ausente del informe, pintó su raya.
Joaquín López Dóriga, “En privado”, Milenio, 20 de noviembre.

Es evidente que López Obrador no mandó a sus golpeadores a destrozar la Catedral. Pero, por lo visto, en el Zócalo no caben él, caudillo salvador, y los fieles que van a misa los domingos. No hay espacio para unos y otros. Y es que la principal plaza de la República no sólo es el escenario asignado por decreto para que los perredistas monten todos los numeritos de protesta imaginables. No señor. A partir de que ocurriera ahí la magna ceremonia de entronización del presidente de mentiritas, se volvió también un templo, un centro ceremonial, un santuario.
Román Revueltas Retes, “Interludio”, Milenio, 20 de noviembre.

Nadie está libre de declarar absurdos, mi estimado, lo delicado es hacerlo en serio. Las peligrosas señales ocurridas con el inédito repiquetear, durante cerca de nueve minutos, de las campanas de la Catedral mientras se llevaba a cabo la tercera CND en la plancha del Zócalo capitalino, y que originó que manifestantes alborotaran las aguas benditas, deben ser cuidadosamente sopesadas para evitar una volátil escalada en los ya de por sí acelerados ánimos sociales. Porque en este episodio, donde la provocación emana desde el ámbito divino, era predecible una reacción.
Una vez más, my friend, el epicentro de la polémica tiene el simpático sello de Norberto Rivera, quien debería ser el primero en apaciguar el confuso vendaval donde nadie gana. Porque no se necesitan demasiadas neuronas para pronosticar lo que una sembrada provocación en esos momentos desataría, pues.
Marcela Gómez Zalce, “A puerta cerrada”, Milenio, 20 de noviembre.

Vendría la referencia inaudible como inevitable de la oradora en turno, la senadora Rosario Ibarra de Piedra, quien en ningún momento arengó a la toma de la Catedral, como ahora argumenta la defensa del arzobispado.
La reacción posterior de un grupo de asistentes al evento es tan lamentable como la evidente violación al protocolo del toque de campanas de la Catedral. Jamás se debió responder a esa incitación con una trasgresión del recinto religioso. En pocas palabras, a la provocación surgida de la Catedral no debió proseguir la intolerancia de una parte del zócalo, porque ambos espacios históricos representan en este país concordia, pluralismo y reconciliación, todo lo contrario de lo que unos y otros escenificaron el pasado domingo.
Ricardo Monreal, Milenio, 20 de noviembre.

Cuando los perredistas se acercaban a las puertas de Catedral, éstas fueron cerradas por los cuatro guardias que precariamente deben proporcionar seguridad en el interior. Pero los manifestantes abrieron las puertas a patadas y entraron al templo en tropel enarbolando estandartes de la Convención Nacional Democrática y coreando el nombre de López Obrador. Sembraron el terror entre los feligreses -muchos de ellos mujeres, ancianos y niños- que ahí esperaban la misa de las doce. Golpearon y empujaron a algunos y lograron que se suspendiera la celebración.
Sergio Sarmiento, “Jaque Mate”, Reforma, 20 de noviembre.

Los atacantes también se pasaron de tueste. Cuando presenté mis Episodios Naconales en la Feria del Libro del Zócalo, las campanadas en la Catedral sonaron a todo vuelo justo cuando yo explicaba las maravillosas aportaciones del padre Maciel al establecimiento de la estimulación temprana de monaguillos como una nueva tradición mexicana. Yo lo tomé a manera de homenaje más que una afrenta.
Jairo Calixto Albarrán, “Política Cero”, Milenio, 20 de noviembre.

Quienes estaban en el templete el domingo, muchos de ellos y ellas experimentados políticos y líderes sociales, se dieron cuenta de que el doblar de campanas era inusitado, que parecía tener por objetivo obstaculizar el mitin político. Pasado el incidente en el interior de la Catedral sostienen que el mismo fue causado por una bien calculada provocación. ¿Por qué durante los 10, 11 o 15 minutos –según distintas fuentes– nadie tuvo la intuición política para darse cuenta de lo que significaban las estridentes campanadas, y advirtió a quien hacía uso de la palabra de tener cuidado con lo que expresaba?
Carlos Martínez García, La Jornada, 21 de noviembre.

Pero lejos de los esplendorosos caminos de la literatura, el domingo al mediodía los seguidores de la Convención Nacional Democrática se llenaron de odio por el tañer de las campanas de la Catedral Metropolitana y la emprendieron contra curas y fieles por considerar una provocación el vuelo de los bronces. Hoy las campanas doblan por ellos y no contra quienes las usaron —dicen—, para “silenciar” sus discursos.
La versión “legítima” le atribuye a la sonoridad de las campanas una complotada utilidad ensordecedora suficiente para no escuchar los discursos, cuya reiteración, a fin de cuentas, ya no los hace ni novedosos ni necesarios.
Rafael Cardona, “El cristalazo”, Crónica, 21 de noviembre.

Y una vez más irrumpieron violentamente en la Catedral, ante la impávida mirada de las fuerzas del orden que “custodiaban” el recinto y que nomás los vieron pasar. El argumento fue que las campanas doblaran casi 12 minutos, y pregunto ¿existen antecedentes del tiempo que doblan normalmente? ¿Quién cronometra la duración? La verdad no fue más que un pretexto para volver a las andadas, se disculpa Fernández Noroña, y no lo hizo con letreritos, sino que con su propia palabra, desde luego que un perdón condicionado a que no tuvieron la culpa, que no se dieron cuenta de que parecen loros, sólo repiten lo mismo. Eso, señores perredistas, no es hacer política, es hacer el ridículo una vez más.
¿Cuándo entenderán que ese pleito con la Iglesia no los conduce a nada?, y sólo acaba por enterrar la poca imagen que queda del “presidente ilegítimo”.
Yazmín Alessandrini, “Circo Político”, Crónica, 21 de noviembre.

Por un lado, la farsa del primer informe del “gobierno legítimo” del tabasqueño —que de informe, de gobierno y de legítimo no tiene nada, aunque se enojen sus fieles—, y el montaje de la toma violenta de la Catedral, cuyos promotores están bien identificados. Y por el otro lado la no menos teatral reacción de la Iglesia católica, que en una sobreactuación de su papel acusó de “terroristas” a los invasores de la Catedral y hasta se aventó la puntada de cerrar el templo, en un afán por repetir la historia: la Guerra Cristera.
En todo caso lo cuestionable —y que todos debiéramos lamentar— es que de nueva cuenta el cuerpo social en su conjunto se vio atrapado por las peleas de poder de dos grupos políticos, enfrentados y con insaciable sed de venganza, que aprovechan sus respectivas debilidades y errores para su personalísimo cobro de facturas. Más que una supuesta o real provocación por el doblar de las campanas de Catedral; más que un asalto espontáneo o deliberado de la Catedral por parte de los fanáticos de AMLO, lo cierto es que se reabrieron las heridas de la polarización, del odio, la intolerancia y el fanatismo que nubla la razón y sólo responde al instinto de la pasión
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 21 de noviembre.

Vaya días los que estamos viviendo por los campanazos del domingo pasado en la Catedral Metropolitana, cuando iniciaba la Convención Nacional Democrática (CND) de Andrés Manuel López Obrador.
Los largos 9, 10 o 12 minutos que duró el repique se han transformado —y continuarán así— en días de dimes y diretes.
Mire, de acuerdo con el Manual de la Catedral, el repique puede ser de hasta 15 minutos.
¡Uy, no! Ahí sí hubiera estallado la revolución. ¿No cree?
Katia D’Artigues, “Campos Elíseos”, El Universal, 21 de noviembre.

Y, para cerrar, léase una parte (sobre todo los últimos renglones) de la crónica que Juan Pablo Becerra-Acosta publicó en Milenio el pasado lunes: “Pocos minutos antes de la 12 empezaron a sonar todas las campanas de Catedral, actitud extraña de la gente del cardenal Norberto Rivera, ya que cuando hay mítines suelen abstenerse o, en todo caso, dan unos cuantos tañidos para llamar a misa de 12. Sin embargo, en esta ocasión el sonido no sólo fue ensordecedor (opacó las palabras que pronunciaba Rosario Ibarra), sino se extendió innecesariamente durante largos minutos. Algunos lopezobradoristas se enfurecieron al constatar que no cesaba el ruido, se juntaron afuera de las rejas del atrio de la Catedral, y lanzaron consignas y mentadas de madre. Desde arriba, desde el reloj del templo, varias mujeres y hombres observaban divertidos los efectos de su provocación, tomaban fotografías, y quienes jalaban las cuerdas para hacer tañer las campanas saludaban burlonamente a los inconformes”…
Julio Hernández López, “Astillero”, La Jornada, 21 de noviembre.

Nada que discutir. Que entraron para reclamar, con el dolor de la humillación y la rabia por lo mismo, sí, es verdad; que cayeron en la trampa, también es cierto, pero que quien montó la provocación desde el campanario de la Catedral sabía lo que estaba haciendo, es una verdad incontrovertible, y merece la misma condena con la que se pretende castigar a quienes irrumpieron en el recinto eclesial.
Y que quede claro, quienes reclamaron dentro de la Catedral que se tratara de silenciar a punta de campanazos a sus líderes, son militantes del catolicismo, creyentes, gente que creció y vive dentro de esa fe, pero que también sabe y está consciente de que quienes dirigen esa iglesia están alejados de la feligresía.
Por tanto, no se vale que quienes condenan a los “rijosos” se nieguen a mirar que en el hecho hubo una provocación bien montada, y que en eso hay uno o más responsables que deben admitir sus responsabilidades, para que en lo futuro no se repitan incidentes tan desagradables, de uno y otro lados.
Miguel Ángel Velázquez, “Ciudad perdida”, La Jornada, 21 de noviembre.

En lenguaje llano, sin estar presente, el cardenal Rivera Carrera se los chamaqueó. En el arzobispado de México calcularon bien sus pasos, mientras del otro lado hubo puros tropezones. El provocador se salió con la suya; a los provocados les faltó sagacidad para reaccionar de inmediato y con sabiduría. Hubo junto a Manuel López Obrador, quizás también él mismo, quien se percató de que las campanadas no eran un llamado a un acto religioso, sino una toma de postura política
La anterior interpretación, en el momento de los hechos, la hizo el senador perredista Ricardo Monreal Ávila: “Yo estuve presente en el evento y, en lo personal, me pareció fuera de orden ese ‘llamado a misa’. Duró cerca de 15 minutos, de las 11.45 a las 12 horas aproximadamente, con una cadencia también anormal. No era el sonido del Angelus del mediodía, sino el repique de las ‘rogativas’ –parecido al martilleo de un yunque–, que advierten de la tempestad, la calamidad o, a partir del domingo pasado, de la ‘profecía autocumplida’” (Milenio Diario, 20/11). Quince largos minutos en los que ninguno de los avezados políticos, ni sus asesores, que estaban codo con codo en el poblado estrado, tuvieron el tino de armar de inmediato la única respuesta inteligente que pudo darse en el instante a la estridencia proveniente de la Catedral: que callara la oradora en turno, llamando a la multitud a esperar el cese de campanadas, y cuando esto sucediese aprovechar para explicar a los miles de presentes en el Zócalo que ante el golpeteo disfrazado de inocente llamado a misa, se había decidido poner la otra mejilla, avergonzando así a los agresores catedralicios
Carlos Martínez García, La Jornada, 21 de noviembre.

Los discursos y las posturas políticas presentados en el Zócalo pasaron a un segundo plano y, de todo lo que se dijo, sólo nos quedamos con el “¿Será que las campanas saludan a esta Convención o será que quieren que callen las voces? ¡Hay que averiguarlo!”, de la senadora Rosario Ibarra.
Y su pregunta le cayó como anillo al dedo a una multitud ya enardecida contra Norberto Rivera. En una de las pantallas gigantes instaladas en el Zócalo se vio una escena de la película Fraude: México 2006, de Luis Mandoki, en la que Rivera aparece bendiciendo a Carlos Salinas de Gortari. Suficiente para encender los ánimos pejistas.
Maite Reyes Retana, Milenio, 21 de noviembre.

Me parece que ya es hora de ir más allá de que el escandalito fue causado por provocadores, a los que inermes ciudadanos respondieron inocentemente. Si ya se sabe por largas experiencias en las nutridas filas del lopezobradorismo que en sus actos hay que prever las provocaciones, ¿por qué entonces caen una y otra vez en el garlito que les arman para evidenciarlos como intolerantes? Un movimiento pacífico, como el que una y otra vez dice López Obrador es el suyo, está obligado a desarrollar una pedagogía y estrategias que neutralicen a los provocadores. Ahí están experiencias como la de Martin Luther King y Mahatma Gandhi, quienes confrontaron toda clase de violencias con creativas respuestas ajenas a la violencia, y al hacerlo creció su autoridad moral y evidenciaron la hipocresía de sus atacantes. De no hacerlo así, del otro lado seguirán sonrientes y mirando cómo sus celadas alcanzan sus bien claros objetivos
Carlos Martínez García, La Jornada, 21 de noviembre.

Las crónicas del mitin del domingo describieron escenas parecidas. Las masas a la espera de instrucciones de su caudillo. Pero son los grupos radicales, rupturistas, los que se quedaron como base social del lopezobradorismo. Así, López Obrador ya no es el político del cambio, el que pudiera transformar las instituciones para mejorarlas, el reformista. Fue la línea de la ruptura institucional, aunque dentro de los espacios del bonapartismo en donde las clases dominantes carecen de gobernantes y tienen que aceptar los gobiernos populistas, aunque al final sin romper con el modelo de producción típicamente capitalista y sí orientado más a un régimen de Estado hegemónico que dura mientras tenga ingresos fiscales.
Lo ocurrido en la Catedral fue algo natural de un movimiento radicalizado hacia la violencia, agotado en lo político y sin ideología. Y por eso no habrá acuerdo con la iglesia católica, porque el lopezobradorismo nunca reconocerá errores sino que multiplicará pretextos. El ataque a la Catedral definió con acciones el momento en que se encuentra el lopezobradorismo: un movimiento radical, rupturista, violento, agresivo y dominado por el pensamiento maniqueo.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 22 de noviembre.

Y si, como sugieren algunos comentaristas, el piquete de enardecidos aguardaba a las puertas de Catedral esperando la señal para entrar con gritería prefabricada, se habría tratado de una triple torpeza de ese partido. El episodio dominical lesiona la de por sí mala fama del PRD. Además desplazó de la información periodística el mitin y el discurso de López Obrador. Y en tercer lugar le regaló a la jerarquía eclesiástica un pretexto casi inmejorable para fortalecer su presencia pública.
Raúl Trejo Delarbre, “Sociedad y poder”, Crónica, 22 de noviembre.

Es lamentable ver cómo se gasta tinta y horas de grabación en estos melodramas. Cierto, lo que pasó fue lamentable, pero mientras el desgarramiento de vestiduras mantiene en vilo a una opinión pública adicta al morbo, en el Golfo de México una plataforma petrolera está al borde del colapso, contaminando con su marea negra nuestros peces, nuestras aves, nuestro océano. Pocos parecen conmovidos por esta tragedia ecológica producto de la lamentable operación de una compañía que la tecnocracia priista, y el foxismo en particular, llevaron a la ruina. Total, la nación ya está en ruinas y a nadie le importa que en veinte, quizá treinta años, nos convirtamos en uno de los países más contaminados del planeta, en un país con pocas o nulas posibilidades de practicar un desarrollo sustentable.
David Gutiérrez Fuentes, “Perro Mundo”, Crónica, 22 de noviembre.

¿Hay alguna diferencia entre los católicos que esperaban el inicio de la misa de mediodía el domingo pasado en Catedral, y los miles de católicos perredistas que asistían al evento de la Convención Nacional Democrática en la plancha del Zócalo? (…) La respuesta a la pregunta del principio del texto es que no hay diferencias. Hay fieles católicos que tienen simpatías partidistas distintas, pero no son enemigos de clase y mucho menos adversarios religiosos. Son vecinos, comparten el transporte público, las costumbres, las aficiones deportivas, los gustos gastronómicos. Enfrentan los mismos problemas y tienen expectativas semejantes. Los separa, sí, la lucha por el poder que otros protagonizan y que a otros beneficia. Ojalá que la gente común, dentro y fuera de los templos, lo comprenda y no permita que nadie la utilice, que nadie la confronte.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 22 de noviembre.

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