Por momentos, el discurso rupturista del lópezobradorismo se frena ante el peligro de constituirse en un llamado para dejar las plazas e irse a las montañas. Por momentos, el discurso político del lópezobradorismo se frena ante el temor de reblandecer la postura radical. Lo que queda de esa esquizofrenia donde un día el discurso es revolucionario y otro reformista, es la indecisión de hacer o no hacer política en serio.
Seguir por ese sendero, donde a veces se camina por las banquetas y a veces no, tiene por destino impulsar un movimiento sin dinámica y un partido afectado por la contradicción de querer poder y no poder. Un movimiento y un partido desarticulados que, a la postre, darán lugar a un juego absurdo: pelear el poder que se perdió.
Cuanto hagan o dejen de hacer los seguidores y los no seguidores de Andrés Manuel López Obrador sin duda será determinante en su destino pero lo importante no es eso. Lo importante es que esa indefinición deja a un amplio sector de la ciudadanía sin un instrumento político eficaz que le permita influir en el destino nacional. Un sector inconforme con el poder establecido y la derechización del país, decidido a participar pero sin romper con la civilidad y la institucionalidad.
René Delgado, “Sobreaviso”, Reforma, 17 de noviembre.
El tabasqueño no ignora que las horas bajas de hoy pueden ser las horas altas del mañana, que los buenos números de Calderón algún día cambiarán y que él puede estar allí esperando para atrapar a los “desencantados”. El punto débil de su estrategia, me parece, es que su apuesta principal es que al país le vaya mal y ese es un grave error. En Tabasco habrá que ver cómo quedan las cuentas, pero es difícil —incluso a sus más leales— negar que pretenda lucrar políticamente con la desgracia. Por otro lado, mientras más duro se plantee el escenario económico, la izquierda reduce paradójicamente sus posibilidades de llegar al poder por la enorme desconfianza que supone su manejo económico y su cada vez peor disimulado prejuicio antiempresarial. ¡Qué alto se está poniendo a sí mismo el listón para regresar al centro político y presentarse como un reformista proclive a proteger a los más débiles!
Leonardo Curzio, El Universal, 19 de noviembre.
Aun desde una férrea posición laica, republicana y gratuita (como la que a orgullo mantiene el autor de estas líneas), es imposible no reparar en el muy grave tropiezo que tuvo este domingo Andrés Manuel López Obrador, con la estupidez que protagonizaron casi 200 de sus vándalos que irrumpieron en la Catedral Metropolitana durante la celebración de una misa.
Lo delicado no estriba en que le sea achacable (ni siquiera puede suponerse la remota posibilidad de que fuese una orden suya), sino en que el ex volvió a comportarse como suele hacerlo ante otros atropellos: como si la Virgen le hablara y cerrándose a la suculenta oportunidad de condenar tal acción.
Quienes lo recuerden imperturbable cuando la rechifla que provocó Elenita Poniatowska contra Cuauhtémoc Cárdenas y las mentadas de madre que sus achichincles (aquí sí, expresamente azuzados por él) propinaron 42 veces contra la libertad de expresión y de periodistas, entenderán que El Peje, al hacerse el que ni oye ni ve, avaló esos atentados a sus desafectos.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 19 de noviembre.
¿Qué cosechó el lopezobradorismo en un año? A falta de logros palpables que mostrar, ellos afirman que están ayudando a despertar a millones de mexicanos humillados. Puede ser, pero los resultados no son claros. No son tangibles, verificables.
Y si no es realidad, es posibilidad. O mito. O, diría Bartra, una ficción más de López Obrador: personaje trágico del realismo mágico latinoamericano: fantasma que lanza estocadas al aire.
Ciro Gómez Leyva, “La historia en breve”, Milenio, 19 de noviembre.
El problema es haber catalizado el fenómeno político mexicano en la persona de uno de sus protagonistas; lo hizo primero, es cierto, la pareja dinámica de Vicente y Marta, al intentar el desafuero de Andrés Manuel. Lo terminó de hacer el “legítimo” al montarse en su macho intolerante y pretender que sus correligionarios le sigan ciegamente.
Eso no quiere decir que el disminuido poder de convocatoria de Andrés Manuel ayer en la Plaza Mayor de la Ciudad de México descalifique el esfuerzo de la izquierda mexicana. Lo que quiere decir, simplemente, es que el fenómeno de inconformidad social que Andrés Manuel capitalizó en su momento sigue vigente. El proceso superó a su protagonista, cosa de lo que supieron muy bien Marat, Lenin, Mao y el Che. Las torres que en el cielo se creyeron encontraron un derrumbe catastrófico.
Por encima de todo, la insatisfacción que llevó democráticamente a Vicente Fox a hacer de su país un papalote, como si fuera su culo —por citar la sabiduría popular—, sigue viva. Y la “conspiración” de los medios que ocultan esa terrible realidad no ayuda mucho.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 19 de noviembre.
No hay gobierno más despótico, mi estimado, que una oligarquía. Es curiosito el efecto que logra Andrés Manuel López Obrador cada vez que vuelve al centro del reflector. El simpático termómetro de la histeria colectiva siguen siendo los correos electrónicos desde donde se desató parte de la campaña que polarizó a México, que inundan, con mensajes entre arcaicos, neuróticos y completamente radicales, la simpática red. El flujo de coléricas emociones que ocasiona el tabasqueño a la inquieta oligarquía, a 16 meses de un polémico proceso electoral y a un año de haber instaurado una presidencia legítima, muestra el tamaño de sus miedos.
Sí, my friend, porque Andrés Manuel tiene la ocurrente habilidad de desatar todos sus demonios al poner los puntos sobre las maravillosas íes. Sin simulaciones ni medias tintas. El estupendo debate no es si le asiste la razón en las escalofriantes cifras sobre el gasto corriente, sobre el desempleo, los índices de corrupción, sobre las condiciones de pobreza, el crudo balance entre precios y salarios, los arreglones entre the usual suspects y un sinfín de asuntos que son prioritarios en la agenda nacional.
Marcela Gómez Zalce, “A puerta cerrada”, Milenio, 19 de noviembre.
Evidentemente, la violencia tiene nombre y apellido: sí, es el de Andrés Manuel López Obrador. Fue él quien desde hace cuatro años viene incitando a los mexicanos a enfrentarse unos contra otros. A tragarse su versión del compló como una “verdad revelada”. A descalificar y odiar a quienes no fueran partidarios de su mentira. A agredir permanentemente: con marchas, descalificaciones, acusaciones, insultos. A llamar a la toma de calles, a los plantones y a los gritos. A desconocer al ganador de una contienda electoral, agredir al IFE y a los miles de ciudadanos que organizaron la elección. A culpar a los medios de comunicación. A agredir a presidentes de otros países, como Lula o Rodríguez Zapatero, por reconocer al gobierno de Felipe Calderón
Yuriria Sierra, “Nudo gordiano”, Excélsior, 20 de noviembre.
El Zócalo ha sido escenario de las concentraciones que posicionaron a López Obrador como el principal líder social del país, pero la Plaza de la Constitución no es suya. En ella convergen otros protagonistas del quehacer nacional que también tienen derecho a expresarse, así sea con insistentes e inoportunos llamados a misa. El episodio del repicar de campanas pudo haberse resuelto de varias maneras. Recurrir a la fuerza y golpear feligreses fue la peor opción. Les saldrá carísimo.
El movimiento de López Obrador se aísla y radicaliza. No ha podido procesar los agravios recibidos. Quienes permanecen a su lado dan señales de desesperación, que no es buena consejera. Incluso dirigentes del PRD, que aprovecharon la copiosa votación a favor del tabasqueño, ahora, de pronto políticamente correctos, le hacen un vacío. Es verdad que se avecinan tiempos difíciles. La cuesta de enero será despiadada con los que menos tienen. La pobreza se aferra, la violencia merodea.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 20 de noviembre.
¡Qué bárbaro, Marcelo!, todavía no inauguras tu megapista de hielo y ya van varios que se resbalan en la plancha congelada del Zócalo. Porque lo ocurrido en el mitin del domingo de Andrés Manuel López Obrador, donde perredistas fanatizados se metieron a la Catedral metropolitana a hacer destrozos y a gritar improperios contra el cardenal Norberto Rivera, es todo un resbalón político para el autonombrado “Presidente legítimo”.
El Duende Preguntón, “¿Sabe o no sabe?”, El Gráfico, 20 de noviembre.
¿Campanadas llamando a misa mientras el gran sacerdote oficiaba su propio servicio y difundía la buena palabra? ¡Por favooooor! ¿A quién se le puede ocurrir tamaño sacrilegio? ¡Estaba hablando nuestro mesías tropical! El mundo entero debía detenerse. No pudo la fanaticada lopezobradorista treparse a las torres y aventar al campanero al vacío pero logró de todas maneras violar el templo, aterrorizar a los creyentes e interrumpir la ceremonia religiosa. Desde luego, fue un acto inquietantemente espontáneo. ¿Y el patrón? Calladito. No ha reprendido a los bárbaros. Vaya manera de cavar su propia tumba.
Román Revueltas Retes, “Interludio”, Milenio, 20 de noviembre.
Éje, Andrés Manuel López Obrador, es el nombre del principal responsable de esos ciento y tantos perredistas, mexicanos que entraron el domingo a golpear a otros mexicanos mientras se realizaba la misa en la Catedral Metropolitana.
Pero la violencia también tiene otros nombres: Rosario Ibarra, Marcelo Ebrard, Leonel Cota, Fernández Noroña, Guadalupe Acosta y sí, hasta Jesús Ortega, por permitir, por dejar pasar, por hacerse de la vista gorda frente a toda la violencia que López Obrador ha generado, no desde el 2 de julio, sino desde hace ya varios años…
Pero la violencia, igual que la derrota, es huérfana…
Yuriria Sierra, “Nudo gordiano”, Excélsior, 20 de noviembre.
Es una pena que lo acontecido en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, este domingo pasado, pueda convertirse en un nuevo detonador de enconos. Solamente los pendejos pueden pensar que legítimos seguidores de un escuálido —en todos sentidos— Andrés Manuel López Obrador se hubiesen lanzado motu proprio o estimulados por algún operativo a la provocación contra el segundo más importante templo de los católicos mexicanos. Se trató, no hay duda, de una provocación y toca a quien toca averiguar su origen. Como a quien toca investigar toca muy probablemente el origen de la provocación, sabremos la verdad del asunto unos años después de que sepamos lo del Jueves de Corpus.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 20 de noviembre.
Por más disculpas y elusiones que haga en torno al asalto violento a la catedral del zócalo, el incidente del domingo fue una expresión directa del mal político que aqueja a López Obrador: el pensamiento maniqueo.
A partir de este discurso en donde los demás son los malos y sólo él es el bueno, López Obrador ha ido tejiendo una propuesta de organización de masas para la ruptura social o para el asalto al poder. De ahí que el pensamiento maniqueo se sustente en la confrontación con los grupos de presión del sistema político: la iglesia, los empresarios, el gobierno, el Congreso, los medios, las relaciones diplomáticas, las leyes, las instituciones.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 21 de noviembre.
A nadie le resulta ajeno que luego de coquetear con el cardenal Norberto Rivera para ganarse su apoyo político en la contienda electoral de julio de 2006 —a quien le regaló terrenos propiedad de la ciudad y le encomendó la inauguración de algunas de sus fastuosas obras viales—, el señor López Obrador colocó al purpurado en la lista de los “traidores a su causa”. ¿Por qué? Porque Norberto Rivera cometió el pecado político de apoyar electoralmente a la derecha de Felipe Calderón. Suponer que el cardenal apoyaría a AMLO resultaba, por decir lo menos, ingenuo.
Por eso desde hace muchos meses del núcleo duro del lopezobradorismo salió una campaña de hostigamiento y agresión contra Norberto Rivera, que había llegado a su límite el 5 de noviembre pasado y que motivó advertencias de la jerarquía católica de que si continuaban las agresiones, la Catedral sería cerrada al culto. Pero el cardenal no es el único perseguido por la supuesta o real traición a AMLO. Entre las víctimas de la sed de venganza están el presidente el IFE, Luis Carlos Ugalde, y el Consejo General de esa institución, el ex presidente Fox, los periodistas que no piensan como AMLO, los medios electrónicos de comunicación y, por supuesto, “el espurio”, Felipe Calderón. Pareciera que el objetivo central del “gobierno legítimo” —más que hacer propuestas realistas para resolver los grandes problemas nacionales— sería la venganza contra todos aquellos que no se plegaron a los delirios del tabasqueño
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 21 de noviembre.
Flaco favor le hacen episodios como éste a la resistencia civil pacífica de izquierda que ese mismo domingo dio muestras de vitalidad y presencia, no obstante la intención del gobierno y de los grupos de poder que lo respaldan, de borrarla o hacerla pasar como la manifestación de un grupúsculo de alborotadores ridículos. Esta irrupción violenta a la Catedral podría dañar uno de los principales activos del movimiento encabezado por AMLO: el haber encausado pacíficamente, a lo largo de los últimos 12 meses y sin ningún vidrio roto, el descontento y frustración que millones de mexicanos sintieron después de las elecciones del año pasado
Raúl Rodríguez Cortés, “Gran angular”, El Gráfico, 21 de noviembre.
Para tratar de justificar las bárbaras agresiones de sus seguidores, Andrés López ahora dice que fueron provocados por la mafia política que pretende quedarse con Pemex.
Ahora resulta que la Iglesia católica, reunida con quién sabe qué intereses que no logra atinar (podría suponerse la ultraderecha, los empresarios o algún fantasma), todo lo hicieron sólo por molestarlos e impedir que se conociera su mensaje.
AMLO y sus seguidores hablan de que fueron provocados y no se escuchó su propuesta para “salvar” a Pemex. Resulta que, según ellos, la paraestatal requiere 400 mil millones de pesos que vendrían de, entre otras fantasías, bajar el salario a los burócratas y otros ahorros que no pueden darse en realidad.
David Páramo, “Personajes de renombre”, Excélsior, 21 de noviembre.
Nadie ha recalado, menos aún se ha interiorizado, en el movimiento (que ya suma más de un millón 700 mil credencializados) que se va formando y que será sustento de la nueva República. Esos ciudadanos y las centenas de miles que se concentraron en el Zócalo capitalino el domingo son lo de menos. Lo destacable, argumenta el coro mediático, es el incidente (menor por muchas razones) con motivo de la provocación constante (campanadas al canto) de la jerarquía, ahora calderonista a ultranza, de la arquidiócesis citadina. La propuesta alterna para el salvamento de Pemex, meollo del discurso de AMLO, se intenta degradar a simple boconada, una pelea con señuelo a modo, llegan a decir analistas trepadoras. La contribución de Obrador, sin embargo, ya quedó sembrada en la mente colectiva y se irá abriendo paso en la medida que tomen forma los intentos por privatizar grandes sectores de la actividad de la paraestatal primordial de México, su columna vertebral ni más ni menos
Luis Linares Zapata, La Jornada, 21 de noviembre.
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