Medellín, capital del narco

MEDELLÍN.— En Girardota, una localidad de las afueras de Medellín, una suerte de mezcla entre plaza de toros y centro deportivo se asemeja a las ruinas del imperio, los restos de un coliseo que sólo perdura como rastro de una época fundacional y vergonzosa. Aquella que desde mediados de los años 80 y hasta diciembre de 1993 liderara Pablo Escobar Gaviria.
A escasos 200 metros del olvidado ruedo donde el césped ya le ganó a la arena, una ampulosa mansión, con piscina “y varios yacuzzis, con caballos y todo el lujo”, según su cuidador, no termina de despedir ruidos nocturnos de juergas continuas y carcajadas amplificadas por la gracia del dinero.

El dueño de la finca, según todos los vecinos, es Mauricio López Cardona, más conocido como Yiyo en el vecindario. Cardona, uno de los jefes de la denominada Oficina de Envigado, la temible red de sicarios creada por Escobar, se entregó en julio a las autoridades de Estados Unidos, como hizo antes su compinche Carlos Mario Aguilar Rogelio.

“Desde que Yiyo no viene por aquí, como casi todos los fines de semana, sólo los fines de semana, algunos de sus familiares o de sus hombres aparecen con grupos de niñas para alguna rumba (fiesta)”, asegura uno de los vecinos a las puertas de la mansión.

A escasos 30 kilómetros de allí, Medellín trajina a un ritmo vertiginoso para tapar esa actividad que le dio fama mundial en las últimas décadas: el narco.

La deslumbrante fiesta de las flores, con sus pintorescos silleteros (que cargan pasajeros al hombro durante cientos de kilómetros) convoca a colombianos de todo el país. La ciudad celebra su condición de ser una de las más pujantes e industriales, la primera en contar con un metro que va de sur (Itaguí) a norte (Niquia) con la pulcritud que sólo se ve en algunas ciudades europeas.

“El metro le cambió la cara a la ciudad, pero el cuerpo sigue siendo el mismo… Más allá del bajo perfil de muchos de sus jefes, persiste la cultura del narco. Ese es uno de los desafíos de (Alonso) Salazar”, el actual alcalde, según Juan Carlos Sarmiento, sociólogo oriundo de Envigado, la patria chica de Pablo Escobar y del propio Yiyo.

Una cirugía plástica de regalo

Con la misma naturalidad con la que los vecinos de Yiyo escuchaban los disparos al aire, en señal de haber “hecho un buen negocio en Estados Unidos”, Yomaira Restrepo, ama de casa, dice que el regalo más frecuente en ciertos sectores sociales de los padres a sus hijas cuando cumplen los 15 años “es una cirugía plástica para implantarse un par nuevecitico de tetas para ver si la china (niña) tiene la suerte de conocer algún don (líder del cártel) o algún lavaperro (uno de los escalafones de la organización delictiva) que la convierta en una señora”. La cultura del narco en toda su dimensión, incluso en el lenguaje de Yomaira, cerveza y tango de por medio en el mítico Salón Málaga, donde las fotos de Jorge Negrete y Pedro Infante conviven con las de Gardel y Libertad Lamarque. La prueba es la vitrina de los comercios de ropa en El Hueco, la zona más comercial del centro de Medellín. El busto de los maniquíes es, indefectiblemente en todo los casos, superior a los 110 centímetros.

Mientras el narco alimenta su impronta, Medellín es mucho más que esa cultura. También es la capital textil de Sudamérica, donde se fabrican prendas de marcas como Diesel, Naf Naf, Chevignon, Levis, Spirit, Fiorucci, Girbaud, Tommy Hilfiger, Levis, DKNY o Ralph Lauren, entre otras. Cada año, en el mes de julio, se realiza aquí el magno evento del mundo del diseño conocido como Colombiamoda, con ventas concretas y a futuro que suelen superar los 50 millones de dólares.

En los últimos ocho años, la ciudad sufrió la transformación más grande de su historia. Obras por doquier, un cable-carril que une la estación de metro de Acevedo con Santo Domingo, inaugurada junto a la moderna biblioteca enclavada en la comuna Nororiental, una de las barriadas más violentas y pobres de la región.

Esa es una de las tantas obras de las que el ex gobernador Sergio Fajardo puede presumir ahora que aspira a la Presidencia. En su lugar, Salazar, un escritor y estudioso del fenómeno del narcotráfico, cuyo libro No nacimos para semilla, es una suerte de Biblia para los que buscan interpretar este flagelo, busca apagar el fuego de los cárteles con los mismos niveles de inversión social.

La violencia se redujo considerablemente en la ciudad. De 57 personas asesinadas por cada 100 mil habitantes en 2004 se pasó a 31 en 2007, aunque el año pasado la cifra volvió a crecer a 45. De ahí que en la iglesia San Ana, enclavada en la pintoresca plaza de Sabaneta, varias decenas de jovencitos esparcidos entre una mayoría de señoras que colman las bancas, recen, supliquen y prometan, cada martes, frente a la imagen de María Auxiliadora, más conocida no sólo aquí, sino en el mundo, como la Virgen de los Sicarios.

“Mi virgencita (y besa una medalla que le cuelga del cuello) es la más efectiva. Parece que los mata bien muertos. Los niveles de violencia han bajado pero la afluencia aquí va en aumento. La semana pasada me tuve que meter debajo de la freidora porque se desató una balacera entre traquetos (sicarios) y hubo varios muertitos”, dice Sergio Restrepo, vendedor de buñuelos en la plaza de Sabaneta, convertida, no por gracia de la virgen sino del mercado y su inyección de fondos en el municipio, en el sitio “donde el metro cuadrado es de los más caros de América Latina. Se ha llegado a pagar hasta 5 mil dólares el metro cuadrado”, señala la arquitecta Pilar Posada. Como en Sabaneta, Medellín se expresa constantemente con todas sus caras: la de uno de los motores económicos de Colombia, pero también el punto donde el narco y la muerte son tan comunes que ya no sorprenden a nadie.
José Vales corresponsal, El Universal, 16 de agosto.

0 Responses to "Medellín, capital del narco"