Se retiran entonces los diputados y diputadas lopezobradoristas que habían ocupado la parte alta del estrado. Los perredistas que siguen ahí permanecen en silencio. Festejan panistas, priístas y verdes, como si estuvieran en futbolero estadio: “¡México, México!”.
Una hora antes, el proceso de parto de la reforma tuvo complicaciones. El priísta Carlos Rojas descubrió que se habían cambiado los textos de las exposiciones de motivos de dos minutas, con lo que se dejaba abierta la puerta a los contratos de riesgo. Habló con Javier González Garza, del Partido de la Revolución Democrática, y ellos dos con Emilio Gamboa, Héctor Larios y David Maldonado, panista, presidente de la comisión de Energía. Rojas les dijo que con esa maniobra parecería que le daban la razón a Andrés Manuel López Obrador. Larios se apartó, habló a Bucareli con el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y todo quedó resuelto, se respetaron los considerandos originales.
Ayer, el Palacio Legislativo fue una fortaleza aparatosamente custodiada. Un castillo de la impureza protegido por altas murallas de acero, y tras ellas, las filas de policías federales con sus armaduras, y los cascos, y los escudos. Y en el interior del recinto, decenas de guardias vestidos de civil por todas partes. Varios de ellos con el pelo corto, y cuando pensaban que nadie los veía, se tomaban fotos como si estuvieran por primera vez o de paso por ahí.
Poco después de las ocho de la mañana, hasta San Lázaro volaron los primeros gritos de la gente que marchaba desde el Zócalo: “¡Es un honor luchar con Obrador!”. Los devotos llegaron hasta la avenida Congreso de la Unión, del otro lado de las vías del metro. Su líder se trasladaría hacia el salón de Protocolo de la Cámara, donde lo esperaban integrantes de la Mesa Directiva, diputados que le son leales, y varios invitados, entre ellos, Daniel Giménez Cacho, Laura Esquivel y Raquel Tibol.
“Señor presidente, felicidades por tu sensibilidad. Eres mejor que el otro chihuahuense Gustavo Madero”, decía amistoso el senador Ricardo Monreal al diputado César Duarte. “¡Presidente, presidente!” exclamaban del otro lado del salón legisladores andresmanuelistas cuando López Obrador ya entraba, caminaba hacia el lugar que tenía reservado, saludaba a Duarte, pero no a la perredista Ruth Zavaleta.
Ahí estaba. Ahí estuvo durante casi una hora. Andrés Manuel López Obrador llegó, habló, diagnosticó, explicó, exigió, y sentenció. Sereno, les pidió a los legisladores que se bajen el sueldo a la mitad, y en cuanto a la aprobación de la reforma petrolera, les dijo: “¿Cuál es la prisa?”.
Y él se marchó. Pero los suyos siguieron su estrategia, tomaron la tribuna. Hicieron sonar cornetas y sirenas de aire. Desplegaron enormes pancartas. César Duarte pidió a los panistas que resguardaran la tribuna, acordó con los dirigentes de las fracciones que de cualquier modo sesionarían ahí. La Mesa Directiva se instaló hasta abajo, frente a la primera fila de curules. Y continuó el proceso del parto. Uno a uno se votan los dictámenes, se rechazan las propuestas de modificaciones. Lo que inició como una tensa lucha política, termina como asamblea de escolapios en chunga.
Y suena por última vez la corneta, luego la cuenta regresiva. La reforma, entre estertores ha nacido.
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