Zona cero de la política

Y por fin, en el inicio de la séptima hora de la turbulenta jornada, quedó aprobado el dictamen número siete. Había ya reforma petrolera. Como festejo o desahogo, la mayoría de quienes integran la Cámara de Senadores aplaudían, se abrazaban, respiraban con cierta tranquilidad.

Poco después el salón en el quinto piso de la torre del Caballito, el que fue recinto alterno y emergente, quedaba solo. Alguien guardaba en una bolsa de plástico negra la escultura de plata, el Águila de Escribanía, el símbolo que preside las sesiones.

Casi ocho horas más temprano, esa águila había iniciado su incierto peregrinar. Cubierta por la bolsa negra, fue llevada de la casa senatorial en Xicoténcatl a la torre de Paseo de la Reforma. El amanecer encontró a 38 personas ante el Hemiciclo a Juárez en la espera de su líder Andrés Manuel López Obrador. Vallas policíacas resguardaban los inmuebles de la alguna vez llamada Cámara Alta.

Poco después de las ocho de la mañana, López Obrador se detendría al frente de casi un centenar de personas, ante el retén de granaderos del grupo “Guerreros”. Quienes en el pasado reciente fueron sus subordinados, se pusieron nerviosos, levantaron sus escudos.

Él no intentó rebasarlos, esperó las preguntas de los reporteros. Le rodeaban su hijo Andrés, Gerardo Fernández Noroña, y quienes se han convertido en sus más cercanos, los líderes y legisladores del Partido Convergencia. Se iniciaba en esos momentos, a unas cuadras, la reunión de la cúpula del Senado.

Transcurrieron los minutos. Crecía la tensión, la incertidumbre. Llegaban más brigadistas a apoyar a su guía, y a establecer el cerco que impediría que los senadores ingresaran a su sede. “¡No pasarán!”, gritaban quienes se decían el pueblo. En el cónclave de la Mesa Directiva y la Junta de Coordinación Política de la Cámara, allá en el quinto piso de la torre, decidían: “Hoy habrá reforma, nos vamos a Xicoténcatl”.

Y el águila de plata estaba envuelta una vez más, la subían a un autobús en el que ya estaban varios legisladores. Con otros camiones se formó la caravana que posteriormente intentó penetrar en la que ayer era la zona cero de la política. No pudieron. La gente lópezobradorista golpeó a los vehículos, se enfrentó a los granaderos.

“¡A todas las brigadas del pueblo, corran la voz, a como dé lugar detengan a un autobús gris. En él van los desgraciados esos. ¡Que no pasen!”, alertaba frente al Palacio de Minería una voz femenina que volaba. Era ya inútil. En ese momento, Gustavo Madero declaraba abierta la sesión. Las palmas chocaban, festejaban los que integraban la asamblea de Senadores.

Después, el estallido de pasiones. Otras manos se convirtieron en puños, Alejandro González Alcocer, del PAN, se levantó de su asiento e intentó golpear a Dante Delgado, que algo le dijo. Los separaron Santiago Creel y Ricardo García Cervantes. Del otro lado del cristal, más puñetazos, cachetadas entre quienes querían irrumpir en el salón y los policías, entre ellos, Genaro García Luna, que lo impedían.

La sesión continuaría. Uno a uno se aprobaron los siete dictámenes.
Fidel Samaniego, EL Universal, 24 de octubre.

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