A diferencia de su contraparte nipona, la versión mexicana tuvo una alta tasa de éxito. Se convirtió en una buena estrategia para cruzar ilegalmente a Estados Unidos: oleadas humanas, de hasta dos mil migrantes, cruzaban dos o tres veces por semana a toda carrera desde Sonora a Yuma, en Arizona, con la idea de saturar y superar numéricamente a los agentes de la Patrulla Fronteriza para rebasar sus líneas de defensa y eludir la captura.
Algunas decenas, los de mala suerte, eran detenidos. Pero el resto, centenares, miles de mexicanos, lograba internarse con cada corrida por el desierto, dejando atrás a la Patrulla Fronteriza desesperada, derrotada, humillada por un recurso tan avanzado como un par de piernas y muchos huevos.
Esas y otras estrategias hacían de Yuma el infierno de la migra: un hueco enorme y vergonzoso para Washington por el que hasta un millón de mexicanos cruzó de forma ilegal a Estados Unidos en la última década.
Pero los tiempos cambian. Y los huevos y las piernas ya no bastan para superar la nueva realidad de la frontera.
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El saldo del envío de la Guardia Nacional a Yuma, en 2006, no se ha hecho esperar. Washington, el gobierno federal de Estados Unidos, está de plácemes. Quiere replicar el modelo, su success story, en el resto de la frontera con México.
El agente Ben Vik, de la Patrulla Fronteriza estadunidense en Yuma, no oculta la satisfacción en su tono. Porque por fin la Border Patrol ha ganado su guerra en Arizona.
“Hemos logrado obtener lo que siempre se buscó: control total y operativo de la frontera”, presume en entrevista con MILENIO.
Yuma, la que alguna vez fue la puerta grande hacia Estados Unidos para quienes buscaban cruzar ilegalmente al norte, ha sido sellada. Sus 500 kilómetros son hoy un muro infranqueable, modelo a seguir para el resto de la frontera entre los dos países en materia de absoluto control fronterizo.
Las corridas banzai, registradas en videos de vigilancia de los cuales este diario tiene copia, son ahora sólo una anécdota de lo que ya se conoce entre los agentes fronterizos como “los viejos malos tiempos”.
La última corrida fue detectada, desarmada y rechazada en 2007.
Gracias a una conjunción de elementos —la ayuda de la Guardia Nacional, asistencia técnica del Ejército de Estados Unidos, la triplicación de agentes fronterizos desplegados en la zona y la mala situación de la economía estadunidense—, el número de migrantes mexicanos detenidos en el sector Yuma llegó en julio pasado a su punto más bajo en la historia.
Según estadísticas de la Patrulla Fronteriza, sólo hubo 5 mil detenciones, una reducción de 96 por ciento en relación con las 138 mil registradas en 2005, año en el que este fue el sector con más aprehensiones en toda la frontera con México.
Por primera vez en dos siglos y en menos de tres años, el gobierno de Estados Unidos logró cerrar por completo, una de las últimas avenidas de migración clandestina en la frontera entre Arizona y Sonora, convertida además en laboratorio de mano dura.
Hoy es el centro de un programa piloto militarizado de cero tolerancia al migrante indocumentado conocido como Operación Streamline, el cual castiga ya no sólo con deportación sino con detención física en una cárcel a quien cruce sin papeles de un lado al otro.
Lanzada en 2006, la operación ha hecho de Yuma un sitio poco deseable para cruzar a Estados Unidos. “Ahora cualquier persona que cruza por aquí puede ser retenida y enviada a un centro de detención”, explica Vik.
Las sentencias pueden durar de 15 días a seis meses, tiempo en el que se mantiene al indocumentado en un centro de detención federal, ubicado en Nuevo México.
Al término, se deporta al migrante a México, con la orden de no regresar a territorio estadunidense en cinco años, bajo pena de ser arrestado la próxima vez que pise la frontera.
Porque quien es detenido también es fichado. Sus datos irán a la central de información del Departamento de Seguridad Interna. Si vuelve intentar cruzar, será considerado como un delito federal, castigable con al menos un año de cárcel en una prisión federal.
“Ésta es parte de la razón por la que hemos visto una caída tan dramática en los cruces a Yuma”, sostiene Vik. Un total de 8 mil 848 mexicanos han sido detenidos bajo la Operación Streamline desde su incepción, en 2006
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El despliegue no tiene precedentes en los esfuerzos de Washington por tomar control de la frontera.
Plagado de sensores de movimiento, custodiado por 964 agentes —el triple del total de 2005—, protegido por más 200 kilómetros de vallas metálicas de 6 metros de altura, barreras vehiculares de acero sólido y obstáculos tipo Normandía (así apodados por haber sido usados en la Segunda Guerra Mundial) Yuma dejó de ser el corredor abierto que fue en algún momento.
Yuma, para todo fin práctico, es hoy más parecida a Berlín que al desierto sonorense.
El cónsul de México en la zona, Miguel Escobar, admite que la región “ha sufrido una transformación muy significativa” desde que en 2006 el entonces presidente estadunidense, George W. Bush, envió a la Guardia Nacional a recuperar el control de la frontera.
Serpenteando entre dunas de arena, como un gran muro, es posible apreciar desde varios kilómetros de distancia la valla que ahora divide, efectivamente, a México de Estados Unidos, a veces con tres capas distintas.
“Ha disminuido radicalmente el número de aprehensiones en este sector. Diría que el sector Yuma se convirtió en el niño del póster, en el muñequito de muestra en todo Estados Unidos en lo que se refiere a control fronterizo”, reconoció.
Los ecos del éxito en el control fronterizo de Arizona se han extendido al campo antimigrante. “Cuando los sectores de opinión pública contrarios a la migración quieren señalar que el control de la frontera sí funciona, sacan a relucir el ejemplo de Yuma”, explicó.
¿Cambió la frontera para siempre?
Efectivamente. Aquí se han ido a lo grande en los elementos de contención.
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