ELECCIÓN DE CONSEJEROS PARA EL IFE. 5. EL CONSEJERO PRESIDENTE.

¿Qué perfil debe tener el nuevo consejero presidente del Instituto Federal Electoral? ¿Cuáles son sus tareas inmediatas? Los diez comentarios que se presentan a continuación, 3.31% de los 302 sistematizados, constituyen una muestra al respecto.

Y no es cuestión de voluntades. Es cuestión de institucionalidad, pues aunque en esta ocasión las perspectivas indican que la designación del Consejero Presidente no requerirá de sucesivas rondas de negociación y descarte de candidatos, ello no debe ser pretexto para no realizar la ceremonia de unción con todos los elementos de concertación y acompañamiento partidista que están disponibles y pueden utilizarse. Quizás hasta cabe sugerir a los líderes legislativos de las tres principales fuerzas que, en caso de que exista un delfín —como algunos analistas han sugerido de forma muy insistente—, éste muestre su voluntad y compromiso con la democracia del país, entablando un diálogo convincente y claro con las fuerzas minoritarias. Su ganancia puede ser enorme y el resultado a favor de las instituciones y de la institucionalidad incalculable y benéfico.
José Sosa, Crónica, 17 de noviembre.

Para dos sucesiones presidenciales, hemos tenido dos presidentes del Consejo General del IFE. Pronto tendremos un tercero y con ello se va a cumplir uno de los cometidos de la reforma electoral en su parte más oscura, al desplazarse de manera anticipada y gradual a los consejeros del IFE, simplemente por intereses y acuerdos partidistas. Eso, que conste.
Pero hoy, como pecadores redimiéndose en la democracia, los mismos legisladores han decidido consultar en los laberintos del mundo académico, intelectual y político, quién puede hacerse responsable de la sucesión de Felipe Calderón y las elecciones federales intermedias que le preceden, pero sobre todo, buscan a aquel que desee encargarse de paliar o dejar de insistir en el tema de los 220 mil spots no registrados, de donde salen los mefíticos olores del dinero mal habido.
Jorge Medina Viedas, Milenio, 18 de noviembre.

Pero para que no haya duda de que lo entienda el próximo presidente del IFE, en el procedimiento de designación existe un requisito que deben cumplir los aspirantes. El candidato a presidir el nuevo IFE debe redactar y entregar un escrito de diez cuartillas en donde exprese su opinión “sobre las nuevas leyes” (así todo quedará por escrito), y cómo considera que se deberán de aplicar en la práctica. ¡Está claro que todos tendrán que decir que están bien, que no pudieron estar mejor, que deben aplicarse a favor de la democracia, y que los partidos son lo máximo! —seguramente dará puntos adicionales, cuando Beltrones, Navarrete y Creel califiquen los exámenes, si el aspirante dice que el IFE “se excedió” en los casos Pemexgate y Amigos de Fox.
El próximo presidente del IFE, al aceptar su cargo, habrá avalado que a su antecesor lo despidieron los partidos sin motivación o argumentos; que otros dos consejeros fueron sustituidos arbitrariamente; que los que se quedaron lo hicieron habiendo claudicado a la defensa del IFE; que se introdujeron mecanismos para reducir la autoridad de las comisiones; que se creó la figura del contralor interno para vigilar a los consejeros; que la reforma se hizo sin el consenso de la sociedad civil y con el desconcierto de la comunidad internacional; y que, finalmente, su designación no habrá sido resultado de un proceso objetivo, abierto, sin prejuicios, en busca del mejor candidato con el perfil idóneo para preservar la autonomía del IFE con respecto a los partidos, sino, al contrario, para actuar en su representación frente a la sociedad, el Ejecutivo y los medios de comunicación.
Al ser designado en forma independiente (no sólo formalmente, sino en el tiempo) del resto del Consejo, con diferente periodo de gestión y con la posibilidad de reelección, el presidente del IFE sabe que no forma parte de ningún consenso plural amplio. Que él (o ella) —a diferencia de José Woldenberg y de Luis Carlos Ugalde antes que él (o ella)— no forma parte de una fórmula colectiva. Y que tampoco tiene que conservar equilibrios dentro del Consejo. La reforma electoral se hizo por los partidos políticos en torno a la figura, las facultades y las tareas del presidente, no del Consejo, como un ente integral de dirección (y esta es una de las razones por las que el IFE ya no es el IFE anterior, y un ciclo se cerró).
Emilio Zebadúa, “Observatorio Global”, Crónica, 26 de noviembre.

El cambio de consejero presidente del IFE al que obliga la reforma constitucional, así como de los consejeros, es producto de la crisis electoral de 2006. El cambio debe, antes que cualquier otra cosa, servir para que en las próximas elecciones no se repitan los hechos ni se generen las percepciones que deslegitimaron la elección anterior. Con ese criterio deben escogerse a los nuevos funcionarios del instituto.
La nueva composición de presidente y consejeros debe lograr dos propósitos imprescindibles. Uno: que sea resultado del acuerdo de las fuerzas políticas y satisfaga las expectativas de las opinión pública. Dos: que a quien elija la Cámara de Diputados, tenga una personalidad sólida para hacerse respetar por los múltiples intereses con los que tendrá que relacionarse, desde los partidos políticos y el gobierno, hasta los dueños y directores de los medios de comunicación. Digo, hacerse respetar por su inteligencia, competencia y trato respetuoso; no digo generar relaciones tensas basadas en la intimidación
Manuel Camacho Solís, El Universal, 26 de noviembre.

El próximo presidente del IFE tiene, desde ahora, en las normas constitucionales y en el esbozo de lo que serán las leyes secundarias en la materia (el Cofipe principalmente), trazado su, si se me permite, job description; las responsabilidades políticas que los partidos en el Congreso quieren que lleve a cabo. Y, también en este caso, son tareas distintas a las que tuvieron asignadas en la ley sus antecesores; así como también tendrá que operar, al interior y al exterior del IFE, de manera distinta.
Emilio Zebadúa, “Observatorio Global”, Crónica, 26 de noviembre.

La elección de presidente del IFE no es sencilla. Quienes tendrían las condiciones apropiadas (nivel, autoridad y consenso), como las tuvo José Woldenberg, no están disponibles. El doctor Juan Ramón de la Fuente ha decidido no participar en ese proceso. Al igual lo ha decidido Diego Valadés.
En esas condiciones, de no haber un candidato a presidente del consejo del IFE —con el nivel, la autoridad y el consenso necesarios— la elección del presidente debiera contemplarse como parte de un paquete cuya primera necesidad, evidente, es lograr la inclusión de la izquierda. Pues si el cambio se ha hecho para remediar las condiciones anteriores, sería ridículo que, después de haber llegado hasta el punto de una reforma constitucional de buen calado, ahora, por la politiquería, se echara a perder todo ese esfuerzo para volver a la condición anterior
Manuel Camacho Solís, El Universal, 26 de noviembre.

Porque, ¿quién será el árbitro que decida qué servidor público incurrió en “notoria ineptitud” en su desempeño o bien estará facultado para determinar suspensión temporal e imponer sanciones? ¿Y quién podrá poner a disposición del Poder Legislativo al acusado, para que se le ejecute? Respuesta correcta: el contralor impuesto por el Legislativo.
Si la intención fuera democratizar realmente a la autoridad electoral, ¿por qué no nombrar a un profesionista o a un ciudadano neutral, reconocido y de prestigio, ajeno a los vaivenes partidistas, como Juan Ramón de la Fuente, Jaqueline Peschard o José Antonio Crespo? Cualquiera sería un estupendo contralor, pero su imparcialidad se les indigesta a los legisladores, quienes pretenden a alguien a su servicio.
Martín Moreno, “Archivos del poder”, Excélsior, 27 de noviembre.

Organismo electoral busca presidente; imparcial, con prestigio profesional, capacidad de negociación, impecable en conteo de votos, robusto para que no se le caiga el sistema y dispuesto a descifrar algoritmos. Interesados, favor de presentarse con linterna porque el acuerdo será tomado en lo oscurito
Miguel Alemán Velasco, El Universal, 28 de noviembre.

La selección que esta semana se hará para nombrar a quien ocupará la futura presidencia del IFE debe procurar, por sobre todas las cosas, mantener el velo de la ignorancia en las cuestiones electorales. Quien obtenga ese encargo no puede llegar a dicha institución a partir de acuerdos, arreglos o pactos que lesionen la neutralidad con la que deberá actuar mañana.
No solamente debería ser un actor político equidistante de las fuerzas políticas arbitradas, sino un profesional que hoy asegure la imparcialidad de sus acciones futuras. Algo similar debería ocurrir con el nombramiento de los otros dos consejeros que, producto de las actuales negociaciones, vayan a convertirse en integrantes de ese órgano electoral
Ricardo Raphael, El Universal, 10 de diciembre.

La dignidad del Consejero Presidente, y en alguna medida de los otros dos consejeros entrantes, reside en que su labor no se podrá limitar a llenar un espacio de responsabilidad pública. A diferencia de lo que sucedió cuando el Consejo General que encabezó Woldenberg cumplió su encargo, el nuevo equipo directivo del IFE debe cubrir inmediatamente los déficit que aún embargan a la institución; tales como una clara recomposición del diálogo con los partidos, los órganos legislativos y, en menor medida, con los poderes ejecutivos federal, estatales y municipales. Así también, debe restituirse la funcionalidad y el carácter técnico a las Direcciones Ejecutivas que, como la del Servicio Profesional Electoral, fueron utilizadas como prebenda y espacio de autocomplacencia y lucimiento personal. No menos importante, el nuevo Consejo General debe entender en toda su dimensión el enorme reto de desarrollar con absoluto profesionalismo e imparcialidad las tareas que la reforma electoral le ha asignado, entre las que se encuentra la difícil labor de regular la compra de tiempo y espacio en los medios de comunicación, para fines electorales.
José Sosa, Crónica, 13 de diciembre.

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