De la crispación al sosiego

Las adelitas, junto a otros brigadistas, arribaron muy temprano a los alrededores del Senado y taponaron calles, ya resguardadas por la Policía Federal Preventiva, reforzada por piquetes de granaderos, todos ellos avituallados de escudos, toletes, rodilleras y la consigna de impedir cualquier irrupción forzada, cosa que cumplieron al pie de la letra. Pero los roces y los golpes vinieron en otra parte.

Las adelitas resguardaban y vigilaban que no entraran legisladores. En la Plaza Tolsá, López Obrador y colaboradores esperaban el inicio de la sesión. Frases contra la privatización del petróleo surgían por todas partes. “No vamos a permitir que senadores apátridas nos roben el futuro del país”, decían brigadistas. “Ésta es una manifestación pacífica”, insistían.

López Obrador hablaba por teléfono. Lo acompañaban su hijo Andrés Manuel y los legisladores Layda Sansores, Ricardo Monreal, Dante Delgado y Rosario Ibarra. Luego se unió Alejandro Encinas y Gerardo Fernández Noroña. Casi enfrente, en Filomeno Mata y Tacuba, animaba la brigada Benita Galeana: “¡Señor presidente, ya estamos listas!”.

Sobre el eje vial Lázaro Cárdenas apareció un camión. Avanzó por Belisario Domínguez e intentó entrar por Callejón 57, pero fue copado por brigadistas. Rodó por Allende y Donceles. Logró bajar el senador panista José Guadalupe Trejo, quien informó a reporteros que se utilizaría como sede alterna la Torre del Caballito.

Eran las 11:30 cuando Claudia Sheinbaum, trepada en la plataforma de un camión, alertó a sus camaradas de que un autobús gris con franja rosa rondaba en las calles contiguas. “Pasen la voz”, dijo. “En el autobús van los senadores del PAN, más conocido como la banda del autobús gris”.

Los brigadistas coreaban frases contra la privatización del petróleo y de apoyo a López Obrador, quien entró al Palacio de Minería, protegido por una valla de seguidores, y pronto salió, ahora sin chamarra. Uno de sus colaboradores más cercanos, Ricardo Ruiz, convocó marchar hacia El Caballito, donde otros brigadistas habían intentado romper el cerco policiaco.

El grupo, encabezado por López Obrador, cruzó el eje Lázaro Cárdenas y giró hacia Reforma. La Torre del Caballito estaba resguardada por varias hileras de policías federales y locales y bloques de acero. El grito de los brigadistas se enardeció cuando Sheinbaum informó que diputados perredistas, y ella misma, habían sido agredidos. Las protestas no cesaban.

Ya había pasado la golpiza en el quinto piso de la torre. “Nuestro movimiento es pacífico”, recordó Sheinbaum y pidió la renuncia del jefe de la SSP, Genaro García Luna. “¿Qué hace ese señor ahí?”, preguntó ante la multitud. “No vamos a permitir que nos traicione el hígado”, la secundó Jesusa Rodríguez.

Terminó la sesión y aparecieron senadores del FAP, pero fueron atajados por federales. La gente exigió que los dejaran salir. Lograron traspasar el cerco y se treparon al templete. Entre ellos, Ricardo Monreal Ávila, Dante Delgado y Alberto Anaya. López Obrador habló de la “sabia decisión” de protestar y calificó de “mañosos” a quienes habían aprobado las reformas. “¡Ratas, ratas, ratas!”, coreaba la multitud.

“Es importante lo que se ganó el día de hoy”, dijo, “pero no vamos a permitir que se entreguen los bienes de la nación a extranjeros”. Y antes de terminar convocó a una reunión el domingo en el Zócalo y el martes en la Cámara de Diputados; pidió respetar a los policías, quienes más tarde serían invitados por Jesusa –“los que estén francos”– para apoyar la próxima manifestación.

Y ya tranquilos marcharon todos. Adelitas mayores saludaban y sonreían a los granaderos, formados en la línea de fuego. Desde el templete, sin dejar de sonreír, López Obrador firmaba autógrafos. Extendía los brazos y los unía, como si abrazara a la multitud. Lo acompañaban Monreal, Anaya y Dante Delgado, también contentos.

El senador Monreal, de igual forma, era asediado. “Tienen que seguir luchando por nosotros; Dios lo bendiga”, le dijo una señora. “Es usted muy popular”, le comentó el reportero. “Son amigos”, respondió, sonriente, y siguió repartiendo abrazos.

La resolana amainaba.
Humberto Ríos Navarrete, Milenio, 24 de octubre.

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