El caballo de Yeidckol

La sesión del Senado para aprobar la reforma energética tuvo lances de batalla campal.

Una sesión sui generis, histórica, entre mentadas de madre, zancadillas, golpes, secretarios de Estado en faena y diputados golpeados que vieron nacer la reforma.


La sede alterna, en el piso cinco de la Torre Caballito, tuvo espectáculo de dos pistas:


En un lado, diputados federales perredistas y simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, infiltrados, arremetieron para impedir la ansiada reforma del gobierno.


Pero se toparon con la Policía Federal Preventiva (PFP) dentro del recinto senatorial improvisado, que acudió a petición del presidente del Senado, el panista Gustavo E. Madero, y con mariscal de lujo: el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, quien incluso en mangas de camisa empujó sudoroso a la turba.


Funcionarios de Gobernación, cercanos al secretario Juan Camilo Mouriño, revelaron la presencia: “Lo trajimos para que todo salga bien, es un tema delicado para el gobierno”.


Del otro lado, un error en la logística dejó fuera a los senadores de Convergencia, Dante Delgado y Luis Maldonado, lo que caldeó los ánimos, y provocó la irritación del primero, que terminó en choque verbal con los senadores del PAN, Felipe González —a quien Dante le reclamó la presencia de la PFP. “Nosotros la trajimos”, reviró él ex gobernador de Aguascalientes— y Alejandro González Alcocer. Entre Dante y González Alcocer de plano se mentaron la madre, pero no pasó a mayores.


Y en el caballito, el verdadero Caballo de Troya —acusaron priístas— fue la senadora Yeidckol Polevnsky (PRD), quien introdujo a los diputados federales Valentina Batres, Alejandro Sánchez, Víctor Varela, Gerardo Villanueva y Aleida Alavez, así como Layda Sansores, de Convergencia, para aguar la fiesta.


Abajo, la manifestación era resguardada por un gran cinturón de seguridad de elementos de la PFP y la SSP; arriba, mientras iniciaba la sesión, los perredistas siguieron la segunda parte del plan: rompieron el cerco en la zona de elevadores, corrieron y se quedaron a unos metros del objetivo: irrumpir en el salón de sesiones alterno.


Aleida Alavez, la única que ingresó al recinto, buscó donde subirse para gritar que la PFP reprimía a sus compañeros, con un fuero que, en las alturas, no les sirvió.


En las alturas, la diplomacia se esfumó. Priístas como Francisco Labastida y Rosario Green se engancharon y le pidieron a Alavez que se callara, que se fuera a “su cámara”.


Fue entonces que la guerra con un cristal de por medio se tensó. En escena apareció García Luna, empujó, gritó, evadió cámaras cuando era evidente su desesperación y pidió un grupo “antimotines” para traer el control. Al final, ganó. Los de la PFP quitaron a la fuerza a los diputados, replegados a uno de los pasillos, sobándose.


Luego, la reforma nació.

Y para rematar, la cereza en el pastel.

—¿Y su nuevo enemigo? —se le preguntó a González Alcocer.


—Ya se fue el puto.
Ricardo Gómez y Jorge Ramos, El Universal, 24 de octubre.

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