Y al final, los ultras ganaron

Revuelta adelista en cuatro actos y un epílogo.

Primer acto. 17:00 horas.

Al principio parecía que los ultras entre las adelitas y los adelitos se llevarían la partida por aclamación. Que sería una tunda…

No empezaba aún el mitin al que había convocado Andrés Manuel López Obrador en el Hemiciclo a Juárez, en el que se decidiría si su movimiento avalaría la reforma petrolera lograda en el Senado por el PRD y el Frente Amplio Progresista, o bien sus fieles continuarían con las movilizaciones callejeras y la toma de tribunas, cuando los más radicales y sedientos de una insurrección permanente ya exigían, a gritos, lo suyo: “¡Re-sis-ten-cia! ¡Re-sis-ten-cia!”

Parecía que el movimiento pejista no sabría ganar. Parecía que no les bastaba con haber parado en seco lo que denominaban “la iniciativa privatizadora del gobierno espurio de Calderón”. Seguían hambrientos de sublevación. De revuelta. Y clamaban: “¡Mo-vi-li-za-ción, mo-vi-li-za-ción!”

El ambiente auguraba revuelta…

Segundo acto. 17:45 horas.

Llega Andrés Manuel López Obrador al epicentro de su masa. Se le ve relajado, sonriente, satisfecho. Percibe el aire de rebeldía. Pero las cosas cambiarán. Toma la palabra Jorge Eduardo Navarrete, a nombre de los intelectuales y expertos que realizaron la propuesta petrolera del FAP y que se dieron a la tarea de analizar si los dictámenes que deberán aprobarse este jueves en el Senado satisfacen las expectativas del movimiento adelito. Y sí: dice que sí. Hace una evaluación y concluye:

“Se ha frenado la iniciativa privatizadora”.

Explica que quedan algunos pendientes a los cuales se debe dar vigilancia y seguimiento, pero enfatiza: “Se conjuró el peligro privatizador”.

La masa no le cree. Hace un silencio sepulcral. Sin embargo, cuando el hombre termina de explicar sus aseveraciones, el pueblo pejista… ¡festeja! Empieza a sentirse victorioso. Aplaude rabiosamente. “¡A güevo!” “¡Nos los chingamos, cabrón!”, empiezan las adelas y adelos a festejar ahí, en corto, en medio de la apretujada muchedumbre, luego de que el orador cierra su discurso: “El resultado (de las iniciativas en el Senado) se puede respaldar plenamente”.

Aplausos, festejos, porras.

Luego habla Felipe Ocampo, un ingeniero petrolero. Y lo mismo. Convence a la gente y anima a los más ardientes: “Es el final de una etapa, pero no de la lucha”. Lo que se va a aprobar en el Senado —explica al respetable— se parece más a la propuesta petrolera del FAP que a la de Calderón: “Nuestras banderas de lucha se adoptaron (en el Senado)”.

Euforia, festejo. La adelada se siente, y con razón, triunfadora. Incluso alguien improvisa una cartulina y la yergue: “El águila (se refiere al símbolo juarista del gobierno legítimo de AMLO) ha ahuyentado al zopilote privatizador”.

Parecía que los ultras habían sido aplacados…

Tercer acto. 18:00 horas.

Cuando habla Pablo Gómez ocurre algo similar. Festeja lo logrado con la tropa. Sin embargo, el legislador, ducho en las lides de las plazas llenas, comete un error (¿o fue adrede?): habla demasiado de lo que no se logró, que es, con mucho, lo menos. “Hay que decirlo todo”, se justifica cuando se percata de que el ambiente se vuelve a enardecer. Trata de enderezar: “Yo creo que el proyecto privatizador ha sido derrotado. Lo que vemos es un fracaso del plan privatizador aunque no estemos satisfechos”.

No pudo. El asunto se empezaba a joder. Regresaban las protestas, se esfumaban los festejos.

Cuarto acto. 18:45 horas.

López Obrador pifia semánticamente. O lo hizo a propósito para agitar, para azuzar a los ultras de la plaza: “Decidamos lo que decidamos, aceptar lo alcanzado y estar vigilantes de lo logrado, o ir por más, ir por todo, bajo ninguna circunstancia nos vamos a desmovilizar”. La gente lo toma como una línea de sublevación a seguir. López Obrador llama a votar, no a mano alzada como siempre lo hacía, sino… en 100 urnas. Y con los ultras de nuevo agitados, la estocada a los moderados estaba bien colocada.

21:30 horas. Epílogo.

Los ultras, por supuesto, ya son mayoría: 11 mil 999 votos a favor de la revuelta contra 4 mil 703 en contra…

“No somos rebeldes sin causa, pero no podemos permitir ambigüedades”, justifica el líder de la insurrección. Se refería a los detalles que sus asesores y los senadores habían dejado pendientes.

“¡Duro-duro-duro! ¡Re-sis-tencia!”, festejaban los ganadores. Festejaban ya todos.

No supieron ganar. Adelitazo por error. O por azuzamiento…
Juan Pablo Becerra Acosta, Milenio, 23 de octubre.

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