IMAGEN PÚBLICA: ¿POR QUÉ NO TE CALLAS? 1. ANTECEDENTES DE LA CUMBRE.

Cuatro comentarios, 3.38% de los 118 sistematizados, contextualizan los antecedentes de la Cumbre.

Desde que Carlos Salinas creó el foro de la Cumbre Iberoamericana, en 1991 en Guadalajara, dos fueron los personajes permanentes: el comandante Fidel Castro y el rey Juan Carlos de España, aunque el protagonismo siempre fue del primero, asistiera o no.
Así, recuerdo los encuentros y desencuentros del argentino Carlos Saúl Ménem siempre contra Fidel; o del mismo Ernesto Zedillo, quien en su última participación en 2000, en Panamá, hizo una crítica inédita en un presidente mexicano al legendario comandante sobre las limitaciones democráticas en Cuba; aunque también tengo presente la intermediación de Zedillo en la cumbre de Santiago, unos años antes, en el debut de José María Aznar que terminó, vía el mexicano, intercambiando corbatas con Castro, quien desde Cartagena de Indias, en 1994, dejó de usar el uniforme que cambió por la guayabera que le regaló la víspera Gabriel García Márquez durante el encuentro con Salinas en La Habana.
Esta cumbre ha tenido sus altas y bajas, según si el presidente anfitrión hace o no su tarea política en cuanto a lista de presentes, reglas del juego, tiempos de intervenciones públicas y agenda.
Así había sido siempre y hasta el propio Fidel se había ajustado a esas normas protocolarias reduciendo sus intervenciones hasta marcas históricas como la de Guadalajara, en la que habló para él un suspiro: cuatro minutos, igual que todos.
Joaquín López Dóriga, “En privado”; Milenio, 13 de noviembre.

Es muy fácil, incluso cómodo, lanzársele a la yugular al bocón de Hugo Chávez, que le echó a perder a la señora Bachelet el festín de lobos que bajo el mote de la cohesión social sentó a la misma mesa a la mayoría de los jefes de Estado y de gobierno de los países de Iberoamérica.
Este aquelarre, hay que recordarlo, lo ideó Carlos Salinas de Gortari en concubinato con las autoridades españolas en búsqueda de un liderazgo continental compartido, que por lo menos en el campo de los negocios, notoriamente los bancos y el turismo, los españoles han sabido ser consecuentes con su plan. El primer encuentro cimero de los mandatarios se dio en Guadalajara en el último año del mandato de Salinas. De ahí en adelante, las reuniones han sido un mero pretexto para que los plebeyos de las ex colonias se tomen la foto con el titular de monarquía de la Madre Patria, luego de escuchar una treintena de discursos aburridos.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 13 de noviembre.

Desde el primer encuentro en Guadalajara en 1991 a iniciativa mexicana, quedó claro que este mecanismo está sostenido sobre bases frágiles. Se hicieron concesiones para acomodar peticiones planteadas por España y Portugal, con la expectativa que el puente tendido con Europa sería inmejorable. El marco de referencia en el fondo estaba equivocado, ya que se quería conmemorar el quinto centenario del descubrimiento de América pretendiendo ignorar la incursión de las potencias peninsulares en la conquista de nuevos territorios, capítulo lleno de asignaturas pendientes.
A tres lustros de existencia, es difícil evaluar positivamente este ejercicio anual. Con excepciones contadas, que incluyen destacadamente a México y España, poco se ha hecho para vitalizar los trabajos y acuerdos alcanzados, debido a la ausencia de hilos conductores realistas. El modelo de la comunidad británica de naciones, que reconoce a Isabel II como jefa de Estado, o el francés, convocado como un homenaje a una lengua común, han permitido avances que las cumbres iberoamericanas no han alcanzado por falta de objetivos prácticos, capaces de sortear la heterogeneidad de sus 22 integrantes
Jorge Montaño, El Universal, 16 de noviembre.

4. Las reuniones llamadas “Cumbres Iberoamericanas” fueron ideadas en los días de la Trilateral, a principios de los noventa, y con la bendición de Ronald Reagan, para que España fungiese como perro guardián de los intereses económicos del capital trasnacional europeo –y de los intereses de Washington–, aprovechando la imagen “del rey” en América Latina, papel que cumplió gracias a esa noción inadmisible de “Iberoamérica”, revivida para permitir que la otrora metrópoli volviese a ser el poder hegemónico en sus antiguas colonias, lo que hoy es inadmisible
Luis Javier Garrido, La Jornada, 16 de noviembre.

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