El movimiento de masas, liderado por AMLO, pone la cuestión de la legitimidad como el disparador básico de la oposición semileal del PRD —grave, al ser la segunda fuerza electoral— para la instrumentación de una estrategia de organización de masas a mediano plazo. Pese al derrumbe electoral del PRD en las sucesivas elecciones locales, con la excepción de Michoacán —bastión cardenista—, no obstante sus estridentes amagos divisionistas (el único riesgo real radica en el giro autónomo que tendrá que tomar Ebrard) y su irremediable parálisis ideológica; se puede observar, como dato incontrovertible, su potencia política todavía dirimente y su prefiguración como el gran polo opositor al bloque de centro-derecha dominante.
Por su parte, el PRI (si bien no juega con estrategia unitaria o dominante), ha capitalizado sus recursos políticos a partir del criterio de la necesaria legitimación presidencial. Aporta posibilidad de acuerdos (alianzas con el PAN y visagra con el PRD en ciertos temas), así como relativa viabilidad a las reformas; no obstante, infringe una cuota que las restringe y limita, amarradas a coyunturas e intereses particulares. Donde es dominante —estructura de gobernadores y liderazgo del Congreso— obtiene prebendas y acumula poder. Es el único partido que tiene aparato electoral competitivo a nivel nacional y lo que parecía una inminente caída electoral en las intermedias de 2009, ha sido puesto en cuestión con sus éxitos electorales, sobresaliendo, Yucatán, Veracruz y Puebla. Cuotas para la gobernabilidad (en el plano de la disfuncional relación Ejecutivo-Congreso) y espacio legitimatorio al Presidente mediante fortalecimientos locales y afianzamiento de expectativas políticas (Peña Nieto, Beltrones y Beatriz Paredes —con perfil más bajo). Eso sí, su transformación política y modernización colapsadas.
Alan Arias Marín, Milenio, 25 de noviembre.
Pensemos también en otro acierto notable: el trato del Presidente con el Congreso. Desde los primeros acercamientos con la legislatura fue claro que el nuevo Ejecutivo entendía el funcionamiento de las asambleas, los rituales del trabajo legislativo y las sensibilidades de los partidos. En su caso, el conocimiento es parte de su experiencia política central. En efecto, Calderón dio sus primeros pasos en la pista partidista y conoce, desde dentro, el funcionamiento de un parlamento. Gracias a ese entrenamiento, el gobierno ha podido trabajar con el Congreso. Se ha negociado mucho, se ha cuidado el lenguaje, se ha mostrado apertura para encauzar las exigencias de otros. De este complejo diálogo entre poderes ya han salido frutos. Tras una larga parálisis, el vehículo de la política ha empezado a moverse de nuevo. Estos éxitos se explican, en buena medida, por la experiencia legislativa de quien hoy ocupa la casa presidencial. El presidente Calderón ha recibido la asesoría del diputado Calderón. En el núcleo de este acierto se anuncia también el origen de un problema: ¿gobierna Calderón como diputado o como Presidente? En este primer ciclo de su gobierno, parece prevalecer una lógica legislativa que privilegia el acuerdo en sí mismo, por encima de la sustancia y el efecto del acuerdo alcanzado. El diputado busca el acuerdo y trabaja pacientemente por conseguir una mayoría que tenga como resultado la aprobación de una ley. Para el legislador, en efecto, lograr la aprobación de una nueva ley es la corona del éxito. Por el sitio que ocupa en el proceso político, suele desentenderse de las consecuencias de esa regla, cuya gestión corresponde precisamente al Ejecutivo. Una reforma fiscal extremadamente limitada y una reforma electoral con elementos positivos y rasgos muy preocupantes apunta esa tendencia de celebrar el acuerdo olvidando las consecuencias.
Entre el acierto y el error no está el abismo, sino la prudencia.
Jesús Silva Herzog Márquez, Reforma, 26 de noviembre.
En su carrera política, antes de su empleo actual, Felipe Calderón fue un parlamentario distinguido y un gris administrador público. Estos rasgos permanecen y se han manifestado durante su primer año como Presidente de México.
Gracias a su dominio del juego legislativo y a la decisión de tomar en serio a los integrantes del Congreso, negociando con ellos de manera profesional, Calderón puede lucir este primero diciembre tres medallas en el pecho, las correspondientes a la reforma del ISSSTE, la reforma electoral y la hacendaria.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 29 de noviembre.
Gracias a este oficio, Calderón ha podido sostener una relación funcional con el PRI. Dirigentes, coordinadores parlamentarios y gobernadores del tricolor encuentran en él un interlocutor confiable, lo que fue clave este año, y lo será también en los siguientes. Asimismo, puede hablar en cualquier momento con integrantes de un sector cada vez más amplio del PRD, como sucedió de forma ilustrativa hace pocos días con Leonel Godoy, el gobernador electo de Michoacán, quien será un mandatario perredista afín al Presidente emanado del PAN.
De manera por demás paradójica, a lo largo de este año, Felipe Calderón no pudo o no quiso recomponer su relación con la dirigencia nacional del PAN. Sus habilidades de negociación no tuvieron resultado. La distancia entre su gobierno y el grupo que coordina Manuel Espino, y en el que está Vicente Fox, fue cada día más grande y concluye en un virtual rompimiento. En la entrevista que concedió al reportero Alejandro Páez de La Crónica, Manuel Espino no ocultó su malestar, lo dijo con todas sus letras: funcionarios de la Presidencia de la República, entre ellos Juan Camilo Mouriño, “nos jugaron chueco y son corresponsables de las derrotas del partido en el 2007”.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 29 de noviembre.
Calderón, que tiene vida parlamentaria propia, aceptó el viejo principio jurídico-político del do ut des, te doy para que me des; le fijaron precios, vio la relación costo-beneficio, los pagó, y con él, todos los mexicanos, claro.
Así, cedió en la reforma electoral, golpe al IFE incluido, a cambio de los votos para la reforma fiscal. Sólo el tiempo dirá si fue una buena inversión, aunque una primera lectura permite adelantar que no fue el mejor negocio, que se pagó mucho por un camello que no valía tanto y en el que la salida de Luis Carlos Ugalde del IFE coincide con el primer año de gobierno de Calderón.
Joaquín López Dóriga, “En privado”, Milenio, 30 de noviembre.
In: El aplomo mostrado en la toma de posesión y en el primer Informe de Gobierno en el Palacio Legislativo de San Lázaro. Gustó cómo se plantó ambas veces a pesar de las condiciones adversas. Out: La censura al mensaje de Ruth Zavaleta ese mismo día, durante las palabras que ella dirigió previamente al arribo de Calderón a la Cámara de Diputados.
Yuriria Sierra, “Nudo gordiano”, Excélsior, 30 de noviembre.
De hecho, el éxito de Calderón contrasta con las derrotas sistemáticas del PAN en casi todas las elecciones regionales durante este año, salvo el caso de Baja California. La inexistencia de un vínculo estrecho entre gobierno y partido dentro de los límites legales establecidos podría ocasionar el debilitamiento político electoral a nivel nacional durante los comicios del 2009. Por el contrario, la relación entre el Ejecutivo y los gobernadores mejoró notablemente, al igual que los vínculos con el PRI y un sector del PRD en el Congreso.
Salvo el caso de Marcelo Ebrard en el Distrito Federal, quien en ocasiones insiste en montarse en la línea de confrontación lópezobradorista, y que tanto daño le ha causado a la fuerza electoral de la izquierda, el resto de los gobernadores del PRD han asumido una interlocución política plena con el gobierno federal, lo que ha generado resultados positivos para ambas partes. Conseguir un mayor crecimiento económico y empleos mejor remunerados son asignaturas pendientes que requieren atención inmediata. Si el manejo de la crisis en el caso de las inundaciones en Tabasco fue una muestra de habilidad política y efectividad práctica, habría que extender esta estrategia exitosa a otras áreas donde la falta de oficio y la debilidad del poder presidencial limitan significativamente la capacidad de resolver problemas y conflictos.
Ezra Shabot, Reforma, 30 de noviembre.
Cuarto. Felipe Calderón identificó desde el principio al Congreso de la Unión como su principal interlocutor político. Junto con ello, sentó las bases para llevar adelante una política de diálogo, que significó una suerte de interpelación hacia el mismo parlamento, en el momento en que se acercó la fecha de entrega de su primer informe de gobierno. Al mismo tiempo, esta política abierta a la negociación ha puesto en evidencia las posiciones intolerantes y cerradas que persisten en algunos sectores de la izquierda radical, exhibiéndola y orillándola a una polarización respecto de los sectores más democráticos. Un aspecto interesante de esta alianza es que se está superando la polarización entre la sociedad y los partidos.
Manuel Gómez Granados, Crónica, 2 de diciembre.
Lo que ha faltado, en todo caso, es la presencia política del gobierno y de la oposición. Los partidos se reparten el presupuesto público, el PRD sigue en su línea de provocar la ruptura del orden constitucional, el PRI ha prodigado lo que se conoce ya como la reforma del agandalle y el PAN padece una inexistencia histórica como partido en el poder y no puede superar la disputa de los retazos del poder.
La clave del papel del Ejército se localiza en los principios fortalecidos por el general secretario Guillermo Galván Galván: no corrupción, no represión y no provocación y, sobre todo, lealtad a las instituciones.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 3 de diciembre.
Acaso por eso, en la ceremonia con la que celebró el primer año de su toma de posesión, el presidente Calderón hizo un reconocimiento al Congreso y a la “responsabilidad de los legisladores (que) marcó de manera muy significativa el rumbo del nuevo gobierno”. El presidente dijo que a pesar de que hace un año “parecía impensable vislumbrar siquiera el más mínimo acuerdo entre las fuerzas políticas del país… hoy el Congreso ha procesado reformas cuya trascendencia no se había observado en más de 10 años en la vida de México, con lo cual se rompió el tabú de la incapacidad crónica de los mexicanos para procesar nuestros desencuentros y avanzar en las reformas estructurales que el país necesita”.
Pero fue más allá en su “agradecimiento a los legisladores” de todos los partidos. Dijo Calderón: “Se podrá estar de acuerdo o no con las decisiones del Congreso, eso es de esperarse, pero lo relevante es que las diferencias entre los mexicanos se procesan donde deben hacerlo, en la representación política… y el proceso de acuerdo seguido en materia electoral está permitiendo reconstruir el consenso general y el aval pluripartidista y generalizado a las normas y a los órganos electorales, elemento indispensable para revitalizar la gobernabilidad democrática”.
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Financiero, 3 de diciembre.
El pasado sábado no fue posible disfrazar que las diversas cúpulas y sectores no tienen, digamos, ánimos para andar celebrando aniversarios ni pendejadas. La situación es bastante compleja y volátil. Y hay acontecimientos en la agenda que no están en control de Los Pinos. Con todo y la inundación mediática de escasos logros. Con todo y el pueril argumento presidencial de consensos legislativos que, gracias al canje del descarado tianguis político, develó su inmensa debilidad.
Marcela Gómez Zalce, “A puerta cerrada”, Milenio, 3 de diciembre.
Pero lo que no se dice es que en buena medida el gobierno de Calderón terminó por ser rehén de la emergencia en la que llegó y arrancó su gestión, y del cálculo de los partidos políticos opositores, que se dijeron dispuestos a garantizar la gobernabilidad, sólo a cambio de jugosos “trofeos de guerra” y de una reforma electoral de la que son los grandes ganadores, incluso por encima del partido del Presidente, y de avances electorales que habían convertido a los ciudadanos en el centro del andamiaje para la disputa por el poder. ¿A qué nos referimos?
Todos saben que el PRI condicionó su calidad de “opositor leal” a la entrega del gobierno de Yucatán, a la sobrevivencia del gobernador de Puebla, Mario Marín, y a cambio de la demolición del IFE y la guillotina para su Consejo General y su presidente, Luis Carlos Ugalde. En términos generales, operó un nuevo reparto de poder, en donde el IFE fue la principal moneda de cambio. El gobierno de Calderón ganó elementos básicos de gobernabilidad, su sobrevivencia, y reformas como la del ISSSTE y la fiscal, además de promesas de otras reformas importantes
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 3 de diciembre.
Pero son los arreglos de la política los que definen la naturaleza de la obra sexenal. La gran estrategia política, se dice, ha sido pactar con los gobernadores y el Congreso. Sí, pero con qué contenidos.
Evitando una investigación imparcial sobre la corrupción? ¿Encubriendo las violaciones a los derechos humanos cometidas en Oaxaca? O lo que se convertirá en el signo de la vergüenza pública: la protección al gobernador de Puebla en el caso de Lydia Cacho. ¿Ese es el precio que se paga por los votos de Puebla, o por los votos para el IETU cuando Felipe Calderón ofreció en su campaña juicio político contra los responsables de esos actos ilegales?
Manuel Camacho Solís, El Universal, 3 de diciembre.
En el caso del PRD —y a pesar de la postura asumida por el mesías tropical—, los amarillos fueron más ambiciosos y si bien en el discurso se opusieron a las reformas al ISSSTE y la fiscal, en la práctica las dejaron pasar, a cambio de que se les entregara una porción del IFE, la cabeza de Ugalde, el gobierno de Michoacán, reformas regresivas en el Cofipe y, muy probablemente, la presidencia del IFE. La ganancia para Calderón, de parte del PRD, fue la legitimidad de su gobierno, en los hechos, y la caída del poder fáctico de la “mediocracia”.
En el fondo queda claro que todos ganaron; el de Calderón es un gobierno de resultados, con márgenes aceptables de gobernabilidad, y sin la guillotina de la crisis institucional, mientras que los partidos se quedaron con el control de las elecciones y centros estatales de poder. Sí, todos ganaron, menos los ciudadanos, que no podrán dar “gracias” al Congreso
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 3 de diciembre.
Sin embargo, todo parece indicar que se ha venido a instaurar una relación mucho más estable y respetuosa de los respectivos ámbitos de convivencia entre los poderes. Y eso es de celebrarse. Más en un país en donde el Presidente sigue siendo el titular de facultades constitucionales poderosísimas y en donde la tentación por ejercer el poder arbitrariamente sigue presente.
Lo anterior es de destacarse, en particular, si se piensa en las adversas condiciones y la crispada situación que derivó del proceso electoral del año pasado. Frente al catastrofismo que suele imperar entre los analistas, la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo ha logrado conducirse en un plano que ha dado resultados provechosos en muchos sentidos. Y no pienso solamente en los momentos que mayor atención y estridencia han generado a lo largo de este año, como el informe presidencial resuelto de una manera satisfactoria para todas las partes, sino en los importantes logros legislativos que en el año que concluyó se concretaron. Con independencia del juicio, positivo o negativo, en cuando a sus contenidos, el haber logrado pactar una ley como la de la reforma del Estado, el aprobar las nuevas disposiciones constitucionales en materia de transparencia, la así llamada reforma fiscal y, por supuesto, la reforma electoral —por no hablar del acuerdo con el que finalmente se aprobó el presupuesto para 2008—, revelan que al cabo de un año se han logrado generar puentes de comunicación y negociación efectivos entre el Poder Legislativo y la Presidencia de la República
Lorenzo Córdova Vianello, El Universal, 4 de diciembre.
Después de las confesiones que el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, le hizo a Joaquín López Dóriga ayer por la noche sobre las concertaciones que tuvo que hacer con los partidos de oposición para que aprobaran la "Reforma Hacendaria por los que menos tienen" a cambio de apoyar la reforma electoral, los analistas políticos objetivos e imparciales se preguntan: ¿qué más está dispuesto a entregar -si es que no lo entregó ya- el jefe del Ejecutivo a un grupito de legisladores para conseguir la reforma energética y la laboral?
El argumento político del presidente Calderón de que para dejar atrás el "ayuno" de una década en términos de cambios sustanciales, fue que cada quien pusiera sus prioridades en sus agendas, lo que "permitió armonizar un acuerdo en conjunto", parece convincente. Sin embargo, es cuestionable y temerario que por unas cuantas decenas de miles de millones de pesos que se obtendrán por la reforma fiscal -recursos que según sus detractores no resolverán de fondo en el corto, mediano y mucho menos en el largo plazo el problema de las finanzas públicas que enfrenta el país-, les haya dado a "mi Truchimán favorito" y al "Jefe de jefes" manga ancha para que hicieran con el Instituto Federal Electoral lo que les diera su gana, además de ofrecerles la cabeza del presidente consejero Luis Carlos Ugalde y algunos de sus consejeritos, apuntan los susodichos observadores.
Luis Soto, “Agenda Confidencial”, El Financiero, 5 de diciembre.
Permitir que los partidos políticos "reconstruyan un consenso que se había quebrantado, un acuerdo sobre las normas, las reglas del juego y sobre las autoridades electorales...que sean apoyadas por todos los partidos", y subrayar que eso abona a la gobernabilidad democrática del país y fortalece la vida institucional de México, como dijo Calderón, parece medio incongruente. ¡Vamos como los cangrejos! Exclaman otros.
Reconocer -como lo hizo el presidente- que la renovación de consejeros del IFE se convirtió en una exigencia indeclinable de los partidos de oposición en plural, y si queríamos un acuerdo había necesariamente que revisar la propia integración del IFE, confirmó lo que tantas veces dijo "Truchimán" Gamboa: no habrá reforma fiscal si no hay reforma electoral. ¿Quién va a asegurarle a Calderón que ése y otros personajes de la misma calaña, "no quieran subírsele a las barbas"?
Luis Soto, “Agenda Confidencial”, El Financiero, 5 de diciembre.
Por otro lado, ¿qué le hace pensar al presidente de la República que el hecho de que todos los partidos hayan reconocido la nueva integración del IFE, sirva para darle mayor estabilidad al Instituto en las elecciones de 2009? ¡Y qué, acaso querían que aceptara que los más beneficiados con la reforma electoral serán el PRI y el PRD!
Resulta medio sorprendente que el primer mandatario haya dejado entrever que a él no le interesa que en 2009 su partido gane la mayoría en el Congreso: "Sé que mi tarea como presidente de la República en ese proceso electoral, y en cualquier otro, me obliga a tener una visión de Estado y a estar por encima de las diferencias partidistas, y por encima de las propias diferencias aun de mi partido."
Luis Soto, “Agenda Confidencial”, El Financiero, 5 de diciembre.
En línea con el firme propósito de que el país siga adelantando en distintas vertientes, Calderón ha tenido una actuación sobresaliente en su relación con el Congreso; en sólo unos meses logró lo que nadie había podido en años.
Ésta se convirtió en reformas que, por un lado, le han quitado fuertes presiones económicas, políticas y sociales al país y, por otro, constituyen una plataforma para su lanzamiento hacia mejores y más amplios horizontes.
Destacan en ese rubro las modificaciones a las leyes del ISSSTE, hacendaria y electoral, y al régimen fiscal de Pemex.
Oscar Mario Beteta, “En Petit Comité”, Milenio, 6 de diciembre.
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