Duelo entre sombras (III)

Son pasadas las diez de la noche en el Panteón de Creel, un amplio predio con unas cuantas tumbas ubicado sobre una loma que permite ver las luces del pueblo.

El aire gélido y la pesadumbre llegan hasta los huesos, en tanto la oscuridad sería total de no ser por una fogata, primero alimentada con troncos, luego con llantas, por familiares y amigos de Alberto Villalobos Chávez.

En unas horas, este muchacho hubiera cumplido 28 años de no ser porque cayó abatido junto a 12 más en la matanza del 16 de agosto, en el centro social Profortarah.

El grupo, en su mayoría jóvenes enchaquetados y fumadores, beben cerveza y mitigan frente a las llamas el frío que, más tarde, será insoportable, así como la tensión por estar en ese lugar donde suelen ingresar autos con gente que gusta disparar al aire.

Así sucedió cuando asesinaron a Eliseo Morales, quien de acuerdo a ellos mantenía el control en la zona e impedía el ataque de "La Línea", comando del Cártel de Juárez.

Al morir él, días después mataron a los 13, que fueron sepultados frente al grupo que esta noche se reúne.

Amigas del cumpleañero, las dos hermanas de Luis Daniel Armendáriz Galdeán, de 18 años, otra de las víctimas, abren las puertas del vehículo en el que llegaron y preparan los discos que pondrán en la velada.

"Chin, no traemos 'Las Mañanitas'", le dice Mayra a su hermana Yuriana y el resto comenta que no importa, que a capela.

Suenan los acordes de "Miedo", de Pepe Aguilar, y en eso llegan familiares de otros asesinados: Leticia, hermana de Alberto, el del cumpleaños; la madre y hermanas de Kristian Loya, Blanca Delia Ortiz, Brissa y Carla, así como la madre de Óscar Felipe Lozano, Ana Luisa.

Estos dos fallecidos tenían 22 y 19 años, respectivamente.

Alguien repasa los apodos de los muertos: Alberto, "El Mace"; Luis Daniel, "El Búlico"; Kristian, "Canica".

Édgar y su bebé, del mismo nombre, "Chorris" y "Chorrito"; Juan Carlos Loya, "Chato"; Fernando Adán Córdova Galdeán, "El Chiles"; Daniel Alejandro Parra Mendoza, "Chilaca"; Luis Javier Montañez Carrasco, "Tito".

A los primos hermanos Óscar Felipe y René Lozano no se les conocía por alias. Sí a Fredy Horacio Aguirre Orpinel y Alfredo Caro Mendoza, los más grandes, de 34 y 36 años, respectivamente. Les decían "Los Fredys".

Al principio, el buen humor campea, pues se les recuerda a todos con cariño y las evocaciones comienzan por "El Mace", quien coordinaba, arbitraba y jugaba futbol y basquetbol.

"Los fines de semana era intendente en la Normal y entre semana trabajaba en un taller de playeras", cuenta Leticia, su hermana.

"Lo mataron un sábado y el lunes iba a entrar a trabajar de profe de educación física en la primaria".

"El Mace" era el tercero de cinco hijos y el sostén de su madre, Flor.

También era muy querido Luis Daniel "El Búlico", dicen en el panteón sus hermanas Yuriana y Mayra, quienes explican que le llamaban de esa manera porque así se les conoce en Creel a los gallos de pelea.

"Era muy chiple (consentido)", cuenta Yuriana. "Estaba emocionado porque un día antes fue a la Universidad de Chihuahua a inscribirse en administración de empresas".

Él quería prepararse para dirigir el negocio que le había puesto su padre, Refaccionaria Daniel, por lo que incluso el hombre le puso al establecimiento el nombre de su hijo.

Allí, sin embargo, se quedó su padre, tomado por el dolor del crimen y el recuerdo pues siempre mira los trofeos y fotos de su hijo a un lado de su mostrador: el chico arriba de una moto, como fan de las Chivas.

"El Búlico" se llevaba a los turistas en una suburban a las cascadas de Cusárare y Basaseachi, ya que su familia tiene un pequeño hotel. Le gustaba, además, la danza folclórica.

También a "Canica", Kristian, le gustaba esta danza, comenta esta noche fría en el Panteón de Creel su madre, Blanca Delia Ortiz, y pide que la acompañen a la tumba de su hijo, ubicada a la distancia de los demás lotes.

Blanca prende un cigarrillo y se sienta a un lado de la tumba llena de flores. Dice que, impactada por el crimen, no había caído en la cuenta del peso de la pérdida del estudiante de arquitectura, de 22 años, hasta que llegó el Día de Muertos.

"Para mí el 2 de noviembre fue como despertar a una realidad que había tratado de evadir, porque me bloqueé a eso que fue tan horrible".

Desde entonces, la mujer que trabaja desde hace 20 años en una tortillería para ayudar a su marido, Óscar Loya, quien organiza recorridos con turistas, acude todos los días al panteón.

"A partir del 2 no dejo de venir, estoy a diario, hasta que se me oscurece. Es el rumbo que me marcaron.

"Hay veces que hasta inconscientemente tomo la camioneta y sé que éste es mi camino".

Blanca adoraba a su hijo y lo admiraba: cuenta que él tenía pensado especializarse en Europa y que su don artístico lo llevó a amueblar él mismo la casa familiar, pintarla y decorarla.

Días después, en su vivienda coloreada con un verde muy vivo y con las maquetas y planos del estudiante, pone un video con fotos del chico y musicalizado con "Let it be", de The Beatles, que ella mandó hacer.

Óscar, su esposo, de barba cerrada y muy serio, tan dolido como Blanca, observa cómo ella ha hecho de contemplar el video una y otra vez y de visitar el cementerio a diario su modo de afrontar el duelo.

Allí precisamente en el camposanto, en medio de una noche cada vez más fría, Blanca acaricia una foto de Kristian.

"Este suceso nos ha hecho pasar del dolor, el llanto y la impotencia al coraje y la rabia; a sentimientos crueles que jamás imaginamos, porque los desgraciados que hicieron esto ni siquiera saben cómo nos dejaron".

Blanca interrumpe su comentario, porque los chicos han comenzado "Las Mañanitas" a "El Mace".

"Vamos", dice la mujer y, antes de partir, besa la fotografía de su hijo.

Allí, en medio de las tumbas, en la soledad oscura de la muerte y su recuerdo, no es difícil percatarse de lo que dejó a su paso la matanza del 16 de agosto.

"Fue algo contra el pueblo", afirma Yuriana y pide que, tras "Las Mañanitas" y antes de que se extinga el fuego, se toque "El amigo que se fue", de Intocable. Seguirán "Yo te extrañaré", de Tercer Cielo, y "En los brazos de un ángel", de Yuridia.

"Los responsables anduvieron incluso en el lugar de los hechos, en la funeraria, en la misa", dicen todos. "Por más que le dijimos a la autoridad, al mismo Gobernador cuando ha venido, no les han hecho nada".

Los habitantes han denunciado que ninguna policía acudió al rescate de los muchachos y menos persiguió a los sicarios. Por ello, desconfiando de su capacidad, los han acompañado en operativos por los poblados cercanos de San Juanito y Panalachi, en vano, arriesgando su propia integridad.

Al día de hoy han sido aprehendidos Luis Raúl Pérez Alvarado y Sandro Romero como presuntos encubridores de los autores materiales.

Hay tres presuntos sicarios identificados, no capturados: José Antonio Casavantes Calderón "Malandro", Óscar Mancinas Pérez "El Guacho" e Iván Alejandro Montes "El Colibrí".

Fuentes periodísticas han señalado a Aricasio Nicolás Ceballos Cañez como autor intelectual de la masacre, pero él fue asesinado a principios de octubre junto a tres en el poblado de Guachochi. La Procuraduría estatal no ha hecho declaraciones.

Para colmo, la prensa local en su mayoría no trató el suceso con veracidad: dijo que lo del 16 de agosto había sido un enfrentamiento, cuando ninguna de las víctimas portaba armas. También, que eran narcos, hijos de narcos, tarahumaras.

"Se dijeron muchas cosas", dice Ana Luisa, madre de Óscar Felipe.

"Quizá nunca sepamos la verdad".

En eso, la fogata se extingue.
Daniel de la Fuente enviado, Reforma, 18 de diciembre.

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