El difícil camino de Uribe

BUENOS AIRES.— Al despedirse de México, el pasado 11 de noviembre, el presidente Álvaro Uribe nunca imaginó que allí iniciaría su viaje de regreso no sólo a Bogotá, sino desde la cima del poder al llano.

A su llegada, en el Palacio de Nariño lo aguardaba el tornado social que provocó más desastres en su carrera que los causados por los escándalos de la “parapolítica”, que terminó con una decena de funcionarios de su confianza y más de una veintena de legisladores de su partido (el de la U), o por los casos de corrupción que acabaron con familiares de varios ministros en la cárcel, o las escalofriantes denuncias de violación a los derechos humanos. La megaestafa de las pirámides financieras pegaba de lleno en su imagen y en su futuro presidencial.

Esas cadenas de inversiones ilegales que afectaron a casi un millón de colombianos y fueron deploradas por más de la mitad de la sociedad, fue lo que logró ponerle coto al cesarismo democrático, del que parecía no escaparía Colombia hasta 2014.

Las sospechas de que David Murcia García, el detenido y acaudalado propietario de la pirámide DMG, tenía aceitados vínculos tanto con el narcotráfico como con Jerónimo Uribe, hijo del mandatario, pareció haber sido una de las causas principales para que muchos aliados del gobierno en el Congreso tomaran distancia del presidente y forzaran cambios en la norma que habilitaba la segunda reelección presidencial.

De inmediato se desató la carrera y las especulaciones sobre la sucesión, pero también se reavivaron las sospechas, y crecieron las marchas callejeras en todo el país para que sea el gobierno el que devuelva los fondos de las pirámides, las que, paradójicamente, funcionan como “marchas opositoras contra el presidente Uribe”, según Carlos Gaviria, ex candidato a la Presidencia y uno de los líderes del centroizquierdista Polo Democrático.

Así, el clásico discurso de “la seguridad democrática” y la necesidad de pulverizar a las FARC a “cualquier costo”, comenzaba a ser reelaborado por la sociedad colombiana a las luces de las pirámides y de las denuncias por “los falsos positivos” (el hacer pasar a jóvenes pobres como “guerrilleros muertos en combate”). De hecho, el pasado viernes, la segunda marcha en el año para exigir la liberación de los rehenes en poder de la guerrilla, no fue lo masiva que habían sido anteriores convocatorias. Hasta el propio Juanes, expresión acabada del uribismo musical colombiano, reconoció ante los periodistas que “el caso de las pirámides es la causa para que la gente no asista...”

De esa manera, el camino de regreso para Uribe —al que según sus allegados las pirámides “lo tuvieron alterado y sin dormir por varios días”—, parece estar lleno de espinas.

Para Alfredo Molano, analista y experto en el conflicto colombiano, “no sería extraño” ver a Uribe sentado en el banquillo de algún tribunal, por el avasallamiento de los derechos humanos “ahora que ya no puede volver a presentarse como candidato porque los señalamientos son cada vez más cercanos a él”.

Si a eso se le suman las investigaciones abiertas en el marco de la “parapolítica” o la presunta compra de voluntades legislativas para obtener su reelección en 2006, que por momentos lo arrinconan, es lógico que los nervios del presidente se alteren, ahora, que está obligado a disolver su pirámide de poder y con el pasaporte listo para el viaje de regreso, el que emprenderá el 7 de agosto de 2010.

Mientras tanto, Tomás y Jerónimo, los hijos del presidente Uribe, negaron haber sido favorecidos en negocios con el Estado y desmintieron haber depositado dinero en las empresas captadoras ilegales, según declaraciones que publicó ayer el diario El Tiempo de Bogotá.

Tomás, de 27 años y Jerónimo, de 25, aseguraron que nunca han tenido contratos con el Estado aunque han recibido varias propuestas.

José Vales corresponsal, El Universal, 1 de diciembre.


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