Orador único en una ceremonia donde exaltó que han sido “dos años de profundas transformaciones” en favor de México, así como de “aciertos y errores”, dijo estar satisfecho del deber cumplido para acometer las tareas por venir. Demandó responsabilidad de todos para enfrentar las dificultades económicas.
Al resaltar su lucha contra la delincuencia, aseguró ayer que la detención de 53 mil personas vinculadas con el crimen dejó en claro que no ha negociado ni negociará con organización criminal alguna y que combate sin distingos a todos aquellos que atentan contra la paz de los mexicanos.
Protegido por un fuerte dispositivo de seguridad, que implicó el cierre con vallas de las calles que rodean Palacio Nacional, el jefe del Ejecutivo rindió en 44 minutos una especie de informe de gobierno, el mismo que no pudo dar el primero de septiembre ante el Congreso tras la desaparición de ese rito. A diferencia de aquel ceremonial, sólo en dos ocasiones fue interrumpido por aplausos.
Un autobús con oficiales de alto nivel del Ejercitó arribó al filo de las nueve de la mañana a la plancha del Zócalo, escoltados por un vehículo militar Hummer en el que dos soldados iban de pie apuntando con ametralladoras.
El desayuno en Palacio Nacional reunió a 700 invitados: políticos, empresarios, jerarcas católicos, líderes sindicales, locutores, miembros del cuerpo diplomático y algunos representantes de la farándula.
Estaban ausentes los dirigentes de partidos políticos y el líder del PRI en el Senado, Manlio Fabio Beltrones; salvo el gobernador de Baja California Sur, Narciso Agúndez, no había ningún líder ni legislador del PRD.
A un lado de la mesa de honor, la maestra Elba Esther Gordillo charlaba con Alonso Lujambio, el presidente del Instituto Federal de Acceso a la Información, y unos lugares más allá se encontraban el secretario de Marina, Mariano Francisco Saynez, y Agúndez.
Mientras esperaban la llegada del Presidente, los comensales no perdían la oportunidad para el intercambio de risas, saludos y charlas. Así se podían ver juntos al líder petrolero Carlos Romero Deschamps, al dueño de Maseca, Roberto González Barrera, y al director del ISSSTE, Miguel Ángel Yunes.
En el área exclusiva, la más cercana al templete, también se encontraban otros empresarios, como Lorenzo Servitje, del que no se despegaba el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo; además de integrantes del gabinete, Germán Martínez y otros integrantes de la plana mayor panista y del círculo calderonista.
En una zona más distante estaban algunos artistas televisivos.
Afuera, desde las ocho y media de la mañana un reducido número de personas se paró frente a la cerca que dividía la plancha del Zócalo del territorio que controlaba el Estado Mayor Presidencial. Los manifestantes gritaron consignas en contra de Calderón y su gobierno, y solicitaron insistentemente la renuncia del “¡espurio!”
Poco después de las 9:30, el Presidente entró junto su esposa Margarita Zavala, sus hijos María, Luis Felipe y Juan Pablo, así como con su nuevo secretario particular, Luis Felipe Bravo Mena.
Luego Calderón departió con el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Guillermo Ortiz Mayagoitia; los líderes de la Cámara de Diputados, el priísta César Duarte, y del Senado, Gustavo Madero; el nuevo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, y Mari Gely Escalante, viuda del extinto secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño.
Acompañado en el templete de 12 gobernadores y de los integrantes de su gabinete, el michoacano remarcó que en dos años ha demostrado que las dificultades no se evaden, sino se enfrentan con decisión, ya que resolvió lo urgente al tiempo de que promovió reformas estructurales como la energética, que, según él, evitó un “panorama sombrío”.
De hecho, dio el banderazo al proceso electoral de 2009, al plantear que “viviremos momentos que propician más las divergencias y los contrastes, que las coincidencias”.
Sin embargo, expuso, la democracia no es sinónimo de uniformidad ni tampoco de división o fractura insuperable; es precisamente contraste de ideas y propuestas, en cuya dialéctica tiene que encontrar el ciudadano la orientación para definir y decidir el camino del bien común nacional.
Por eso, dijo, la clave no es renunciar a las propias ideas ni a la legítima búsqueda del apoyo ciudadano, sino entender que por encima de las diferencias está el interés de México. “Un debate responsable y de altura, como el que ha tenido el Congreso en la mayoría de sus integrantes, es lo que la nación necesita.”
Tras encomiar a los partidos políticos que impulsaron una agenda de transformaciones, destacó que la pluralidad mexicana se ha convertido en una verdadera fortaleza democrática, como debe ser. Fue cuando recibió el primer aplauso.
El segundo se escuchó cuando extendió un agradecimiento a sus colaboradores, a su familia, en especial a su esposa y a sus hijos, así como a su amigo Mouriño que, resaltó con la voz quebrada y a punto de las lágrimas, fue fundamental en la realización de logros.
En un discurso salpicado de cifras, destacó que la crisis mundial tendrá impacto en la economía. Insistió en que estamos mejor preparados que antes para enfrentar la adversidad, y puso de ejemplo la reducción de la deuda externa del país a la mitad que al inicio de la administración, así como la generación de empleos.
Claudia Herrera y Jesús Aranda, La Jornada, 1 de diciembre.
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