De acuerdo con la titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), Patricia Espinosa, el incidente de Zelaya en el Teatro de la Ciudad de México (donde aludió a Andrés Manuel López Obrador en un discurso interpretado por algunos como inamistoso para Felipe Calderón) no altera la posición mexicana en contra del golpe de Estado.
“No se trata de apoyar a tal o cual persona; se trata de defender los principios de la democracia”, comentó Espinosa.
De hecho, la SRE se involucrará aún más en el proceso, y la canciller ya se prepara con el fin de sumarse a la nueva misión de la Organización de Estados Americanos (OEA), integrada por seis cancilleres (además de la de México, los de Argentina, Canadá, Costa Rica, República Dominicana y Jamaica), que viajarán “muy próximamente” a Tegucigalpa con la intención de persuadir al gobernante de facto Roberto Micheletti de que se pliegue al acuerdo político firmado en San José –que promovió el presidente de Costa Rica, Óscas Arias, y con el que se impulsa la reconciliación nacional y el fortalecimiento de la democracia en Honduras–, y ceda la presidencia al mandatario legítimo.
Reunión cerrada
Es probable que el asunto surja en un “muy petit comité” durante la cena privada de los tres mandatarios –Felipe Calderón, Barack Obama y Stephen Harper– el domingo en la noche, después de las dos reuniones bilaterales, cada una de 45 minutos, que sostendrá el gobernante anfitrión, primero con el primer ministro canadiense y después con el presidente de Estados Unidos.
Trascendió que será una cena sin testigos, en el palacio de gobierno, ubicado a un costado del hospicio Cabañas. En ese espacio no los acompañarán a la mesa siquiera sus comitivas, que tendrán un ágape paralelo, a una cuadra de ahí, en el palacio del ayuntamiento.
Tampoco asistirán el gobernador de Jalisco, Emilio González, ni el alcalde de Guadalajara, Alfonso Petersen, quienes cenarán en una sala contigua del mismo edificio. Ahí no habrá agenda para la conversación. Los mandatarios hablarán, trascendió, de “asuntos globales y hemisféricos”. Inevitablemente, Honduras.
Al respecto, los diplomáticos mexicanos aseguran que es una oportunidad de “acercar a Obama y Harper” al vecindario que México conoce bien, Centroamérica. O conocía muy bien, cuando en aras de la influencia que gozaba en la escena mundial logró articular iniciativas diplomáticas de la envergadura que tuvo en los años ochenta el Grupo Contadora, que con propuestas de negociación multilateral para los conflictos armados que en esos años asolaban a Nicaragua, El Salvador y Guatemala logró contener los impulsos bélicos unilaterales de Estados Unidos.
Sin embargo, para los diplomáticos de hoy día, en su mayoría panistas o cuadros llegados de la academia privada, ese legado de la política exterior mexicana, particularmente el Grupo Contadora, “son un mito”. En su opinión, lo que hoy vale “es la cooperación para el desarrollo, no la grilla”, con mecanismos como el “Proyecto Mesoamérica” (el ex Plan Puebla-Panamá foxista) para impulsar proyectos de la iniciativa privada, especialmente trasnacionales.
Paradójicamente, esos diplomáticos hablan despectivamente de otros mecanismos semejantes, como la Alternativa Bolivariana para las Américas, con la cual se pretende impulsar igualmente proyectos de asistencia y desarrollo, pero con un enfoque solidario y “antineoliberal”.
México, bisagra
En todo caso, mientras el costarricense Oscar Arias juega el papel estelar en la mediación hondureña, a México le toca ser la bisagra entre Norte y Centroamérica. En el gobierno de Calderón están convencidos de que es necesario poner “mucha más” atención a la fragilidad de las democracias centroamericanas, ya que ni Mauricio Funes, en El Salvador, ni Álvaro Colom, en Guatemala, están exentos de sufrir un golpe similar.
Para Canadá, el tema es más bien sencillo. Como todos los gobiernos de la OEA (y del mundo, dicho sea), Ottawa criticó el golpe militar y no reconoce a Micheletti como presidente.
Pero tampoco estima necesario suspender su asistencia militar al ejército de Honduras, apoyo que, por otra parte, es más bien mínimo: clases de inglés y manejo de operaciones de paz para un puñado de soldados hondureños, según el ministro de Defensa canadiense, Peter MacKay.
Para Obama el momento es difícil. La de Guadalajara es la octava reunión cumbre a la que asiste desde que entró a la Casa Blanca, hace siete meses.
Llega políticamente desgastado, tanto en el frente doméstico como en la escena internacional. A nivel interno, su fracaso de hacer comprender al Congreso su plan de salud pública tiene un alto costo político. Su popularidad ha empezado a descender antes de tiempo.
A escala regional también enfrenta un escenario complicado. Apenas hace cuatro meses, mediados de abril, ofreció en Trinidad y Tobago abrir una “nueva era” en las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos del hemisferio. En su retórica incluyó elementos novedosos. Reconoció que el bloqueo de su país contra la revolución de Cuba no había funcionado. Y se empeñó en desplegar gestos amistosos con el presidente venezolano, Hugo Chávez, el punching bag de los gobiernos conservadores del área.
Pero el buen clima no duró mucho.
Tres semanas después reapareció la vieja práctica latinoamericana de derrocar presidentes democráticamente electos con asonadas militares. Y Obama, aunque repudió el golpe y en un primer momento, sorprendentemente, pronunció la palabra coup (golpe de Estado) para condenar la toma por la fuerza del poder en Tegucigalpa, en las semanas posteriores bajó el perfil de su participación para revertir el derrocamiento de Zelaya e incluso retiró de su discurso el término “golpe de Estado”, con un argumento legalista.
Además, el bloque latinoamericano –concretamente 10 países de la Unión de Naciones Sudamericanas– y el Consejo de Defensa Sudamericano han unido sus voces para expresar preocupación e incomodidad por el despliegue de nuevas bases militares estadunidenses en Colombia.
Con todos esos elementos en la mesa, es probable que las alusiones a Honduras en el comunicado conjunto no rebasen los términos que hasta ahora han dominado la acción internacional, poco eficaz para revertir la ruptura democrática.
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